Lejos de abrumar al lector con lecciones abstrusas, estas Vetas profundas (Tusquets) de Aramburu (San Sebastian, 1959) revelan más de sí mismo que de muchos de los poetas cuyos poemas comenta. “No podía ser de otro modo –explica–, pues parto del convencimiento de que la poesía es una experiencia y no un objeto. Que me perdonen Octavio Paz, Bousoño y otros estructuralistas ilustres por atreverme a cuestionar el viejo dogma según el cual la poesía resulta de la elaboración de un lenguaje específico. No, la poesía se da como vivencia de un destinatario concreto, por tanto del lector, del escuchante o del observador a partir de un suscitador que ni siquiera tiene por qué consistir en un texto. Con su lucidez característica, Jaime Gil de Biedma lo dejó admirablemente explicado en sus diarios”.
Pregunta. ¿Qué queda del joven poeta que también fue y, sobre todo, cuándo y cómo descubrió que ya no tenía el don poético o que lo había perdido?
Respuesta. Lo habitual es que uno, después de aficionarse al género, desee consumarse como poeta. A mí se me metió en la cabeza dejar de serlo. A los veinticinco años, la poesía me parecía una cárcel. Mi idea de la poesía era entonces un tanto esquemática, pero no creo que descaminada. Primera limitación: la identificaba con el verso. De manera cobarde me abstenía de usar en la escritura palabras malsonantes, chuscas, feas. La obsesión del estilo me maniataba. Reprimía el humor, no sabía analizar por escrito ni describir ni narrar. Me liberé componiendo durante un año El artista y su cadáver. Hoy veo mi dedicación a la poesía como una matrioska dentro de otra más grande, la del hombre que se expresa en registros diversos.
"A los 25 años la poesía me parecía una cárcel. La identificaba con el verso. La obsesión del estilo me maniataba"
P. ¿Y se reconocería en el lector de poesía actual ese joven que con apenas 20 años fue a visitar a tres poetas consagrados? ¿En qué ha cambiado para que hoy le conmuevan poemas que en su juventud desdeñaba?
R. Viajé a Madrid desde San Sebastián haciendo dedo. Llevaba conmigo tres direcciones postales. Brines no estaba en casa como se podía colegir del buzón atestado de correspondencia. A Aleixandre no lo pude visitar. El hombre, ya premiado con el Nobel, se hallaba mal de salud, con la vista dañada. Quien me recibió en su casa fue Rafael Morales, que era un señor grande y generoso. Me dio una lección que entonces no comprendí. Morales llevaba tiempo sin escribir versos. Dijo que no le importaba porque se sabía poeta. Hoy creo que tenía razón, que la poesía no es nada si sólo la concebimos como una actividad artesanal, si no nos construimos personalmente en ella y con ella. En tal sentido noto que he cambiado. O quizá debiera decir madurado. Y con la madurez uno descubre que quizá ya no le fascinan ciertos textos venerados en la juventud y que se asombra y se emociona con otros que antaño lo dejaban frío.
Una escritura que no chisporrotee
P. Pero, ¿cómo ha evolucionado su manera de entender el hecho poético?
R. Digamos que en el pasado profesaba por vía instintiva una serie de convicciones que duraron lo que tardé en someterlas a una reflexión minuciosa. En cuanto alguien intenta venderme la poesía como un sucedáneo de la música, bostezo. Tampoco me exalto con los ejercicios de pirotecnia verbal. Es cierto que uno está siempre aprendiendo, pero a mis años los aprendizajes cruciales quedaron atrás. Hoy busco sustancia, comunicación, poso, en una escritura que no chisporrotee.
Descubre Aramburu que en el libro hay cuarenta poemas (y no 50, o 25) por razones aleatorias. “Procuré que no fuera corto ni excesivo. Acudí aposta a ciertos poemas a los que profeso particular aprecio, otros me los proporcionó por azar la lectura, otros me vinieron exigidos por el asunto acerca del cual deseaba reflexionar. Dado que los textos se publicaron inicialmente en el suplemento Territorios de El Correo, por razones de espacio me estuvieron vedados los poemas de más de treinta y cinco versos”.
P. Si pudiera ampliar la serie, ¿qué tres poetas añadiría?
R. Sor Juana Inés de la Cruz, Raquel Lanseros o Fombellida me habrían proporcionado a buen seguro textos de calidad para una prolongación del libro.
P. En Vetas, junto a poetas incuestionable como García Lorca, Quevedo, San Juan de la Cruz o Cernuda aparecen nombres que pueden sorprender al lector, como Isabel Bono...
R. Francisco Javier Irazoki es mi Virgilio. Él me guía por los cielos e infiernos de la poesía actual. Un día llamó mi atención sobre unos poemas breves de una tal Isabel Bono. Me bastaron tres o cuatro muestras para descubrir a una autora excepcional.
P. Otro nombre inusual, al menos para el lector que no conozca sus desvelos como editor, es Félix Francisco Casanova: ¿cómo le explicaría a un lector poco avezado por qué debe buscar los libros que rescató Demipage del olvido?
R. El siglo XX dio en España dos poetas geniales, esto es, dos creadores que, más allá de sus cualidades, poseían una gracia, un encanto, que no se conquista con el esfuerzo. Curiosamente, los dos gustaron a un tiempo de la poesía, la música y el dibujo. Ninguno alcanzó la plenitud. El primero, García Lorca, murió fusilado a los 38 años. El segundo, Félix Francisco Casanova, a los 19, asfixiado en una bañera de Santa Cruz de Tenerife.
"No creo que la labor de los eruditos o el almíbar verbal de algunos youtuberos supongan ningún quebranto para la poesía"
P. ¿Qué le parece más urgente y necesario, rescatar la poesía de los especialistas abstrusos o que se la confunda con letras de canciones?
R. No creo que la labor de los eruditos o el almíbar verbal de algunos youtuberos supongan ningún quebranto para la difusión de la poesía. Calma. La poesía es una necesidad básica del ser humano. Que mucha gente eluda buscarla en los libros de poemas acaso sea una cuestión entre educativa y logística. En todo caso, el problema es de la gente que se pierde algo valioso, no de la poesía.
P. Tres años después de su aparición, Patria sigue conquistando lectores en todo el mundo. ¿Cuál es el secreto para que un libro sobre el terrorismo vasco conmueva a rusos, franceses, alemanes, italianos...?
R. Diversos editores extranjeros han ponderado la universalidad de mi novela y en general la crítica internacional ha destacado la manera como yo tracé desde la ficción literaria el dibujo de una sociedad fracturada.
Odiadores en minoría
P. ¿Le ha sorprendido descubrir que tiene más odiadores en las redes de los que pensaba?
R. Mis odiadores están en minoría. Merecen respeto. Unos pocos han contribuido con meritoria tenacidad a la difusión de mi libro.
P. ¿Ha logrado el éxito alterar su rutina de trabajo? ¿Sigue madrugando para escribir o los medios y los lectores le estamos impidiendo dedicarse con cierto sosiego a su próxima novela?
R. A partir de ciertas dimensiones, el éxito es un abismo. Mucho cuidado, pues. El que me ha caído encima me ha cambiado la vida, en el sentido de que ahora viajo mucho y paso demasiado tiempo apartado del escritorio, que es mi espacio natural. Como escritor no he cambiado. Vean, si no, los dos libros que he publicado después de Patria, con los que he conseguido no aparecer en las listas de más vendidos. Para que luego digan...