Es imposible acercarse a la figura de Federico García Lorca y prescindir del amor. Su obra y, por tanto, su vida han estado marcadas por el devenir intenso de las relaciones amorosas. Así, “sorprende que este enfoque no haya sido tratado antes”, tal y como señaló el ministro de Cultura y Deportes, José Guirao. Se refería a la exposición que se acababa de presentar esta mañana en el Centro Federico García Lorca de Granada. Jardín deshecho: Lorca y el amor, comisariada por el hispanista estadounidense Christopher Maurer, es la primera muestra sobre el poeta universal que otorga el protagonismo absoluto a la temática del amor.
El ministro, que manifestó su preferencia por la última etapa en la poesía de Lorca, destacó también la línea armónica de Jardín deshecho, una muestra que recorre cronológicamente la vida del poeta a través de cinco salas y se detiene en algunos pasajes imprescindibles. Por su parte, Maurer reconoció el “honor que supone estar en Granada, epicentro del lorquismo” y no quiso pasar la oportunidad de felicitar al Centro Federico García Lorca “por lo que habéis creado en este espacio”. A continuación, dirigió el recorrido a lo largo de la exposición, deteniéndose en los elementos de la muestra.
La primera sala está dedicada a los primeros años del poeta, cuando elabora sus primeros textos, muy influenciados por el modernismo de Rubén Darío o Juan Ramón Jiménez, en los que trata de definir su identidad. “Dentro llevo una azucena imposible de regar”, le confesó a un amigo en una carta. La partitura para piano de la Sonnambulla, a cargo de la soprano Jenny Lind, recuerda que su primera inquietud artística fue musical, aunque poco después se adentrara en lo que él denominó “reino de la poesía”. Uno de los documentos más curiosos de la muestra es el ejemplar de su primer libro, Impresiones y paisajes, que contiene una dedicatoria hacia sí mismo: “A mi queridísimo Federico, el único que me entiende. Firmado: su propio corazón”.
Salvador Dalí es el personaje protagonista de la segunda sección. Las vitrinas están repletas de numerosas fotografías y cartas en las que el pintor y el poeta coinciden en el interés por el mártir San Sebastián, un icono de la homosexualidad. En otras, simplemente coquetean y se profesan el cariño que se tienen, hasta que la crítica negativa de Romancero gitano por parte del pintor al poeta separara sus caminos. Son los años de Lorca en la Residencia de Estudiantes de Madrid, donde se sintió maravillado por conocer a la flor y nata intelectual del país. Los otros elementos que completan esta segunda sala son libros como el de Gregorio Marañón donde se comienza a teorizar sobre el carácter científico de la homosexualidad, un “defecto” o “enfermedad” para muchos.
Mundos nuevos para el poeta
García Lorca partió a Nueva York en 1929, con el deseo de olvidar a su último amor y el desencuentro con Dalí. No aprendió tanto inglés como esperaba pero escribió uno de los poemarios más celebrados del siglo XX: Poeta en Nueva York. En sus próximos viajes por Latinoamérica, Lorca por fin puede expresar su condición sexual sin temor a ser perseguido o marginado como en España. La exposición se hace eco del abrumador éxito de su teatro en Cuba o Argentina, a través de los recortes de periódico que el propio poeta se trajo a España, y una foto del Teatro Avenida lleno para ver Bodas de sangre. Además aparece expuesta la carta de protesta a Lorca en Buenos Aires por la obra Yerma, también mal recibida en España por la moral más puritana, en la que se le reprocha el lenguaje a la hora de referirse al coito de Yerma con su marido.
El boceto del cartel de la obra Doña Rosita La Soltera completa el cuarto espacio, en el que se hace referencia al período de creación teatral más fecundo de Lorca. Pero el propio autor, a partir de una cita de 1935 también recogida en la muestra comisariada por Maurer, se consideraba “todavía un auténtico novel en el teatro”. Para poner punto y final a la disciplina teatral, Laura García Lorca, sobrina del poeta y presidenta de la Fundación Federico García Lorca, recitó los versos del poema ‘Herido de amor’ justo antes de contar cómo le deslumbraron sólo con siete años, al asistir a un ensayo de una obra junto a su padre, sin saber aún que eran de su tío.
Maurer no quiso despedir la ruta por la exposición sin reconocer que “descansa sobre un gran trabajo de investigación de Mario Hernández”. Quizás lo más valioso y más impresionante de la muestra sean los manuscritos de los once poemas pertenecientes a los Sonetos del amor oscuro, la obra póstuma que el autor proyectó con el nombre de Jardín de sonetos. Resulta emocionante regresar a través del pergamino tachado a aquellos últimos años en los que Lorca asumió su condición de homosexual también en sus textos.
Una muestra que conmueve por el verismo de todo lo que se expone, al albor de una historia conmovedora y resuelta en tragedia. Puede que todos conozcan la historia de Lorca, pero la exposición imprime, a través de tanto valioso material, ese grado de cercanía que atrapa. Las cartas a sus amantes; la dedicatoria a su primera amada, Emilia Llanos; los dibujos casi indescifrables; los recortes de periódico; los poemas a mano primigenios en busca de respuestas… Un jardín salvaje, al fin y al cabo, en el que todas las flores, tan citadas en su obra, están interconectadas por el amor. Un jardín deshecho de pasión y deseo. “Amó mucho”, dijo Vicente Aleixandre poco después de su muerte. “Y sufrió por amor lo que probablemente nadie supo”, añadió.