Autor de novelas como La quietud, La oscuridad o Nosotros, o de libros de relatos como Sicilia, Invierno, Ignacio Ferrando (Trubia, 1972) se encuentra en un momento de madurez literaria. El camino, dice, no ha sido fácil. Ingeniero de profesión, hace años que dejó un empleo que le reportaba estabilidad económica en aras de este sueño con el que lleva ya nueve títulos. Su última novela, Referencial (Tusquets) es un thriller moral sobre la posibilidad de ser originales y únicos.
La historia de un pintor bloqueado que acepta impartir una asignatura de Historia de arte, que él también recibió en su día. Un relato sobre alumnos y maestros, copias o no, en la que el lector jugará un papel activo. “Para que la obra artística como tal exista es muy importante la existencia del que la observa –reconoce el autor–. De hecho, es el que le va a dar sentido. Toda la obra, hablando en grande, pretende ser eso”. Lo que llama en la novela “un espejo de la propia perversión”. “Esta idea de crear algo para que sea el lector el que saque las conclusiones, esa literatura entendida como juego también fue un poco la que dio origen a este título”, señala.
Pregunta. Como en La quietud aborda aquí además el tema de la paternidad, desde la culpabilidad paterna, o la brecha entre padres e hijos, ¿era un tema sobre el que deseaba volver?
Respuesta. Me interesa el tema de la paternidad en el sentido de repetir roles. Es decir, ¿de verdad podemos ser únicos? ¿Únicos en la vida? ¿Únicos en el arte? Yo puedo ser un padre al margen de quién he sido. Me preocupa esa idea de que hoy eres el estudiante y mañana el profesor. Te das cuenta de que todos los defectos y virtudes que tenía ese profesor o ese padre tú los estas replicando exactamente igual. Y la pregunta que plantea el texto es esta. ¿Se puede vivir de manera única y original o siempre vivimos condicionados? El protagonista de esta novela es un pintor y él está obsesionado con esto. Cuando empezamos a escribir, a pintar o cuando empezamos a ser y empezamos a determinarnos como individuos, creemos que somos únicos. El mundo empieza en nosotros. Y conforme avanzamos en todo, la vida y en todo, nos damos cuenta de que todos nuestros actos están lastrados por un montón de condicionantes. En realidad no somos lo que decimos que somos sino otra cosa bien distinta. Eso que Rimbaud decía: "Yo soy otro".
"Se presupone que si has escrito una buena novela la siguiente tiene que ser mejor, y no hay nada más falso".
P. En Referencial, tiene en común con su personaje, la enseñanza, ¿siente, como su personaje, que los artistas tienen esa carga de obligarse a ser más que el resto cada día?
R. Creo que ya me puedo permitir decir que sí, ¿no? Baudelaire hablaba de ser sublime sin interrupción. Esto es un verdadero calvario para el artista. Se nos presupone que nuestro trabajo siempre va a mejor, que si has escrito una buena novela la siguiente tiene que ser mejor, y no hay nada más falso. Cada vez que te sientas a escribir es con los mismos temores, los mismos miedos y las mismas certezas. Es decir, ninguna. Sí que te abala un trabajo personal, una ligera intuición, pero sí es un verdadero calvario. Es algo muy contemporáneo del individuo ahora. Llegamos a los 45 o 50 años y nos planteamos qué hemos hecho con nuestra vida. Antes la gente vivía con otra sencillez, sin vivir de espaldas a la muerte, contando con los elementos azarosos y arbitrarios, ahora parece que tenemos una vida tan sistematizada que llega un momento que tenemos que hacer un balance y ese balance a veces, en general, incluso si has conseguido tus objetivos laborales, normalmente suele ser bastante terrible.
P. Su protagonista es, de hecho, un artista en crisis creativa, ¿teme que llegue ese momento? ¿Ya le ha pasado?
R. Todos hemos pasado por ahí. Lo que pasa es que yo siempre he sido un autor bastante disciplinado, lento pero muy disciplinado. El bloqueo en realidad ocurre cuando te planteas unas expectativas que están muy por encima de tus posibilidades y eso te acaba bloqueando. Cuando piensas que la técnica o la tendencia a las estructuras te va a resolver algo. No. Escribir es escribir. Si escribes todos los días como si vas a correr todos los días, serás bueno en eso. El problema de la literatura es que hay muchos autores que se dedican a la escritura parcialmente. Entonces, si tú eres un escritor de domingo, como decía Umbral, pues lo que vas a obtener va a ser libros de domingo.
P. Pero habrá quién piense que es casi imposible vivir solo de la literatura, ¿es posible conseguirlo?
R. Claro, pero hay que ser valiente. Cuando tú no tomas las decisiones, en realidad estás tomando las decisiones. Ni si quiera crees que la estás tomando tú, que eso es lo más trágico. Pero lo haces, no pienses que no. Lo que pasa es que la cantidad de sacrificio y el componente de deseo, eso solo se vive dentro de uno. Yo jamás he recomendado a nadie que se vuelque en la escritura porque no conozco su estado. Pero yo creo que hay que ser valiente en todo en la vida. Yo tengo una formación técnica y en un momento dado dejé un trabajo que me reportaba muchísimo dinero por nada. En ese momento era nada. Simplemente porque creía en lo que quería hacer y deseaba hacerlo.
P. En su novela habla mucho sobre arte y sobre historia de arte, ¿tenía esa inquietud antes de su escritura?
R. A mí el arte contemporáneo siempre me ha interesado mucho en la dimensión que tiene de revulsivo. Creo que es su tarea. Hacer mecanismos que nos ayuden a reflexionar sobre la vida, generalmente. A tenor de la propia novela conocí a la viuda de Balthus, conocí a Deborah de Robertis, que aparece en la novela, y esto me ayudó a complementar mi trabajo de documentación previa. En realidad, las disciplinas artísticas tienen muchos vasos comunicantes en cuanto su intencionalidad. Quizás el medio en el cual se vierten es diferente, pero en cuanto a vocación creo que la literatura no está tan lejos del arte contemporáneo.
"Yo dejé un trabajo que me reportaba mucho dinero por nada. Simplemente porque creía en lo que quería hacer y deseaba hacerlo"
P. Coincide su novela con la exposición de Balthus en el Museo Thyssen–Bornemisza, ¿qué opinión tiene sobre el artista y la polémica que siempre ha despertado en torno a sus cuadros de niñas?
R. Creo que dentro de Balthus había un monstruo. No tengo ninguna duda de que pueda ser. Pero creo que este tipo de crítica nunca va más allá, es una crítica puritana. Estamos hablando de que en la televisión, o en internet, un chaval teclea no sé qué y salen las aberraciones más terribles. Sin embargo, en el arte siempre tiende a estar la censura por delante. En el caso de Balthus el peso de la censura ha sido brutal. De hecho ha habido exposiciones suyas que no se han hecho. A mí esta parte controvertida del artista me interesaba relativamente. Me interesaba más la parte mística. Porque la tiene. Una de las cosas que se mencionan en el libro es la semejanza, la relación que existe entre la Pietá de Villeneuve–lès–Avignon y La lección de guitarra, cuya composición es exactamente la de la Piedad.
P. El caso de Balthus y la censura, recuerda un poco a lo que le está pasando a Woody Allen hoy, ¿qué hacemos con él y con su cine?
R. Yo creo que lo de Woody Allen es un despropósito. Otra cosa es que estuviéramos hablando de una obra artística que introdujera esos temas de una manera que los ensalza como si fueran una virtud. En ese caso no sé si sería discutible. Creo que no. El arte no tiene ningún tipo de barrera. Ninguna. Cuando digo ninguna es ninguna. Es esta corrección política de la cual somos rehenes.
P. ¿Piensa como su protagonista que Roberto Succo, el asesino en serie italiano que sembró el pánico en su momento, tenía una fuerte hipersensibilización al arte?
R. Estoy convencido de que debajo de los monstruos siempre hay algo vinculado a la hipersensibilidad. Puede parecer que no pero es así. De hecho, yo tengo la sensación de que los monstruos como tales no existen. Y estoy convencido de que si fuéramos capaces de empatizar y ponernos en su piel, veríamos que detrás de todos sus comportamientos hay una actitud completamente lógica y perfectamente explicable. Lo que pasa que muchas veces, puede más esa necesidad que tenemos de decir "yo no soy así". Necesitamos decirlo y exteriorizarlo precisamente porque esa parte está soterrada en nosotros y sabemos que puede salir. No es que lo diga yo, es que me avala la historia de la humanidad.
P.¿La literatura nos ayuda a entender?
R. Sí. Esa es la magia de la literatura. Eso es lo que las nuevas generaciones deben entender de la literatura. Eugenio Trías en La filosofía del límite dice algo así como que la capacidad de estupor del hombre está intrínsecamente vinculada al mundo que conoce. Y la literatura de alguna manera lo que viene es un poco a romper esta especie de límite. Sentirte en la piel de un monstruo. No sabemos. La idea es plantear algo que hay ahí escondido y que debe deducir el lector. Si he conseguido eso. Si de alguna manera he conseguido que desde su sillón un viernes por la tarde con su café alguien se sienta así, en el "yo lo habría estrangulado", me doy por satisfecho. La otra posición es la que permite entender y prevenir.