Soledad Sevilla. La Algaba, Vélez-Blanco, El Rompido

CAAC. Avda. Américo Vespucio, 2. Sevilla. Comisario: Juan Antonio Álvarez Reyes. Hasta el 25 de agosto

De vez en cuando, nos encontramos ante un proyecto redondo. No es casual que no responda a los formatos expositivos al uso, ni que la artista haya tenido que trabajar durante semanas a pie de obra. Por supuesto, el resultado es plenamente satisfactorio para los visitantes, ante una muestra condensada, con profundidad emocional, compromiso con la memoria y abierto goce estético. Una de esas exposiciones que desprenden la impresión de captar lo esencial y lo mejor del artista en cuestión.

Con tan solo cuatro instalaciones de tres proyectos vinculados a Andalucía, disfrutamos de la fusión indistinguible de tres facetas a las que Soledad Sevilla (Valencia, 1944) se ha dedicado durante toda su vida: la pintura, la realización pionera de instalaciones y, durante muchos años, la enseñanza artística en la Universidad de Granada, que ha prolongado aquí dirigiendo a un grupo de estudiantes de Bellas Artes en Sevilla. Con ellos ha transformado por medio de trampantojos la iglesia de la Cartuja, corazón monumental del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, para recrear las ubicaciones originales de sus reflexiones ante tres lugares rescatados de la oscuridad siniestra del olvido a través de la luz. Una luz que comienza siendo resquicio entre la grieta, para convertirse en fantasiosa pero rotunda entelequia y culmina en radiación nocturna y comunión solar.

Tras pasar el umbral de la iglesia, lo que en la capital andaluza suele ser transitar de la luz blanca cegadora al lóbrego recogimiento, nos hallamos ante el trampantojo del espejo diurno y nocturno de la gran grieta que la artista encontró en uno de sus paseos por la antigua almadraba de El Rompido, en Huelva, hace tiempo abandonada tras la desaparición del atún por el desarrollo de la industria química. La ruina de la edificación condensada en la gran grieta fundida es metáfora de la otrora simbiosis entre supervivencia humana y naturaleza. Pero, qué duda cabe, que El Rompido (2000-2019), cuyo proceso ha sido bien documentado, alcanza a un sentimiento universal de quiebra, y esperanza.

'Toda la Torre', 1990-2019

De carácter más comprometido, la instalación Mayo 1904-1992 originalmente consistió en la proyección de los elementos arquitectónicos renacentistas expoliados a comienzos del siglo XX del patio de honor del Castillo de Vélez-Blanco, de Almería, hoy en la exposición permanente de la colección del Museo Metropolitan de Nueva York. La experiencia terapéutica colectiva de restitución de lo perdido a medida que caía la tarde en el pueblo ha sido recreada aquí por un loop de proyección gradual que va de la oscuridad a la luz sobre el trampantojo de los muros en ruinas, tal como estaban entonces. Pero, de nuevo, su carga poética guía hacia una reflexión alargada sobre pérdidas y olvidos de nuestra memoria histórica más allá del patrimonio artístico.

Una de las exposiciones que desprenden la impresión de captar lo esencial y lo mejor del artista en cuestión

Por último, las más antiguas de las instalaciones mostradas aquí de la pintora -que, según una tesis reciente, ha realizado cerca de cien instalaciones- Toda la Torre (1990), diseñadas para la Torre de los Guzmanes de La Algaba (Sevilla), remontan a los entramados de líneas, en repetición y variación, ensayados en su aprendizaje en el Centro de Cálculo en la década de los años sesenta, y que después trasferiría a su característico lenguaje impregnado de lirismo luminosista. Pues, bien a través de composiciones formales geométricas, bien con representaciones figurativas muy matizadas que han supuesto un auténtico acoso reflexivo a la mímesis, el núcleo de todo lo desarrollado por la artista -Premio Nacional de Artes Plásticas en 1993- ha sido siempre la luz.

Construidas por planos elaborados con simples hilos de algodón tensados, las instalaciones La Noche y El Día presentan un contraposto muy bien estudiado en su adaptación a estos espacios privilegiados. La Noche, un plano trapezoidal en gran dimensión iluminado por luz negra, que ocupa prácticamente todo el altar de mística oscuridad, contrasta con la luz amarilla de los planos entrecruzados que bañan la recoleta sacristía. Experiencia visual en la que, en este contexto, no podemos dejar de apreciar, aunque sea de manera genérica y muy abierta, un mensaje de duelo y renacimiento: ecos de sentimientos barrocos. Un periodo en el que las artes visuales se volcaron, como en ningún otro, en el poder persuasivo de la luz y la oscuridad, dicotomía sobre la que aquí la pintora Soledad Sevilla vuelve a dar una lección magistral.

No es casualidad que, como resultado de todo este proceso, la artista haya decidido donar al museo dos piezas muy importantes en su trayectoria, sumándose a las numerosas donaciones de artistas que Juan Antonio Álvarez Reyes ha conseguido en esta última (y complicada) década como director del CAAC. Excelente noticia para la colección del centro, una de las mejores de titularidad pública de nuestro país, que pronto se mostrará de manera permanente en un remodelado pabellón de la Cartuja.

@_rociodelavilla