Alexis Ravelo
Premio Hammett por La estrategia del pequinés y autor de libros como La otra vida de Ned Blackbird o Los milagros prohibidos, Alexis Ravelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1971) se define a sí mismo como un escritor algo camaleónico. "Necesito estar siempre mudando de estilo y de razones", reconoce. Prueba de ello es su última novela, La ceguera del cangrejo (Siruela) donde se plantea por primera vez una historia de investigación, en la piel de un militar, Ángel Fuentes que sigue los pasos de su pareja, la historiadora de arte Olga Herrero, fallecida en un absurdo accidente. Un recorrido por la isla de Lanzarote, de la mano de César Manrique que le permite indagar sobre la vinculación entre el desarrollismo y los atentados medioambientales y la corrupción. Ataviado con una camiseta negra, con una de las frases de su anterior novela, reconoce que él, como escribió en Los milagros prohibidos, "hace mejor la guerra con la palabra". Pregunta. ¿Y la hace? ¿Hace la guerra con la palabra? Respuesta. Sí, creo que me define muy bien porque yo entiendo la literatura como una trinchera. Todo libro es una barricada contra la ignorancia y contra la autocomplacencia. Y, de alguna manera, la literatura debe servir también, a parte de para la búsqueda de la belleza, para incomodarnos, para obligarnos a hacernos preguntas sobre el mundo, sobre el lugar que ocupamos en él o sobre cómo podemos cambiarlo y sobre todas esas cosas que muchas veces parece que tenemos muy claras y que a través de la ficción entendemos que no lo son tanto. P. ¿La novela negra es un buen escaparte para hacerlo? R. Es un buen sitio. Una buena novela negra te hace vivir ciertas experiencias con intensidad. Es esencialmente una historia sobre la violencia y por tanto sobre la acción. Pero la novela negra que a mí me interesa es aquella que te deja preguntas incómodas, que te hacer cuestionarte lo que hay debajo de los velos de la ideología, todas esas cosas que normalmente no vas a poder ver a primera vista porque hay todo un discurso que te lo está ocultando. P. Precisamente, el título de su novela, La ceguera del cangrejo, también hace referencia a aquello que no queremos ver, ¿no? R. Sí, surgió en el transcurso de la escritura de la novela. Para terminarla, tuve que viajar mucho a Lanzarote, residir allí unas cuantas semanas de vez en cuando. No se puede escribir sobre los sitios como turista, tienes que escribir como viajero. Entonces fue surgiéndome esa idea de que en Lanzarote todo estaba oculto. Todo quedaba muy cerca pero lo importante quedaba escondido. El cangrejo me pareció el epítome de esa idea. Ese cangrejo ciego que vive ahí ajeno a lo que tiene alrededor. De alguna manera nos hemos acostumbrado a vivir así. A cegarnos ante ciertas realidades muy injustas que tenemos delante. Ya no hablo solo de los casos de corrupción y de los asuntos turísticos. Todos los días nos cegamos ante un montón de realidades quizás para sobrevivir anímicamente.P. En su libro, hace un recorrido por Lanzarote de la mano de César Manrique y una reflexión sobre la corrupción política urbanística y medioambiental, ¿cómo junta todos estos factores? R. Una novela no se hace con una buena idea, se hace con un montón de malas ideas que se van mezclando. Había dos cosas que yo quería hacer, una era hablar sobre la vinculación entre el desarrollismo y los atentados medioambientales y la corrupción, que es una vinculación que a nadie se le escapa que es muy estrecha. Y otra cosa que quería hacer era escribir por una vez una novela de investigación. Porque normalmente mis novelas no son las clásicas novelas policíacas, son historias más bien negras, donde muchas veces los protagonistas son los propios delincuentes. En ellas, no intentas buscar al asesino sino que te preguntas quién será el siguiente en morir. Por una vez quería hacer una historia policiaca. Y también quería tocar el tema del duelo que era un asunto que nunca había tratado. En mis textos, muere mucha gente y luego nadie se pregunta qué pasa con los que se quedan. Dándole vueltas a todo de repente surgió esta idea de que César y Lanzarote eran la excusa ideal y además de una manera positiva. P. ¿En qué sentido? R. Las personas que defienden el medio ambiente normalmente lo hacen de una manera negativa. Cuando los desarrollistas atacan su zona, son los medioambientalistas quienes reaccionan. En el caso de Lanzarote fue al revés. César creó un modelo que demostraba que funcionaba, que preservaba el medio ambiente al mismo tiempo que le sacaba algún partido turístico y, esto es lo más bonito, mediante una intervención estética del entorno. P. ¿Qué responsabilidad tenemos como turistas en el deterioro de nuestras costas? R. Nosotros como consumidores favorecemos ese tipo de ofertas. Es más, ahora ponemos en peligro ese turismo de sol y playa porque ya nos vamos al apartamento de ocio compartido. La costa española está salpicada de hoteles abandonados, de edificios de apartamentos abandonados, que son un foco de tristeza. Luego se quedan ahí y ya está. Te cargaste una playa, pusiste en peligro a algunas especies y, total, para nada, para que cuando se acabe la producción de la actividad, aquello se quede muerto.
César Manrique era un absoluto visionario que logró implicar absolutamente a toda la sociedad en su proyecto"