Desde que en 2013, Laura Castañón (Santa Cruz de Mieres, 1961) publicó su primera novela, Dejar las cosas en sus días, la escritora no ha cejado en su empeño de diseccionar el funcionamiento de la memoria. En su último título, Todos los naufragios (Destino), retoma el hilo familiar de Valeria Santaclara, la protagonista de su obra anterior, La noche que no paró de llover, para reconstruir el relato de amistad entre Gregorio y Onel. Una historia de lealtad que se enreda con otros personajes, situada entre Gijón y Nozaleda, un pueblo ficticio de la costa, y ambientada en las primeras décadas del siglo XX.
Todos los naufragios es la tercera de una serie, cuyas piezas se pueden leer independientemente, que concluirá con la próxima entrega. Castañón ya ha empezado a escribirla. “De alguna forma –comparte la autora-confío en agotar con ella el universo narrativo que empecé con la primera y que se prologa con La noche que no paró de llover y con esta última”.
Pregunta. A juzgar por su proyecto da la impresión de que la memoria es una construcción interminable que nunca acaba, ¿lo siente así?
Respuesta. Me temo que sí, aunque en parte me gustaría que acabara si quieres que te diga la verdad. Pero descubro siempre que detrás de cada historia se ocultan otras historias que también reclaman su espacio.
P. En realidad, la memoria se construye un poco así, ¿no?
R. Sí. Es muy fragmentaria y selecciona mucho. Reelaboramos los recuerdos, construimos una historia a partir de lo que sabemos, los que nos cuentan, lo que recordamos… Y eso no deja de ser una construcción que siempre es parcial. Siempre hay otra mirada detrás que de alguna forma clarifica o aporta una visión diferente.
P. En La noche que no paró de llover sus protagonistas eran femeninas, ahora son dos hombres, Gregorio y Onel, ¿tenía la necesidad de cambiar de voces?
R. Esto es muy curioso. Durante la promoción de mi novela anterior me dijeron que era una novela de mujeres porque las protagonistas eran mujeres y parecía que no había discusión en eso. Curiosamente en esta novela los protagonistas y los papeles principales son de hombres. Tanto Gregorio Santaclara y Onel como otros personajes. Pero los lectores y los críticos dicen que es una novela de mujeres. ¡Qué curioso, si los protagonistas son hombres! Pero es que es verdad. Es una novela de mujeres porque las mujeres están detrás, están por debajo de esa historia que se cuenta, pero tienen una potencia tan enorme que se convierten, siendo secundarias, en las verdaderas protagonistas. Aunque insisto que aparentemente los protagonistas son ellos.
P. ¿Era intencionado?
R. No sé si había algo intencional en ello. Yo creo que se imponen los personajes por sí mismos. La historia que quería contar tenía que ver con esos cincuenta años en Nozaleda y en Gijón a través de esos protagonistas pero la fuerza de los personajes femeninos se impuso. No solo las que son muy poderosas de por sí, como Flora, sino incluso también aquellas que pueden ser catalogadas como mujeres de una cierta banalidad y que tienen el empaque de personajes lo suficientemente imponentes, diría yo. Pero no es que haya una deliberada voluntad por hacerlo así.
P. En este contexto, ¿qué importancia tiene el papel de Flora Mateo?
R. Flora Mateo es la dignidad. Es una mujer que llega a una aldea desde Madrid. Llega con una serie de circunstancias personales a una aldea perdida. Y lo hace con su forma de entender la enseñanza, que es previa a la República. Ella forma parte de esos maestros con inquietudes que vivían en los pueblos y que incluso fomentaron una forma de enseñar diferente. Es la dignidad de querer hacer del espacio donde vive un lugar mejor. Ella lo hace en la escuela pero lo hace también sobre todo con las mujeres con las que se reúne con la excusa de enseñarlas a coser, para enseñarles a leer y escribir de una forma bastante clandestina. Encarna una pequeña revolución. La revolución que supone que una persona haga de lo que la rodea un lugar mejor.
P. Habla de la enseñanza como un elemento esencial, ¿qué peso tiene el conocimiento?
R. Es un elemento muy importante en la novela. Todos los naufragios empieza con un momento en el que Gregorio, de niño, va con su padre al cine, en sus inicios, y le habla del progreso y de la necesidad del conocimiento. Esa búsqueda, de alguna forma, constituye también la posibilidad de redención de muchos de los personajes y la contraposición entre el conservadurismo y la necesidad de evolucionar.
P. ¿Se inspira Flora Mateo o alguno de sus personajes en un referente real?
R. No hay una referencia inmediata real, no está basado en ningún personaje en concreto. Sí que hay dos apariciones en la novela de personajes reales que tienen un pequeño papel. Una es Rosario Acuña, que es una mujer con la que establece relación Flora por similitudes ideológicas. Ella vivió en Gijón y su casa todavía está ahí. Era casi un icono del pensamiento feminista en Asturias y fuera de Asturias. Y está también el personaje de Buenaventura Durruti porque en el periodo de tiempo en el que se desarrolla la novela tiene lugar en Gijón el atraco al Banco de España que fue el atraco más importante de la época, a manos de Los Solidarios, un grupo anarquista encabezado por el propio Durruti. Como algunos de los personajes de la novela forman parte del movimiento anarquista tienen un contacto con él. Pero muy leve. En ese sentido, tanto Durruti como Rosario Acuña son casi parte del paisaje pero con nombre propio.
P. Habla de una época muy concreta en la Historia de España, ¿qué valor le da al contexto histórico?
R. Cuando escribo lo que me importa es el modo en que los hechos históricos cambian la vida de los personajes, la manera en que se ven atravesados por esas circunstancias. En esta novela todos los acontecimientos que tienen lugar durante la primera mitad, especialmente durante las primeras décadas del siglo, de algún modo encuentran su eco en los personajes. En algunos más y en otros menos. La Guerra Civil, por ejemplo, o la Revolución del 34 en Gijón. Pero también cosas anteriores. Todas las disensiones que puede haber en el movimiento obrero y toda la dictadura de Primo de Rivera…
P. ¿Y cómo nos afecta lo que nos ocurre a nosotros? ¿Cómo vive el contexto actual español?
R. Cada vez que pienso que hay muchas cosas que están superadas y que avanzamos a alguien le da por abrir la boca. Eso me hace tener un cierto escepticismo con cómo va todo. Aunque yo soy de natural optimista. También sé que todas estas cosas aparecerán en las novelas que se escriban a posteriori porque es inevitable. Cuando escribimos novelas contamos historias de personajes y las cosas que les pasan están siempre contagiadas por el mundo en que vivimos.
P. Uno de los temas que también aborda aquí es el de la ausencia...
R. En Todos los naufragios hay dos ausencias, una sobre todo, que están ligadas a la renuncia. Cada vez que uno toma una decisión y elige una de las opciones que tiene deja tras de sí una renuncia y esa renuncia, en el caso de esta novela, deja una ausencia que se convierte casi en una enfermedad. Sobre la ausencia lo que ocurre es que construimos una realidad que no existe. Tratamos de llenar el hueco con lo que creemos que pudo haber sido y con lo que de alguna forma construimos una historia paralela, la historia que hubiera sido si... Eso es un peso, es una herida. En el caso de los personajes, Onel vive con eso toda su vida.
P. En ese sentido, otro eje es la amistad, ¿no?
R. La relación entre Gregorio y Onel es el eje vertebrador. Habíamos sabido de esa amistad y de sus consecuencias en La noche que no paró de llover. En esta novela esa relación articula toda la historia, explica muchas cosas y abre incluso otras perspectivas. Es una amistad en la que yo creo que destaca sobre todo la lealtad. De hecho, el concepto de la lealtad está muy presente en todo el texto. No solo entre estos personajes sino entre otros. En el caso de Gregorio y Onel está muy claro porque además se trata de una amistad fronteriza, hay una mezcla de muchas cosas, muchos sentimientos y me interesaba ver cómo a partir de la infancia, con sus idas y venidas y desencuentros, se mantiene esa lealtad a lo largo de toda la vida hasta constituir un sentimiento sustancial.
P. La lealtad… Pero también habla de la traición, ¿no?
R. Las traiciones que vienen aparejadas también con la obsesión. El eje central es la amistad pero son varios los ejes que se cruzan. Entre ellos está la traición, la obsesión, la renuncia. Hay un montón de elementos y de historias porque es una novela muy coral, a pesar de tener dos protagonistas, es un relato de muchos personajes y contrastes.
P. Como en el resto de sus novelas, el lugar, Gijón, juega un papel importante pero además, esta vez, construye un pueblo ficticio ¿por qué?
R. Quería contraponerlo con un escenario absolutamente real y cartografiado del que he estado mirando hasta la extenuación fotos antiguas, planos o periódicos para situar perfectamente las calles con sus nombres de la época. Quería jugar con esa idea de transitar un espacio absolutamente reconocible y tener la libertad de crear un espacio a la medida de los personajes. Darle la geografía, las circunstancias de una forma totalmente inventada. De alguna forma también es un contraste complementario. Muchos de los personajes se mueven entre los dos escenarios.
P. Cuando termine su cuarta novela, ¿se ha planteado cambiar de registro y salir de Asturias?
R. A veces tengo unas tentaciones tremendas de hacer algo totalmente distinto y escribir una distopía con tintes de novela negra. La tentación la tengo. Siempre he pensado que cuando termine con este ciclo haré algo muy distinto. Pero tampoco estoy yo muy segura de ello porque con lo de las cerezas ya se sabe... Las historias son como sus racimos, cada cereza se enreda con otra y otra y otra…