“Escribo para salvar aquello que nunca volverá a ser”, asegura quien es una auténtica maestra de la primera persona, quien desde la reflexión sobre sí misma consigue devolver el reflejo de todos los aspectos de la sociedad en que ha vivido. Ampliamente reconocida en Francia y considerada un referente por autores como Emmanuel Carrère, Virginie Despentes o Édouard Louis, la obra literaria de Annie Ernaux (Normandía, 1940) es un mapa que recorre, desde las propias experiencias y el pensamiento íntimo, una memoria colectiva en la que se mezclan derechos sociales, feminismo, lucha de clases y todo aquello que compone la vida, como el amor la enfermedad y la muerte.
Con interés sociológico, casi de etnóloga, Ernaux narra con sutileza y afán documental situaciones como la infancia, el aborto, el divorcio, el despertar sexual, la enfermedad de su madre, la muerte de su padre…en fin, todo lo que compone la vida humana, despersonalizándolas de si misma y haciendo que pueda ser perfectamente el recorrido de cualquier mujer nacida en la Francia rural de los años 40. Todo un puzle narrativo que, según reconoce la escritora, que visita España para recoger esta noche el Premio Formentor, “escribiría igual aunque no tuviera un solo lector, porque escribo para comprender lo que viviendo no entiendo”.
Pregunta. Como cuenta en Los años, tuvo desde muy joven la pulsión y el deseo de escribir, ¿por qué tardó tanto en hacerlo?
Respuesta. Desde joven sentí la literatura como un modo de poder explicarme todo aquello que no entendía viviendo, como un medio para comprender qué iba ocurriendo. Pero consideraba de algún modo ilegítimo escribir sobre mí misma, ficcionar todo lo que era mi mundo, mi infancia o la relación con mis padres. Me fue imposible, así que tuve que ir tanteando, haciendo pruebas con la primera persona y con narraciones más narrativas hasta que encontré esa voz, una voz que no narra mi vida, ni siquiera una vida, sino la vida en general, que tiene los mismos contenidos para todos pero que cada uno experimenta de forma individual. Esta idea me permitió sublimar de algún modo la distancia que había entre el mundo y yo, hacer algo más que simple autoficción.
P. Narra su vida de forma descarnada y se desnuda sin tapujos, ¿dónde queda el pudor? ¿Qué se siente ante esa exposición tan directa, sin el tamiz de la ficción?
R. El pudor desaparece donde comienza la realidad, no mi verdad personal, sino la pura realidad. Mis libros se basan en la memoria, una memoria que es a la vez personal y social, porque pone voz y rostro a las cosas cotidianas de una época. Así que si ni siquiera me planteo la pregunta de si tengo derecho a decir algo o si ese algo me afecta de algún modo personal, pues mi intención definitiva es narrar la realidad, recrear una especie de memoria social.
"Mis libros se basan en la memoria, una memoria que es a la vez personal y social, porque pone voz y rostro a las cosas cotidianas de una época"
P. Habla en muchas ocasiones de la memoria borrada, de la desaparición del yo con el tiempo. ¿Esa futura e inevitable desaparición es lo que la empuja a narrar, a dejar constancia, es la escritura testimonio?
R. Sí, quizá sea esa sensibilidad excesiva, mi plena conciencia del hecho de que vamos a ser olvidados, lo que me empuja a escribir. Pero no es algo narcisista, no lo hago para que no me olviden a mí, sino desde la plena conciencia de que todos vamos a ser olvidados, así que en realidad escribo contra ese olvido general, lucho contra él.
Y en efecto es una auténtica lucha, pues Ernaux escribe desde una posición combativa. En Los años, novela de 2008 que Cabaret Voltaire (que lleva cinco años recuperando su obra a razón de libro por año) publica estos días en España, describe todo el avance político, social y moral de la segunda mitad del siglo XX, el tránsito hacia la perfecta clase media, pero también se detiene en el auge del consumismo, el capitalismo salvaje. Sin embargo, lejos de lamentarse, no considera que su generación, la que vio destrozada Mayo del 68 y el fin de la sociedad del bienestar, haya sido engañada o sea la perdedora de los sueños del siglo XX. “El mundo está cambiando siempre y seguirá cambiando. Siempre va a ser una lucha, nunca podremos encontrar ese mundo ideal y utópico con el que soñábamos. Pero no soy derrotista, simplemente hay que seguir luchando”.
Algo que ha demostrado siendo una de las pocas cabezas visibles de la cultura francesa que ha apoyado incondicionalmente a los chalecos amarillos, a quienes define como “un movimiento absolutamente despreciado que se ha intentado desprestigiar por venir de las bases y no de un sindicato o un partido”, a la vez que criticaba a un Macron que juzga “arrogante y complaciente. No voy a cuestionar si ha leído mucho o poco, pero pone su cultura en el escaparate, algo que no hacían otros mucho más cultos como Mitterrand o Chirac. A nivel de política cultural solo hay golpes de efecto, como la tarjeta de los jóvenes, pero en realidad no es para él una prioridad”, defiende.
P. Usted es de orígenes humildes y cuenta que su ascenso social enturbió la relación con sus padres. Hoy, cuando se dice que ya no existe la clase media, ¿es realmente incompatible ese salto con quien uno ha sido, con usted de joven o de niña?
R. En realidad, más que la relación personal, que también, el conflicto con el mundo donde nací y crecí. Un mundo de campesinos y tenderos que tenían su modo de vida que determinaba un porvenir, unas posibilidades concretas. La lucha contra eso sí ha marcado mi vida y mi escritura. Siempre he querido escribir de forma áspera, sin poesía, para proteger la precisión del relato, para mantener un complejo equilibrio entre la idealización del pasado y la autocomplacencia por lo pobres que éramos. Creo que ahora se podría dar esa tensión igual. En España se dice que no hay clase media cuando en Francia se afirma que es la única que existe, pero quizá lo importante no es tanto hablar de clase como de distancia cultural y eso sigue existiendo totalmente.
"Hasta no hace mucho, el feminismo que exploro en mis libros inspiraba sobre todo incomprensión y condescendencia"
P. Otro elemento central en su obra es abordar aspectos universales de la condición femenina, ¿cómo ha vivido el ir rompiendo tabús y clichés sobre sexo, matrimonio y maternidad que eran seculares en época de su madre?
R. Es algo difícil de explicar y valorar. Siempre he explorado todas esas cuestiones femeninas como mujer y lo que más me ha afectado siempre en estas cuestiones han sido la incomprensión y la condescendencia, que era la tónica general hasta hace no muchos años. Por ejemplo, cuando escribí La mujer helada (1981), un libro que me permitió replantearme mi itinerario como mujer y fue clave para que diera el paso de divorciarme, se dijo lo típico de que era un libro de mujer y eso me afectó mucho. Sin embargo, con El acontecimiento (2000), donde narraba mi aborto clandestino en 1963 hubo un silencio y un rechazo totales. Y antes con Pura pasión (1992) se generó una controversia enorme. Se me echaron encima las feministas y los hombres me llamaban cachonda o calentorra, cuando en este libro, como en los demás, lo único que hacía era contar y analizar lo que me había sucedido. Me pregunto si escritos por un hombre hubieran tenido la misma acogida.
P. En su último libro, Memoria de chica (2016), vuelve a los años de su adolescencia y juventud, ¿hasta qué punto fue determinante aquella época para usted? ¿Por qué fue más duro escribirlo que narrar su aborto, su divorcio o la enfermedad de su madre?
R. Supongo que sí fue clave, porque en realidad es el libro que he estado escribiendo toda mi vida, desde los 20 años. No es que el hecho central del libro fuera más duro o doloroso que otras cosas que he contado, sino que es algo mucho más complejo. Narro algo que seguro que les sucede a muchas mujeres hoy, como primero consentí un acto sexual violento y luego me enamoré de ese hombre. Fue por la complejidad de esa realidad por lo que me costó tanto encontrar la escritura. Además, era un tema inflamable y también tuve que encontrar el momento de escribirlo, porque la escritura también está en relación con la sociedad, y ahora es un momento mucho más maduro.
"Igual que Sartre, opino que el escritor debe centrarse en conseguir explicar su época a sus contemporáneos de la forma que sea"
P. En una sociedad donde la individualidad está llevada al extremo, ¿qué papel público debe jugar esa intimidad que usted convierte en el centro de su proyecto narrativo?
R. Para mí, acercarse a la verdad mediante la literatura es una necesidad, pero a la vez creo que la literatura no está hecha para aportar soluciones. Igual que Sartre, opino que el escritor debe centrarse en conseguir explicar su época a sus contemporáneos de la forma que sea. Yo he encontrado esta, y me parece simplificar bastante hablar de literatura del yo o de literatura autobiográfica como si fuera una sola, porque hay en ella tanta variedad como en la literatura ficcional. Igual que en su día me negué a que catalogaran mis libros como novelas, opino que esa vieja oposición entre autobiografía y novela está superada, y hoy vivimos en una mutación de la escritura donde las fronteras entre géneros están cada vez más borrosas. Lo realmente justo, la clave, es el poder que tiene el texto para suscitar cosas entre los lectores de su tiempo.
P. Su obra es un puzle que se conforma con cada libro, piezas independientes de su vida, ¿le queda algo por narrar? ¿Qué será lo próximo que leeremos de Annie Ernaux?
R. Sí, claro que hay más piezas por escribir, pero no las voy a contar porque soy muy supersticiosa, tengo una relación supersticiosa y casi sagrada con lo que escribo, así que mejor no tocarlo. Además, creo que en el fondo el tema no es lo importante.