Su maestro, el hispanista Raymond Carr, le contó que Wittgenstein respondía airado ante cualquier demostración del carácter nacional de un pueblo afirmando que “el estereotipo es una forma primitiva de razonar”. Y así lo cree José Varela (Madrid, 1944). Y de su afán de dar luz a este primitivismo nace su libro. “Es que algunos tópicos han sido tan disparatados y fantasiosos que despertaron pronto mi curiosidad, pero, claro, imágenes tan fuertes como las que ha proyectado España desde fines del siglo XV han tenido profundas consecuencias, favorables y contrarias”, razona.
Pregunta. Su libro recorre toda una galería de estereotipos creados a lo largo de cinco siglos, pero, ¿cuáles han sido más dañinos para la imagen de España?
Respuesta. Dañino, depende del punto de vista de cada uno. El punto en que la realidad del mito difiere más de la realidad de los hechos es quizá el de España como ejemplo de la no-modernidad, del atraso y el fanatismo: una imagen que acuñaron los Philosophes en el siglo XVIII, precisa y paradójicamente cuando la España ilustrada de Carlos III navegaba (en el doble y más literal sentido del término) hacia el progreso y la modernidad de manera espectacular en viajes de investigación y en ciencias naturales, al extremo de asombrar a un Humboldt, que inició su viaje por América lleno de prejuicios, pero lo finalizó pleno de admiración.
P. De las dos imágenes históricas de España, la militante frente a la indolente, ¿cuál ha determinado más la visión foránea de España?
R. Cuando hablo de militante, que sería la España de los siglos XV, XVI y buena parte del XVII, no lo hago en el sentido militar, sino en el de entereza, constancia, energía, emprendimiento… En aquellos años de la Monarquía Hispánica éramos un conjunto de reinos admirado. España era el país de la cultura, su lengua y su diplomacia se imitaban en toda Europa, y se considera, al hilo de la tradición latina, que la sabiduría está en el sur. Una visión que se mantiene casi hasta finales del XVII. Por desgracia, la que ha prevalecido con el tiempo es la contraria, la de la crueldad y el fanatismo, la inquisición, entendida no como institución, sino como una imagen cultural y de batalla. Porque en el fondo esta historiografía, más que leyenda negra es una guerra de libros, de propaganda.
"Durante los siglos XVI y XVII éramos admirados, España era el país de la cultura. Por desgracia, luego prevaleció la idea contraria. La España del fanatismo y la Inquisición"
P. ¿En qué momento nació esta guerra y cuándo la perdimos?
R. El origen de la visión peyorativa es italiano, como todo en el Renacimiento, y nace contra los catalanes y aragoneses del siglo XV, que tras echar a los franceses de Italia se convirtieron en nuevos conquistadores. En esa época, la crítica todavía convivía con la admiración, pero ahí está la semilla de la leyenda negra. Tras las victorias de Carlos V, el poder militar y económico del Imperio Habsburgo queda claro en toda Europa y comienza a incubarse una envidia que desembocará en odio. A pesar de que en todos esos años la cantidad de españoles en los ejércitos eran una inmensa minoría, los flamencos y alemanes se suman a las críticas. En ese momento es clave la Apología de Guillermo de Orange, que incluso ha citado hábilmente hace poco el abogado de Puigdemont para denostar a España.
P. Más allá de estos orígenes, la imagen distorsionada de España se asocia hoy a la influencia de franceses y británicos en los siglos XVIII y XIX. ¿Cómo se llegó a esta visión global?
R. Es dramáticamente paradójico que, en el siglo XVIII, justo cuando vivimos una época esplendorosa de modernización del país, se proyectara sobre la España ilustrada esa imagen peyorativa. Aferrándose a la religión, británicos y franceses nos tildan de católicos fanáticos y atrasados, reaccionarios y supersticiosos. Y los españoles del XVIII se tragan esa idea del español como estereotipo de indolente y contrario al progreso, el paradigma de la no modernidad.
Sin embargo, lo peor estaba por llegar, asegura Varela Ortega, pues “es ya en el XIX, con el país arrasado por una guerra letal y apocalíptica como fue la de Independencia, cuando llegan los románticos, que se fascinan con la España subdesarrollada de 1830, un país deshecho, arruinado con las guerras carlistas y los pronunciamientos militares”. En ese momento se despliega el conocido bestiario peculiar en el que el español es el torero, el contrabandista, la gitana, el bandolero… todo un mundo apasionante literariamente que recogió el romanticismo francés e inglés. “Eso es lo que les gusta a los románticos extranjeros, que salen de sus países aburridos y cansados del mundo burgués e industrial que se está imponiendo. Y vienen a encontrar el mundo antiguo, cargado de exotismo ancestral. No quieren liberales, sino majos”.
"Los españoles vemos nuestro pasado distorsionado porque Franco ridiculizó la España imperial al proclamarse su heredero"
P. ¿Cómo han influido estos estereotipos en la imagen que los propios españoles tenemos de nosotros mismos y de nuestro pasado?
R. Esta pregunta debería contestarse con un estudio sociológico, pero es verdad que hay una relación acomplejada con nuestra historia. De hecho, todos los países imperiales tienen una leyenda negra, pero lo realmente singular en el caso español es que se reproduce y renace una y otra vez. Por ejemplo, el caso del abogado de Puigdemont jamás podría ocurrir en otro país. Si se celebrara un juicio contra Boris Johnson por cerrar el Parlamento, a nadie se le ocurriría decir que es igual a Cromwell o a Carlos I. No es verosímil. La Secretaria de Estado de Información debería tomarse el asunto en serio, sin mayores dramas y aspavientos, y explicar que los jueces han detenido –y están juzgando– a unos señores que han violado la Constitución.
P. A España se le echa en cara su pasado con frecuencia, como hizo el presidente de México. ¿Tienen sentido hoy estas denuncias?
R. Estas polémicas sobre América vienen de los ilustrados del XVIII, que meten en los españoles la idea de que éramos un ejemplo de error filosófico. Para ellos, la gran culpa española en la colonización no es derramar la sangre de los indios, sino mezclarla. Ellos estaban completamente en contra del mestizaje, por eso les gusta el origen de Estados Unidos. Blancos comerciando con blancos, nada de indios. Nuestras colonias fueron un ejemplo de civilización, donde se fundaban universidades y bibliotecas. A finales del XVIII, el Colegio de San Pablo de Lima tenía 10 veces más libros que Harvard. Hoy consideramos que la grandeza de Latinoamérica fue precisamente el mestizaje, así que deberíamos sacudirnos la culpa y cambiarla por un orgullo que otros, como británicos y franceses, no pueden sentir.
P. ¿Por qué los historiadores españoles no han dado réplica, casi hasta la actualidad, a ese “anacronismo continuo” del que nos habla en el libro?
R. Sí ha habido contrarréplica, todavía en el siglo XIX estaba bastante equilibrada la visión mítica y real, pero a nuestra época todo llega bastante distorsionado por culpa de la dictadura franquista. Franco tomó como modelo a Felipe II y a la Monarquía Hispánica, y así ridiculiza lo que no era ridículo. Convirtió el pasado en ridículo afirmando que una España en blanco y negro que pasaba hambre era la heredera de la gloriosa España imperial, y que sobraban los siglos XVIII y XIX. Lo volvió grotesco, pero lo grotesco es la comparación, no lo comparado. Por eso aún ahora se siguen diciendo tonterías anacrónicas sobre la España imperial.
"La grandeza de la conquista americana fue precisamente el mestizaje, así que deberíamos sacudirnos la culpa y cambiarla por orgullo"
P. Tras estos años, ¿cómo y cuándo nos hemos sacudido “nuestros complejos”?
R. Yo empecé el bachillerato en una España y terminé el doctorado en otra completamente distinta. E ingresé en la cátedra en otra todavía más diferente. Hace unos diez años, al ponerle a mis alumnos películas de la Guerra Civil, se espantaban y sorprendían al ver cómo era la gente, cómo se vivía. El cambio ha sido drástico y trepidante. Esa eclosión empieza en el año 55, cuando el país comienza a crecer a una media de casi un 7 % anual, y luego vuelve a cambiar varias veces. Aunque es verdad que al extranjero tarda en llegar esa percepción. Más que la Transición, el 92 es el momento clave. Con Barcelona y Sevilla se empieza a ver que este país es otra cosa, que España ha llegado a la modernidad absoluta, aunque lo hubiera hecho mucho antes.
P. ¿Y la España ausente, al margen del mundo, no ha sido peor que algunos estereotipos?
R. Lo primero es existir, estar presentes en el radar de la imagen. Y España es conocida porque hay dos etapas de la civilización occidental, el Barroco y el Romanticismo, que se ejemplifican perfectamente con España, lo mismo que la filosofía clásica es Grecia, la ley es Roma, la Ilustración es Francia o la industrialización es Inglaterra. ¿Cómo orientar esa ventaja en sentido positivo? Para empezar, con buen humor, y también con una ayuda inteligente del Estado.
P. En la sociedad hiperconectada de hoy no es tan necesaria la historiografía, pero, ¿ayudan internet, el turismo y las redes a combatir estereotipos?
R. La derrota del estereotipo es el conocimiento. El estereotipo es una manera de generalizar sobre algo que se conoce muy mal y sobre lo que se quiere enviar determinadas imágenes y clichés. Sin embargo, ahora, estamos en una época en la que en lugar de pensar, está de moda reaccionar por sentimientos. A este respecto, las redes pueden fomentar algunos de estos mitos, pero a la vez, ahora se conoce todo y hay 80 millones de turistas que ven España de primera mano. Y muchos millones de españoles que salen fuera y reconocen que es muy difícil hallar en el extranjero el nivel de vida, felicidad y seguridad que hay aquí.
P. Sin embargo, ante cuestiones como el nacionalismo catalán o la crisis afloran en el extranjero tópicos que nos tildan de manirrotos, indolentes y perezosos… ¿Cómo evitar que sigan remitiéndonos a la Inquisición?
R. Todo esto es cierto, pero no debemos olvidar que en nuestro pasado hay una larguísima época de admiración y de imitación de lo español. La leyenda negra, para empezar es gris, es una literatura de batalla que es sesgada porque, claro, es propagandística. No nos podemos obsesionar con eso. Es disparatada en muchas cosas, y por eso hay que tomársela con un humor distante y un poquito despectivo. Y sobre todo, especialmente por parte del Estado, fomentar el conocimiento real de la historia, algo que nos reconciliaría con nuestro pasado y evitaría los errores y falsedades.