"Todo cabía en la vida", escribe Juan Aparicio Belmonte (Londres, 1971) en su última novela, La encantadora familia Dumont (Siruela). "La luna y el sol", enumera. "Nuestros fracaso y nuestro éxito". También los propios Dumont. Un matrimonio feliz que, decidido a abandonar su trabajo como enfermeros de Urgencias psiquiátricas los fines de semana, prueba a abrir un negocio como matapiojos.
Autor de novelas como Un amigo en la ciudad (Siruela), Mis seres queridos (Alfaguara), Una revolución pequeña (Lengua de trapo), El disparatado círculo de los pájaros borrachos (Lengua de trapo) o Ante todo criminal (Siruela), en La encantadora familia Dumont Aparicio Belmonte explora con su particular sentido del humor las dificultades de una pareja actual a partir de un conflicto mercantil. "Veía claro -explica- un conflicto que afectaba a un matrimonio honesto que, un buen día, planea una pequeña fechoría para mejorar su negocio recién inaugurado y a partir de ahí la vida se les complica". Presente esta tarde en la Librería Lé de Madrid, donde presentará su novela a partir de las 19.00, acompañado por el escritor Lorenzo Silva, Aparicio Belmonte aborda en este título las dificultades que atraviesa una pareja cuando su ideario empieza a tambalearse.
Pregunta. En ella, lleva hasta el límite el mito del romanticismo en la piel de sus protagonistas, los Dumont, ¿por qué?
Respuesta. Porque todos hemos conocido parejas tan unidas que asombran por su simbiosis, y hay algo misterioso en esa simbiosis cuando dura más de tres años (lo que dura el enamoramiento, según los químicos). Los Dumont pretenden manifestarse como una sola persona; además, creen que su éxito matrimonial está relacionado con el misterioso apellido francés que comparten. Esto genera problemas con sus seres queridos, que no terminan de adaptarse a su manera de vivir.
P. ¿El amor hace a veces que perdamos nuestra identidad? ¿Somos en el otro?
R. Los enamorados viven para el otro, porque también se ven en el otro, se identifican con el otro, por eso nada genera más autoestima que el enamoramiento. Uno se ve mucho mejor cuando está enamorado. ¿Qué puede generar más alegría que que la persona idealizada a su vez nos idealice?
P. Y, sin embargo, no deja de resultar curioso que la amenaza surja de otro Dumont, ¿tenemos al enemigo dentro de nosotros mismos?
R. No diría el enemigo, pero es evidente que nadie nos puede hacer más daño que las personas a quienes más queremos. Las personas que nos son indiferentes, poco perjuicio pueden causarnos, al margen del daño material, claro. Afectivamente solo nos pueden herir aquellos en los que proyectamos nuestros anhelos de cariño. Un afecto sentimental o de amistad, que tarda tanto en construirse, puede irse al traste en un momento por una torpeza de comportamiento precisamente por el enorme caudal de cariño que está en juego y por la radical decepción que puede suponer tal torpeza.
P. Escribe en su novela que los conflictos son necesarios para vivir sin aburrimiento, ¿también son necesarios para escribir?
R. Para todo. La vida es conflicto. Que se lo pregunten a Griezmann, que estaba tranquilamente en el Atlético de Madrid, ganando un pastizal, y se mete en un lío anunciando que se va del club. O a Donald Trump, un multimillonario que podría estar ahora mismo en Miami tomándose un daikiri, pero prefiere meterse en el lío de ser presidente del gobierno de Estados Unidos. Incluso las novelas meramente líricas, que huyen de lo narrativo, producen armonía y música mediante conflictos sintácticos. No existe el paraíso de la jubilación en su sentido amplio, de ausencia de conflictos. Estamos buscando líos continuamente. La vida es siempre conflictiva. Si eludes los obstáculos más de la cuenta, no eres, te sales del juego. Bien es cierto que algunos tienen la suerte de poder elegir en qué conflictos se meten, como Griezmann y Trump, y otros se ven abocados a soportar conflictos no elegidos ni queridos.
P. ¿La vida lo es todo, como escribe en La encantadora familia Dumont? ¿La ficción y la realidad también forman parte de ella?
R. Todo forma parte de la vida, por definición. El problema es distinguir la realidad de la ficción, que no siempre es fácil. Para empezar porque nuestra forma de encontrar una identidad personal está relacionada con lo narrativo, estamos continuamente narrándonos el pasado, y todo lo narrativo corre el riesgo de ser enriquecido más de la cuenta con la imaginación. Todos necesitamos autoestima, y muchas veces, unos buscan su autoestima e identidad a través de narraciones poco aconsejables, cuando no falsarias, de su propia vida.
P. De un modo u otro, la psiquiatría siempre tiene alguna presencia en sus novelas, ¿por qué?
R. Porque me habría gustado ser psiquiatra, o quizás, psicólogo y porque me interesan las personas desde su perspectiva meramente psicológica. También tengo una vocación frustrada de actor (ejercí de tal en la facultad), y los actores son un poco aventureros de las personalidades ajenas.
P. Tenemos los bichos en la boca, dice su protagonista en un momento dado, ¿la forma que tenemos de hablar, nuestro vocabulario, nos determina?
R. La forma que tenemos de hablar dice mucho de nosotros. Define nuestra educación, nuestra lugar de origen, nuestra extracción social, muchas cosas. Y por tanto, claro, nos determina.
P. Además del conflicto familiar, se plantea, en parte, el conflicto laboral, ¿estamos obsesionados con la búsqueda del negocio ideal? ¿El trabajo nos define?
R. Un mal trabajo, teniendo en cuenta que uno pasa ocho horas al día en él, puede ser una condena. Recordemos que los sindicalistas de principios de siglo XX veían en el trabajo asalariado una forma de esclavitud remunerada. Es cierto que las condiciones eran terribles entonces y hoy no tanto. Pero un trabajo difícil, hoy día, puede ser una condena difícil de sobrellevar. Así que es lógico que la gente busque trabajos cada vez mejores, algunos de ellos idealizados, como los propios Dumont con su negocio.
P. ¿Qué importancia tiene la paternidad en La encantadora familia Dumont?
R. Mucha. Porque uno de los problemas a los que se enfrentan los Dumont está relacionado con su hijo adolescente, Liberto, un chaval intelectualmente bien dotado pero que no sabe controlar su presumible talento, que busca su lugar en el mundo dando bandazos y sin un objetivo claro, lo cual genera esa distancia tan propia de la convivencia entre padres e hijos cuando estos alcanzan la problemática adolescencia.