David Jiménez. Universos. Sala Canal Isabel II. Santa Engracia, 125. Madrid. Comisario: A. Castellote. Hasta el 28 de julio
La prueba inequívoca de que las fotografías de esta exposición de Canal de Isabel II pertenecen al reino de las bellas artes, es que no tenemos más remedio que admitir que no sabemos qué quieren decir. Y es que, como advirtió Octavio Paz refiriéndose a la poesía: "un poema no quiere decir, un poema dice". Así, ni estas imágenes ni unos versos tienen que ser representaciones, reflejos de la realidad. Más bien se trata de entes autónomos, con un significado propio, que debemos dejar fluir en nuestra imaginación. Porque es en nosotros, espectadores, donde alcanzan su sentido pleno, no en la fidelidad más o menos precisa a aquello que les dio origen. Llama la atención que muchos curiosos visitantes de exposiciones de arte contemporáneo sigan saliendo de ellas indignados porque, precisamente, no saben "qué ha querido decir" el o la artista. Sí, es llamativo dado que ha pasado más de medio siglo desde que en 1969 Joseph Kosuth, uno de los impulsores de lo que hoy conocemos como arte conceptual, escribiera que una obra de arte que se preciara de serlo tendría que ser siempre una meditación acerca de qué es el arte, de sus límites y condiciones. Por tanto, la confusión y la incomodidad ante la obra no es producto ni de nuestra incapacidad para descifrar ni de la torpeza del artista, sino que surge de la misma entraña de la creación.
Palabras como constelación o archipiélago serían adecuadas para describir estos conjuntos de singularidades
Bien es verdad que el dictamen de Kosuth se enmarcaba en el contexto del arte y estamos ante una exposición de fotografía, lo que supone una dificultad añadida. Y es que si ante el cuadro o la escultura nos extrañamos porque no sean explícitos, ante una fotografía directamente reclamamos transparencia. Digamos que es una reclamación "natural", por lo menos lo era hasta hace muy poco tiempo. Por dos motivos. Porque desde mediados del siglo XX, la época de las grandes revistas ilustradas, la fotografía ha sido el vehículo para conocer el mundo más allá de donde alcanzaban la mirada. La fotografía como documento de verdad era un principio ético y una cláusula laboral. Por otro lado, los fotógrafos que buscaban una dimensión artística para su medio, tras abandonar la idea de lograrlo haciendo pasar las fotografías por pinturas, asumieron la instantaneidad y la objetividad como rasgos de estilo. Decía que hasta hace poco, porque la fotografía digital, con su facilidad para la manipulación y el retoque, han producido un efecto contrario: hoy en día, de forma espontánea, damos por hecho que cualquier imagen habrá sido manipulada, es "naturalmente" artificial.
Es en este marco en el que hemos de situar la fotografía de David Jiménez (Alcalá de Guadaira, 1970), uno de los fotógrafos más destacados del panorama actual en nuestro país. Desde su aparición como Fotógrafo Revelación en PHotoEspaña 99 hasta el Premio de las Artes de la Villa de Madrid, en 2008, ha realizado una obra tan personal como coherente. Destacan sus cinco libros, entre los que sobresale Infinito (2000), considerado uno de los pioneros del fotolibro en nuestro país. Es importante recordar su compromiso con el formato libresco porque creo que algunas de sus condiciones (el emparejamiento de imágenes y la lectura secuenciada) están presentes también en sus instalaciones como exposición.
Lo que vamos a encontrar en Universos, que así se titula esta muestra, es un amplio conjunto de imágenes solas o emparejadas, la mayoría en blanco y negro, cuyo hilo conductor no es el tema ni el formato, ni siquiera el punto de vista. Si algo tienen en común es su carácter enigmático. Otra peculiaridad es que, al contrario de lo que sucedería con fotografías convencionales, su origen temporal o geográfico es indeterminado y en último término, irrelevante. Con una estética minimalista y una atención sutil, parecen situadas en el borde mismo de lo visible. Como dice el propio fotógrafo, él está interesado "en la estructura misma de la realidad y en cómo la percibimos". Este sería, en último término, "el tema" de la exposición. Y yo creo que apunta no tanto a la realidad como a la forma en que puede recogerla una cámara. De ahí el grado de abstracción, de renuncia a los efectos de tridimensionalidad, de voluntario desenfoque. Las parejas de fotografías nos inducen a ver la permanencia de ciertos ritmos en el mundo visible, ya sea en el vuelo o en el humo. O la ambigüedad de las formas, ya sean esculpidas o carnales. También los engaños y revelaciones que proporciona el objetivo de la cámara, más allá de lo que el ojo ve.
Jiménez trabaja con dos herramientas características del arte más reciente: el archivo y el montaje. Esto es: partir de una gran cantidad de imágenes, ninguna de ellas imprescindible pero todas necesarias para crear una obra global. Y por otro lado, construir por relaciones de afinidad o contraste. La obra surge, por tanto, en la mesa de montaje y en la propia instalación. Palabras como constelación o archipiélago serían adecuadas para describir estos conjuntos de singularidades que, agrupadas, alcanzan un sentido superior a la suma de las partes. Quiero, por último, llamar la atención acerca del audiovisual que se encuentra en la sala más alta: allí, en movimiento, este poema visual se convierte en una canción para los ojos.