Julia Spínola. V. Galería Heinrich Ehrhardt. San Lorenzo, 11. Madrid
Hasta el 4 de noviembre. De 6.000 a 15.000 euros
Las nuevas piezas de Julia Spínola (Madrid, 1979) se distribuyen por el suelo de la galería Heinrich Ehrhardt sin llenar de manera aparente el vacío de la sala, se mimetizan con el cemento. Pero en un espacio de aparente discreción se pueden desarrollar las posturas más radicales a fuerza de persistencia. La artista vuelve a trabajar con un objeto cotidiano como materia. Esta vez ha amasado hojas de papel de pasta gris, neutra, que crean unos volúmenes de formas indefinidas. A través de la repetición de gestos cuidadosos trabaja estos conjuntos amorfos creando diferentes tensiones materiales, como si un peso les hubiera caído levemente, manteniendo las hojas juntas pero sin desvelar cómo.
Con estas opciones de forma que se saben no definitivas activa un proceso de reflexión sobre las pequeñas diferencias, sobre las potencialidades que encierra cada una de las esculturas de manera latente. En contra de cualquier espectacularidad, la propuesta de la artista vuelve a plantear una dialéctica de la sugerencia. Lo hace investigando nuevas pautas, no siguiendo estrategias que había probado hasta ahora, y que nos remitían en su formalización a patrones geométricos u oposiciones simétricas. Así, se relaciona con una línea de elogio a lo informe y lo orgánico que rechaza una racionalidad universal, como la de Franz West, Eva Hesse, o Richard Serra en su vídeo Hand Catching Lead (1968), en ese intento de la mano de capturar una y otra vez una masa de barro cayendo.
Se podría imaginar a Spínola en el taller, operando con una rutina diaria entre los papeles, meticulosa, pero también gozosa, en el proceso que traen el experimento y el juego. En este proceso la artista no define, a propósito, ninguna estructura fija. Para reforzar esta idea de entrada en un nuevo territorio, ha elegido no dar un título descriptivo. La exposición remite al nombre de V., una sola letra que se puede suponer como el inicio de una palabra. Igualmente, no hay una hoja de sala explicativa, sino un texto que describe un paisaje. De esta manera, a través de una acumulación de gestos que juegan al despiste se lanza un reto desde la pura forma. No hay discurso, sí presencia.
Es un desafío a la percepción, una invitación a no consumir imagen tras imagen masticada por una narración. Sin palabras dadas que den una estructura de antemano, se nos empuja suavemente a indagar y cuestionar qué sucede. Hace falta un ojo atento y un cerebro activo para atreverse a pensar en una nueva gramática, en todas las posibles relaciones de formas: el de las propias esculturas en su condición individual, el de las piezas entre ellas, y con nuestro propio cuerpo.
Existe una fina irreverencia en toda esta operación. Se abren nuevas vistas y nuevos trayectos, como en el paisaje del que habla la hoja de sala: “Las formas de las hojas se olvidan. Las piedras se recuerdan. Interior confuso y contorno preciso”. Es un fin para las precisas taxonomías racionales, como requería lo informe de Bataille. Pero en Spínola no parece haber la inclinación nihilista del surrealismo hacia lo abyecto. Al contrario, esta presentación de lo continuamente inacabado, me remite más al pensamiento de la geógrafa inglesa Doreen Massey, que en su libro For Space (2005) reflexionaba sobre el reconocimiento del espacio como un lugar físico y político, producto de las interrelaciones simultáneas y siempre en construcción.
Al salir de la galería vemos unos collages calados con una máquina de hacer agujeros. Como pequeñas luces en el espacio nos hace mover la mirada, hasta ahora fija en el suelo, hacia arriba.