Tras la elocuente lección de humanidad y la profunda condena moral contra la guerra que destilaba Nos vemos allá arriba, su novela ambientada en la Gran Guerra que le valió el Premio Goncourt, Pierre Lemaitre (París, 1951) prosigue su trilogía histórica del siglo XX con Los colores del incendio (editorial Salamandra), una historia de aventuras que narra con crudeza y emotividad los duros años del periodo de entreguerras en una Francia devastada. Una historia coral que bebe de la mejor tradición decimonónica, una escritura popular que el escritor reivindica sin descanso, y en la que no faltan traiciones, chantajes y corruptelas económicas y políticas, siempre a la sombra del incipiente totalitarismo que eclosionaría unos años después. Pregunta. Los colores del incendio se adentra en un periodo con un aura especial, los años de entreguerras, ¿qué hay de mito y de realidad cuando evocamos aquella época hoy en día? Respuesta. Siempre se confunden ambos y son difíciles de separar. Precisamente, la dificultad que encuentra el novelista al acercarse a ese periodo estriba en que la memoria que conservamos se modifica en gran medida por lo que sabemos del resto de la historia. Es como si estuvieras escribiendo una novela de la que todos saben el final. Durante los años 30 y después vinieron la victoria del nazismo, de nuevo la guerra, la Shoah... El mito socava la memoria de los lectores y hace que novelar estos años sea particularmente difícil. Tomé la decisión, como en todos mis otros libros, de sorprender en lugar de ser estrictamente verídico, de interesarme menos en la exactitud histórica que en la verdad de fondo. P. En los últimos tiempos se repite mucho eso de que esos años tiene un gran parecido con ésta época, ¿lo considera así? ¿En qué se parecen y diferencian? R. Podemos coger cualquier época de la historia, cualquier periodo, que al compararlo con hoy en día vamos a encontrar puntos de similitud. Si hubiera escrito una novela que se desarrollara en el Antiguo Egipto, muchos lectores hubieran gritado: "¡Increíble, esa época y esa gente ya era como somos hoy!". En mi opinión, el periodo actual no es, como se afirma desde muchos ámbitos, la simple repetición de la década de 1930, pero hay, por supuesto, resonancias entre las cuales el novelista debe elegir las que parecen más significativas para el lector.
P. El principal motor de la trama es el dinero, el capitalismo feroz que hoy nos es tan conocido, ¿es eso algo que nunca cambia, que permanece de época en época? R. Los años 30 son bastante interesante en este aspecto, bastante sorprendentes, porque aúnan el despegue de un capitalismo industrial en alza con la primera gran debacle en la historia de esta teoría económica. Encontramos, reunidos en la misma década, la victoria de la libre empresa, la evasión fiscal a gran escala, la explosión de la primera burbuja del mercado de valores... En este sentido, realmente siento que los economistas que nos lideran hoy en día no han aprendido mucho del pasado.
Un drama sin culpables
P. Tendemos a juzgar cómodamente desde el presente la negociación de los líderes democráticos con los extremistas en aquellos años, pero usted asegura que no era tan sencillo, ¿qué peso tuvo la Primera Guerra Mundial en el sentir de los políticos y del pueblo? R. En Francia, el peso de la Gran Guerra fue catastrófico. Fue por tratar de defender a toda costa la paz, en memoria de esta abominable masacre que diezmó a Europa, por lo que muchos políticos prefirieron "negociar" con la Alemania de Hitler. Los Acuerdos de Múnich, que dejaron a Hitler libertad para continuar su proceso de anexión de una parte de Europa, es el síntoma más conocido. En retrospectiva, es bastante fácil ser crítico, pero también se puede entender que los hombres y mujeres que habían perdido todo en la guerra anterior estaban ansiosos por evitar un segundo conflicto. El cálculo fue erróneo y el resultado atroz, pero ¿podemos culparlos por su falta de lucidez? P. Con independencia del género o la trama, sus personajes siempre son seres que sufren, ¿por qué lo considera necesario? R. Principalmente porque escribo novelas de aventuras, así que necesito fuertes contrastes. Rara vez se hacen novelas jadeantes con personas felices que están de acuerdo en todo, que obtienen todo lo que quieren y están satisfechas con eso. Cocteau lo decía muy bien: "Para que los dioses se diviertan [pongamos los lectores], es necesario que los héroes caigan de lo alto".P. Es clara en Los colores del incendio la influencia de la novela decimonónica, ¿qué legado nos han dejado los autores de esa época? R. Esta novela es, ciertamente, un claro homenaje a la literatura del siglo XIX, por lo que para los lectores será, seguro, muy divertida. Hay rastros de Zola, Balzac, Sue, Dumas, Flaubert... No es necesario conocer a estos autores para leerla, pero un lector avisado puede disfrutar enormemente viendo el impacto permanente de esta literatura en mis novelas. Estos grandes novelistas nos han dejado un legado, a mis ojos, precioso: el arte de contar historias, el gusto por las intrigas románticas y los personajes que las usan. En este sentido, la influencia de la novela serial, del folletín, fue absolutamente decisiva en la evolución de la literatura. Y del simple arte de narrar, pues todavía existe: ¿qué hacen las series de TV si no reanudar este esquema folletinesco?"La influencia de la novela serial, del folletín, fue absolutamente decisiva en la evolución de la literatura, y todavía lo es"
Popular pero exigente
P. En este sentido, usted reivindica siempre esa literatura popular hoy legitimada pero en su día denostada por la crítica, ¿es hora ya de romper esa barrera entre lo culto y lo popular que todavía persiste en la literatura, de manera significativa en Francia? R. Te encuentro muy optimista al pensar que esta visión condescendiente de la crítica pertenece al pasado. Mi experiencia es la contraria cada vez que publico uno de mis libros. Este es un tema complejo porque no se puede negar que hay en la literatura popular (en el sentido de la literatura destinada al público en general) novelas extremadamente malas, demagógicas y fáciles, que da la impresión de que son dirigidas a los no lectores. Pero, por el contrario, llevar TODA la literatura popular a este nivel, muestra un gusto finalmente bastante esnob, separando la literatura en dos campos impermeables: los grandes escritores... y todos los demás. Intento, modestamente, demostrar que se puede hacer una literatura bastante exigente que, sin embargo, sabe cómo dirigirse a un público general y masivo. No sé si lo logro, pero ése es mi deseo. P.¿Cuál considera que es la relación entre historia y literatura? ¿Cuál es la capacidad de ambas para cambiar la sociedad? R. La influencia de las novelas en la historia es mínima. ¿Conoces una sola ficción, fuera de la Biblia, claro, que haya tenido una influencia duradera en la historia del mundo? Por otro lado, creo que la literatura tiene peso: la literatura ha hecho pensar a millones de lectores sobre el tiempo y les ha dado una nueva luz sobre sus propias vidas, pero esta influencia no es medible. Afortunadamente, por cierto.P. Ya está trabajando en el cierre de la trilogía, Espejo de nuestros sufrimientos, que ambienta en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, ¿cómo aborda la narración de unos años tan transitados por la literatura? R. Me acerco a este período con un sesgo que no ha sido tratado demasiado por la literatura: el éxodo de los franceses tras la invasión de 1940. No he encontrado muchas novelas que evoquen este período y estos hechos, que permanecen, tal vez por vergüenza, por orgullo, en un ángulo muerto. Este recuerdo francés podría ser el mayor interés de esta novela que... veremos si tiene éxito.