La mañana del 7 de enero de 2015 Philippe Lançon (Vanves, 1963) se debatía entre acudir a una reunión en Charlie Hebdo o acercarse a Liberátion, los dos medios parisinos en los que trabajaba. La decisión de ir al semanario satírico marcó un antes y un después en su vida. Ese día, dos jóvenes armados entraron en la redacción y dejaron 12 muertos y 11 heridos, entre ellos Lançon, que perdió la mandíbula. En El colgajo, publicado por Anagrama y Angle en su versión catalana, el periodista nos ofrece un retrato de su vida tras haber sobrevivido al atentado.
Le lambeau, el título original del libro, surgió antes de escribir la primera línea. Lançon no quería un título patético ni sentimentalista y por eso optó por este término técnico que designa una técnica quirúrgica. "En francés es una palabra más polisémica que en español, detrás se oye una expresión francesa, je suis en lambeaux, que viene a traducirse como estoy destruido, me estoy deshaciendo en pedazos. Yo no escogí ese significado", apunta el escritor.
"No había espacio para el rencor o el odio, no veía en qué podía ayudarme"
El proceso de recuperación no fue fácil, pasó más de 200 días en el hospital y se sometió a unas 18 operaciones. "Lo que me guió durante aquellos meses fue la cirugía y la voluntad, no solo de un individuo sino de un grupo, de reconstruir algo, no solo a la víctima, sino todo a su alrededor, amigos, familia e incluso el equipo médico", aclara Lançon. Aquella fue una época convulsa para el mundo entero, aunque especialmente para la población parisina. Se había producido un acto de guerra en una ciudad en paz, en el centro de París, a medio camino entre la plaza la Bastilla y la plaza de la República. Dos símbolos de la república y de la revolución en Francia.
"El libro no es nada político ni sociológico, es un cuento donde se narra lo que ocurre en la vida de un hombre que fue víctima de un atentado y sobrevivió. Ese hombre soy yo. Narro el efecto que esto tiene sobre su vida, la vida de los que están alrededor de él y en su memoria. La memoria es muy importante en este caso", explica. Y es que el principal cambio que ha sufrido en su vida es el de padecer problemas a la hora de tener un vínculo real con lo que vivió antes de 2015. "Este hombre recuerda perfectamente lo que fue su vida durante 50 años pero le parece que se ha cortado algo en esa memoria, el nervio existencial. Recuerda historias que ha vivido a los cinco, a los quince, a los veinte años, esas escenas suben como de un río negro cuando vive cosas después del atentado, pero el nervio existencial ya no existe, le parece que eso fue vivido por otra persona y que esa persona ya no existe. Ese es el corazón del libro", sentencia. Con el libro pretende dar de nuevo vida a esa memoria.
Si de algo está seguro Lançon es de que un libro no es una terapia, ésta viene antes. Es la cirugía, el psicólogo, el fisioterapeuta, los amigos, los amores… "El día que empecé a escribir el libro, dos años después, esta terapia de urgencia se acabó", aclara. Entre la primera frase y la segunda pasó un año y medio, tuvo que esperar a que acabaran las curas y la terapia para empezar a escribirlo. "El libro es el producto de otro hombre que ya no es la víctima sino un escritor", afirma.
"Cuando uno es una víctima, y yo era una víctima nacional, leer a Kafka es un buen antídoto"
Kafka ha tenido un gran papel en su recuperación. "Las cartas a Milena me ayudaron mucho. El autor tiene una capacidad extraordinaria para devolver el hombre que sufre a la humildad y no al orgullo de su sufrimiento. Cuando uno es una víctima, y yo era una víctima nacional, leer a Kafka es un buen antídoto", señala el escritor.
El 3 de enero de 2018 corregía el último capítulo en el mismo hospital donde todo empezó, una de las muchas casualidades que giran alrededor de la obra, debido a un retraso en una de sus operaciones. Cuando el enfermero acudió para darle una dosis de calmante previa a la intervención, Lançon la rechazó y comentó que estaba bien, que estaba escribiendo su libro. En ese momento él no era un paciente, era un escritor. "El libro siempre es producto de otra vida, utiliza la vida que vivimos pero en el momento de escribir ya no estamos en esa vida", cuenta el periodista.
Lançon afirma de manera contundente que no sitió odio. "Tengo poca capacidad para concentrarme en varias cosas a la vez y durante esos meses estuve centrado en el hecho de aceptar el tratamiento quirúrgico, que era bestial, y en acoger ese dolor y esas nuevas sensaciones que yo tenía en la vida en el hospital. No había espacio para el rencor, el odio o el pensamiento político sobre los atentados", declara. "Cada sensación es absolutamente nueva y lo nuevo en lo físico es sumamente desagradable porque no tenemos la capacidad inmediata de adaptación a estas sensaciones, entonces se trata de una desestabilización permanente en un sitio que no es nada anecdótico: la boca, el instrumento con el que se habla, se besa, se sonríe, se come." El autor explica que debido a su carácter socialdemócrata y pacífico no veía en qué podía ayudarle el odio. De la misma manera, comenta que cada vez le interesan menos los dos sujetos que cometieron el atentado y los terroristas en general. Ningún artículo que pueda leer sobre el tema le aporta nada. "Una novela de Conrad me ha enseñado más sobre el terrorismo que cualquier artículo sobre el tema", concluye.