Hace tiempo que a Vicente Gallego no le interesa la poesía autobiográfica ni “construir la efigie del poeta”, sino “quitarlo de en medio para que el lector vea la profundidad que adquieren cuatro objetos sobre un tapete”. Con esa intención, dice, surgió A pájaros y migas que acaba de publicar Visor.
Pregunta. “Di que (el) amor no fue solo / otra vana palabra” ¿Es éste su poemario más íntimo, más feliz?
Respuesta. La felicidad es una palabra que hoy convoca tantas banalidades que lo mejor sería no tener trato con ella. Yo hablaría de algo mucho más sutil: de simple, pura e inexplicable gratitud.
P. En estos poemas hay celebración y amor por la vida, una idea de plenitud ensombrecida por la fugacidad. ¿Cómo es esta relación?
R. Tiempo y eternidad no son dos realidades separadas, puesto que el eterno aquí y ahora es el soporte consciente desde el que vivimos la experiencia del devenir. El brillo de las cosas, su belleza y plenitud, son inseparables de su fugacidad. Así pues, no veo ningún ensombrecimiento: todo pasa, ¡qué hermosura!
P. ¿Es fácil descubrir “la música callada de las cosas”, o el ruido cotidiano, las redes, impide disfrutarla?
R. Eso creo que es lo que busca expresar todo poeta. Desde el principio de los tiempos, esa música callada de las cosas siempre ha sabido encontrar oídos devotos, y las redes sociales, con todo su poder, no podrán terminar con la inmensa minoría.
P. En el libro hay homenajes a su padre, a su madre, a su sobrina Aroa… ¿Sinceridad, impudicia, necesidad quizá?
"La música callada de las cosas ha sabido encontrar oídos devotos. Ni las redes podrán con la inmensa minoría"
R. ¿Puede la poesía hacerse cargo del dolor de una madre que se ve despojada de su hija a tan temprana edad? Sólo si la elegía es capaz de extender las alas y convertirse en canto, esa es la lección fundacional de Manrique. Salvando las distancias insalvables, las dos elegías que hay en este libro procuran hacer pie en la belleza de todas las cosas. Y qué sería de la belleza sin su ángel: lo terrible.
P. También figuran en A pájaros… homenajes, explícitos o no, a grandes poetas. ¿Qué ha supuesto para usted Francisco Brines?
R. Un padre, un maestro, un amigo único. Sin su diáfano ejemplo, ni mi poesía ni mi persona serían lo que son.
P. Hay quien le ha criticado por ganar tantos premios: ¿qué le hace presentarse, la búsqueda de nuevos lectores quizá?
R. Nunca he buscado más lectores ni publicidad, porque eso son cosas por completo ajenas al núcleo íntimo de la escritura. Lo que he sentido es la necesidad de publicar, de compartir, y presentarse a un premio me parece un modo tan legítimo de hacerlo como lo es mandar el libro a una editorial. Un premio no hace mejor ni peor un libro de poemas. Los hay que dan en el blanco, y los hay que dan pena. Valgan unos por otros.
P. Volviendo a “Ojos de Aroa”, el poema dedicado a su sobrina, leemos: “Soy esa soledad / del pozo más oscuro / soy el alba del canto” ¿Qué puede la poesía contra el dolor?
R. Ya lo dejé antes insinuado: la poesía no puede hacer otra cosa con el dolor, más que elevarlo en canto. Y no para negarlo o convertirlo en otra cosa, sino para que el dolor cobre la dignidad que le corresponde, la de ser uno con el amor.