Un grupo de estudiantes americanos de vacaciones en el interior de Suecia visitan una comunidad rural aparentemente pacífica y feliz con su adoración de los viejos dioses nórdicos. Celebran los ciclos de la Naturaleza en sintonía con la Madre Tierra, para asistir, precisamente, a los ritos del solsticio de verano. Es Midsommar, la nueva y esperada película Ari Aster, director de Hereditary.
En Bosque maldito, primer largometraje de Lee Cronin, una joven madre soltera se instala con su único hijo en las proximidades de un pequeño pueblo irlandés junto a la linde de un oscuro y profundo bosque que oculta un agujero en el suelo mucho más profundo y oscuro. Estas son las premisas de dos de las películas de terror más interesantes de estrenos recientes de un género que no decae pero que en estos momentos mira hacia el pasado en muchos sentidos.
Desde que el actor y guionista Mark Gatiss pronunciara las palabras folk-horror -parafraseando al veterano director británico Piers Haggard, en la segunda entrega de su serie documental para la BBC sobre la historia del cine de terror en 2010– el culto hacia este término y las películas a las que se refería inicialmente –El Inquisidor (1968), La garra de Satán (1970) y El hombre de mimbre (1973)– no ha hecho sino crecer, inspirando una corriente de títulos que han vuelto su mirada con provecho hacia esta suerte de subgénero.
Especialmente la tercera, El hombre de mimbre, dirigida por Robin Hardy, sobre un guión del prestigioso autor teatral Anthony Shaffer (La huella), basado a su vez en la estupenda novela de David Pinner Ritual (Alpha Decay), se ha convertido en referente fundamental y fundacional, suscitando secuelas, remakes y copias, que tienen ahora en Midsommar su más reciente ejemplo. Aster reescribe el esqueleto argumental de El hombre de mimbre, cambiando al policía con celo evangélico de aquélla por una pareja americana en crisis y sus amigos estudiantes. Eso sí, conserva inteligentemente buena parte de sus características esenciales: el suspense y el horror a plena luz del sol, la ambigua fascinación y repulsión que ejercen sobre nosotros las ideas y ritos ancestrales y la naturaleza siempre sospechosamente hipócrita y siniestra de las nuevas religiones, que basan sus bondadosas creencias en viejos mitos paganos.
Jugando con elementos del género “turistas americanos en país extranjero expuestos a la masacre” –que incluye títulos señeros como Hostel o Las ruinas–, Aster, cuyo principal defecto es siempre una sobreescritura pomposa, dilatada y exhibicionista del tiempo narrativo y la planificación que remite innecesariamente a Kubrick –para vestir así de hipermodernidad hípster lo que no deja de ser una “simple” película de terror–, aprovecha sin embargo al máximo las virtudes del folk-horror, con todos su coros y danzas del infierno. Al final, nos deja una película bella y a ratos inquietante, superior a su sobrevalorado debut.
Duendes y elfos
Por su parte, el irlandés Lee Cronin utiliza de forma elíptica y sutil, pero quizá por ello curiosamente eficaz, el acervo folclórico céltico referente a duendes y elfos, pero no precisamente a esos simpáticos seres bondadosos a los que nos tiene acostumbrada cierta narrativa fantástica, sino a sus aspectos más oscuros y siniestros. Especialmente los referidos al mito de los “niños cambiados” que aparece también de refilón en el último Hellboy.
En efecto, la joven madre protagonista de Bosque maldito va descubriendo que su hijo está cambiando. Tras el encuentro casual de un profundo y ominoso cráter en mitad del bosque vecino, el niño parece haber cambiado sutilmente pero de manera cada vez más evidente y peligrosa. Claro que… ¿no se tratará de la paranoia de una madre agobiada y perseguida por sus malos recuerdos?
Naturaleza irlandesa
Cronin juega tanto con la idea de la locura y el rechazo, pulsando las teclas del terror psicológico, como con la progresiva realidad de lo sobrenatural. No alude nunca directamente a ello pero ofrece una versión terroríficamente eficaz de aquel “pequeño pueblo” a cuyos horrores dedicara el escritor Arthur Machen algunas de sus más escalofriantes páginas.
Para Cronin, como buen irlandés, utilizar estos elementos folclóricos es completamente natural: “Donde quiera que crezcas en Irlanda nunca estás demasiado lejos de la naturaleza, de sus bosques y campos. Creo que no es nada sorprendente ver cómo estos escenarios se filtran en tu obra. Como buena parte del folk-horror, procede del lado más oscuro de la naturaleza. Tiene sentido que estas historias, tradiciones y atmósferas hayan sido explotadas por la gran pantalla”.
Lee Cronin juega con la locura y el rechazo mientras que Ari Aster aprovecha al máximo las virtudes del folk-horror
El género está aquí, pues, para quedarse, al menos un buen rato, como explica Cronin: “No sé si se trata de una tendencia. Como sucede en la moda, el cine de horror se mueve en ciclos. Y creo que el folk-horror se presta a crear personajes interesantes y propicia normalmente un montón de paranoias, lo que refleja cómo es el mundo actual”. Ambos filmes, o el hecho de que la próxima Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián dedique un ciclo y un libro al género, son claros síntomas de que, en pleno siglo XXI, los viejos dioses y mitos ancestrales han vuelto para aterrorizarnos y obligarnos a mirar atrás con bastante miedo.