Una película que arranca con George Méliès haciendo desaparecer a una mujer y termina con un bromista despidiéndose del público solo puede ser una cosa: un trucaje con guasa. La película es Rolling Thunder Revue. A Story of Bob Dylan (producida y estrenada por Netflix). El mago es Martin Scorsese y el bromista es Bob Dylan. Ambos lo dejan claro a su manera. El director sacándose imágenes de la chistera y el músico mediante diversos comentarios en la entrevista que concede para el filme, donde pocas veces se le ha visto tan encantador. “No me acuerdo de nada de aquella gira. Eso fue hace 40 años, tío, ni siquiera había nacido”, le dice a su manager Jeff Rosen. Un comentario así al principio del metraje deja el territorio abierto para la fabulación. Alertados estamos. Y sigue: “La vida no consiste en encontrarse a uno mismo, ni siquiera en encontrar a los demás. La vida consiste en crearse constantemente”. Y todavía hay más, para los crédulos (que serán muchos) frente a tanta memoria inventada: “Con una máscara puesta es más fácil decir la verdad. Sin máscara lo más probable es que esté mintiendo”, dice el genio de Duluth sin máscara, claro. De modo que la gran mascarada que es esta película –una incesante, lúdica y reveladora galería de espejos entre realidad y ficción, hombre y mito– se autodefine para no llevar a engaño. Aún con todo, gran parte del público creerá a pies juntillas lo que está viendo. ¿No es eso lo que ha ocurrido siempre con Bob Dylan?

Imágenes que abren y cierran la película: el mago y el bromista, Scorsese y Dylan

Todo gira alrededor de las máscaras, efectivamente. No en vano, aquello que este fake documentary –como lo fue F for Fake para Orson Welles, por ejemplo– reconstruye y comenta y transforma es de por sí la gran charada dylaniana de los años setenta. La hoy legendaria gira circense del otoño de 1975 con la que Dylan regresó a los escenarios tras un largo enclaustramiento para recorrer en caravana el noreste de Estados Unidos acompañado de una troupe de artistas (Joan Baez, Bob Neuwirth, Sam Shepard, Allen Ginsberg, Joni Mitchell, T- Bone Burnett, Roger McGuinn, Arlo Guthrie, Ramblin’ Jack Elliot, Scarlet Rivera, etc.) no deja de ser una monumental autorreflexión en torno a las duplicidades y los equívocos de identidad. Dylan, como siempre, quería ser otro pero sin dejar de ser Dylan. Quería seguir alimentando el mito y enredarlo hasta neutralizar cualquier atisbo de exposición de su intimidad, aunque en el fondo todo iba de lo contrario: de desnudarse. Para ello invitó a su mujer (en proceso de divorcio), examantes y amigos. Para exponerse a través de ellos. Recordemos: “Con máscara dices la verdad”. Si en torno a esa idea motriz se construyó hasta desmoronarse por sí misma la película Renaldo y Clara (1978) que el propio Dylan ‘dirigió’ improvisadamente durante la gira, “hasta el punto de que no tiene forma ni sentido”, como escribió Sam Shepard en su diario de bitácora (Rolling Thunder. Con Bob Dylan en la carretera, 1977), Scorsese recoge ahora ese espíritu para armar su propia commedia dell’arte, su propio Renaldo y Clara, si queremos, pues es con gran parte de los materiales de aquel largo, complejo y sinuoso filme que se alimenta esta nueva producción de Netflix.

Ken Reagan Photographer Joan Baez, Bob Dylan

Ya se vio en su película Bob Dylan. No Direction Home (2005) a Scorsese no le interesa tanto Dylan como hombre, incluso como artista, sino como figura cultural de la historia americana. Le interesa su estatuto mitológico, por ende, su leyenda. Al elaborar con esta pieza de found footage (con momentos realmente impresionantes, totalmente inéditos hasta ahora, como el ‘casting’ de la gira en el Greenwich Village o esa interpretación de Ira Hayes en una reserva india), cabezas parlantes y metraje de conciertos “una historia de Bob Dylan” (reza el título), está enriqueciendo esa leyenda y sumándose al gran proyecto dylanófilo, el que propulsa su movimiento perpetuo hacia lugares incógnitos. Al filme-ensayo-diario-alucinación-musical Renaldo y Clara le dedicó Dylan más de un año de montaje, en colaboración con Howard Alk, para acabar presentando en el Festival de Cannes una primera versión de cuatro horas (que muy pocos han visto, aunque circula), cuyo rotundo fracaso (solo el crítico colombiano Andrés Caicedo escribió algo decente sobre la película, en el sentido de que parecía haber entendido la propuesta) dio lugar a una versión para salas mutilada a la mitad. A partir de ahí, Dylan se desentendió del que consideraba su gran proyecto como cineasta (doce años antes había dirigido Eat the Document, también fuera de circulación), la película no encontró público y se disolvió en el olvidó. “¿Qué queda de aquello? –se pregunta Dylan al final de la película de Scorsese–. Nada. Absolutamente nada. Cenizas”. Se refiere a la gira, pero del mismo modo podría referirse a Renaldo y Clara.

Bob Dylan cantando Ira Hyes en una reserva india y Allen Ginsberg en una actuación de la gira

Aquellos que esperaban que este documental rescatara de las cenizas el secreto largometraje de Dylan, o que alumbraran la esperanza de una restauración que la hiciera justicia, se encontrarán con lo opuesto. Aunque Renaldo y Clara sea la base fílmica “documental” con la que trabaja Scorsese, la película no es citada ni acreditada en una sola ocasión en Rolling Thuner Revue. A Story of Bob Dylan. Conscientemente, tanto Dylan como Scorsese han decidido borrarla de sus vidas, de la historia del cine, aunque preservando la música que alumbró –paralelamente ha desenterrado todas las grabaciones de la gira para editarlas en un cofre de coleccionista– y las enérgicas interpretaciones en los pequeños recintos de las 22 ciudades en las que tocaron. Al fin y al cabo, es sobre los escenarios donde Dylan siempre ha sido Dylan, y no fuera de ellos. Precisamente fue en aquel periodo de tiempo en el que el cantante, con 34 años de edad, entregó sus conciertos más torrenciales, dando rienda suelta a un carisma magnético, cuando su voz era un caudal de energía, haciendo convivir la rabia, la ternura y la madurez, la misma voz que escuchamos en los álbumes míticos Blood on the Tracks (1945) y Desire (1975). El metraje de concierto filmado (por Howard Alk) en el falso documental nos llega ahora con una calidad de imagen y sonido excepcionales. Las interpretaciones de Simple Twist of Fate, Mr. Tambourine Man, One More Cup of Coffee o The Lonesome Death of Hattie Carroll (reproducidas en su integridad) concentran por sí solas el extraordinario valor “documental” del filme. También los audios de las entrevistas a Dylan realizadas por Larry ‘Ratso’ Slomam, el periodista gonzo-musical ‘infiltrado’ en la gira.

En verdad, toda la película es un objeto precioso para los iniciados en el universo dylanófolo y un señuelo hacia la leyenda para el resto de espectadores. Es una conjura en toda regla: “Conjuring the Rolling Thunder Re-Vue”, leemos en el silencioso arranque. Al parecer, cualquier proyecto audiovisual que quiera realmente aportar algo valioso a los estudios dylanitas debe disfrazarse de ente artístico y autorreflexivo. Necesariamente se convierten en ensayos sobre la identidad creativa, en una llamarada de abstracciones. Y desde esa perspectiva debemos concluir que este nuevo e inesperado trabajo de Scorsese está más cerca del I’m Not There (2007) de Todd Haynes o de Anónimos (2003) de Larry Charles –co-escrito por el propio Dylan– que de su anterior visita al mito, el documental No Direction Home. En su autoafirmación como ente autónomo mediante la negación de sus precedentes, la nueva película de Scorsese, por tanto, como ha hecho Dylan a lo largo de toda su carrera, juega abiertamente no solo con el desconcierto, sino sobre todo con el arte de la mentira para descartar la verdad (o a algo que se le parezca) y reafirmar el relato mítico. El modo en que lo hace, es decir, las fisuras en los intercambios de realidad y ficción que propone ya han sido, en apenas 24 horas, desmenuzados por la comunidad dylanita hasta el paroxismo, y publicaciones de gran consumo como Rolling Stone ya han señalado con pertinencia sus múltiples y estratégicas mentiras.

De izquierda a derecha, de arriba abajo: Sharon Stone, Michael Murphy, Jim Gianopulos y Stefan van Dorp

No, la adolescente Sharon Stone no estuvo en la gira. No, las caras pintadas de Kiss no fueron la inspiración, ni Dylan les vio nunca en concierto. Fugazmente se nos muestra una imagen del mimo Baptiste en Les enfants du Paradis (1945, Marcel Carné), la verdadera inspiración. Y no, el congresista Jack Tanner no existe, de hecho es un revival-extensión del ficticio personaje creado por el actor Michael Murphy en el mockumentary político Tanner ’88 de Robert Altman. Hay mucho más, y muy sutiles, desviaciones de la verdad de los hechos, pero especialmente relevantes son dos personajes: el supuesto promotor musical de la gira, Jim Gianopulos, un tipo perfectamente scorsesiano que es el actual presidente de Paramount Pictures, y el misterioso cineasta alemán Stefan van Dorp. Este último es, junto al propio Bob Dylan (que concede su mejor interpretación en la pantalla), el gran farsante de la función (interpretado por el actor Martin von Haselberg), y el personaje más enigmático, un genuino ególatra que bien podría ser un avatar ficcional entre Fritz Lang y Werner Herzog. Las memorias inventadas por ambos fantoches llevan el hilo discursivo del filme y proponen las tensiones entre lo real y lo fabulado.

De estas tensiones, al igual que en Renaldo y Clara, sirviéndose además del mismo caudal de imágenes (todo el material inédito es extraordinario), Rolling Thunder Revue… extrae momentos de enorme revelación y sentido. Así, la escena del filme de Dylan en la que escenifica con Joan Baez un diálogo de viejos amantes quiere adquirir ahora el estatuto de un documento real, de modo que la inversión del sentido se llena ahora de sentido. Aparte de Howard Alk, la gran ausencia en la película de Scorsese es Sara Dylan, la Clara de la cinta primigenia, vértice desestabilizador del triángulo de espejos en el que el músico y cineasta se refleja y se expone sentimentalmente en Renaldo y Clara. Scorsese sugiere que en esta gira comenzó realmente la Never Ending Tour del trovador, listando en los rótulos finales todos los conciertos, año tras año, que ha dado desde 1978 a 2018. Todo lo que ocurrió antes ocurrió cuando Dylan ni siquiera había nacido. Al menos el Dylan que hoy nos ha entregado esta nueva evidencia de su genio.

@carlosreviriego