Tras varios años de creciente e ininterrumpida prosperidad, el sector industrial de todo Occidente se desplomó quebrando un modelo social que ha degenerado en la rabia social de los desheredados, esa clase obrera a la que durante mucho tiempo se le hizo participar del juego de la burguesía. Crónica de aquellos difíciles años y prólogo de sus consecuencias actuales es la novela Sus hijos después de ellos (AdN), el relato político de una juventud que tiene que encontrar su propio camino en un mundo agonizante, que le ha valido a su autor, el escritor francés Nicolas Mathieu (Épinal, 1978) el Premio Goncourt 2018.
Siguiendo la ascendente estela de la literatura de crítica social, que en Francia cultivan autores como Virginie Despentes o Édouard Louis, el escritor narra cuatro veranos de su juventud en los años 90, cuatro momentos que van desde Smells like teen spirit al Mundial del 1998, para relatar unas vidas que transcurren a toda velocidad en esa Francia intermedia, entre el aislamiento rural y el hormigón de los polígonos. Un país en la retaguardia de la globalización, atrapado entre la nostalgia y el declive, la decencia y la rabia. Para explicar los 400.000 ejemplares que ha vendido, Mathieu reconoce, modesto, que “mucha gente ha vivido eso y hay un efecto de identificación en los lectores que se reconocen en esta literatura”. "
Pregunta. Viene del mundo de la novela negra, que es una forma de acceso y crítica a todas las capas de la sociedad, ¿el salto a la novela social era un paso natural?
Respuesta. Incluso hoy creo que ésta podía ser una novela negra, pues la diferencia entre ambos géneros está en unos pocos detalles sutiles y en un código prefijado para el noir. De hecho, en ningún momento me planteé “ya he acabado con la novela negra y ahora voy a hacer literatura seria”, siempre hago el mismo tipo de trabajo, que se sirve de intrigas criminales mínimas para hablar del mundo tal y como es, hacer crítica social y hablar de la vida de las personas. Finalmente, lo que provocó el cambio, es que ésta es una novela de aprendizaje, pero en cierta forma subyace en ella la novela negra.
P. Esta historia recorre una época de su vida y una realidad que conoce perfectamente, ¿cuánto de sus recuerdos hay en ella, cómo construyo trama y personajes?
R. Los personajes y las situaciones se anclan en lo real, en lo vivido por mí, pero tengo la impresión de que mi experiencia en cierta forma es como la chispa, el punto de partida. Luego entra en juego el esfuerzo novelesco, el proceso de escritura, un movimiento donde personajes y tramas toman espesor y me llenan de ideas hasta que el relato se despega de mí y toma cada vez más distancia. Pero no tengo que pensarlo, surge de forma natural.
"La globalización y el final del Estado del bienestar se han hecho en detrimento de algunas clases y en beneficio de otras"
P. En este sentido, ¿cabría incluir este libro en la tradición del realismo social francés? ¿A qué escritores se siente más cercano?
R. Claro, por supuesto que entra en esa categoría. En cuanto a influencias, en primer lugar tenemos a Balzac y Zola, pero a mí me gusta más Flaubert, por su manera de entender el realismo. Tenía la voluntad de representar la sociedad en su conjunto y al mismo tiempo en detalle y además tenía un esfuerzo de estilo, una cuestión que, sin hacer comparaciones, no me es indiferente. Pero lo principal del realismo de Flaubert es un fondo constante de ironía, de humor, que me parece maravilloso. Por eso me gustan también sus sucesores más cercanos a nosotros como Georges Perec, Annie Ernaux y Georges Simenon. Además me ha influido el cine de autores como Maurice Pialat. Pero no me planteo si voy a hacer algo realista, sino que mi sensibilidad hace que me guste que las personas me den acceso de voyeur a lo real, eso me conmueve, me apasiona.
P. Su generación nació en la época donde la clase media parecía al alcance de todos y vivió el desmoronamiento de la Europa socialdemócrata, ¿se sienten engañados, frustrados, por las promesas del siglo XX, por el mito del progreso continuo?
R. Sí, por supuesto. Después de la guerra hay un nuevo contrato social celebrado entre todas las clases sociales para el reparto de la riqueza y se establecen unos equilibrios para garantizar la paz. Fue un gran momento de prosperidad que duró más de 30 años y que nos hizo creer a la generación de mis padres y a la siguiente que ése era el estado normal de las cosas, que el progreso iba a ser perpetuo. Pero ese equilibrio se rompe cuando la industria agoniza y desaparece y todo ello produjo, efectivamente, no solo frustración, sino también desesperación y angustia respecto al futuro. Hoy genera rabia y furia, porque la globalización y el final de este momento socialdemócrata se han hecho en detrimento de algunas clases y en beneficio de otras, no todo el mundo ha perdido en este tránsito. Yo nací entre los que perdieron y tienen la impresión de que mañana será peor que ayer, y entre esta gente la angustia tiene efectos políticos peligrosos.
P. Precisamente, el libro muestra como su región, tradicional bastión comunista, se convierte en aquellos años 90 en feudo de la extrema derecha, ¿por qué ocurrió esto?
R. Hay que pensar que en un momento dado el Partido Comunista muere. La desindustrialización destruyó totalmente las estructuras de solidaridad y sociabilidad que mantenían el núcleo ideológico de la clase obrera. Y luego llegó la extrema derecha, que ofrecía seguridad económica frente a la globalización que había dejado desamparados a los trabajadores, y seguridad cultural, una identidad para luchar contra la inmigración. El caso es que lograron articular una oferta política, nefasta sí, pero existente, algo a lo que la izquierda no respondió entonces. La izquierda se ha aburguesado y ha dejado defender en gran parte a las clases populares, por lo que éstas fueron captadas por la extrema derecha.
"La literatura, y el arte en general, es una forma de devolver los golpes de la vida, el único arma que tenemos contra el tiempo que pasa"
A pesar del frío análisis sobre este panorama sociopolítico, Mathieu asegura que su intención es ofrecer un retrato desideologizado, por lo que recela de términos como literatura comprometida o de denuncia, pues en ella “se sobreentiende que hay un sesgo ideológico, que hay un discurso muy demostrativo. Son obras muy ideológicas, monolíticas, y no es lo que yo intento hacer”, explica. Para él, la literatura tiene un componente de revancha, de lucha, pero no a nivel político, sino contra la vida misma.
“Hago obras de desmistificación, porque las sociedades se mienten mucho a sí mismas. Una novela de tintes sociales pretende quitar la máscara, mostrar lo que está entre bambalinas. Por eso la literatura es un arma de revancha sí, pero no desde el punto de vista político, sino desde el existencial”, defiende el escritor. “La vida es un rodillo que nos ofrece mucha alegría, sí, pero en la que de alguna forma todo terminará mal hagamos lo que hagamos. Y la literatura, el arte en general, son una forma de devolver golpes diciendo las cosas tal y como son, fijando sensaciones. Es la única arma que tenemos contra el tiempo que pasa”.
P. Hubo una época de joven en la que abandonó su región porque sentía vergüenza de ella, de sus orígenes, de su familia. Comentaba el otro día Annie Ernaux que más que en estos casos lo que se abre es más una brecha social que una brecha cultural, ¿lo vivió así?
R. Sí, es exactamente así. En cuanto uno accede a cierto nivel cultural y se da cuenta de que el medio social no es favorable, a pesar de uno mismo, uno toma distancia con su pueblo, porque empieza a hablar en otra lengua, a producir otras ideas, a tener otras aspiraciones que los propios padres, primos, amigos… A la vez es un sentimiento muy ambiguo porque ellos mismos te dan los medios para traicionarlos, una educación mejor que la que ellos tuvieron y los medios intelectuales. Es doloroso porque estás agradecido, pero a la vez te avergüenzas del medio en el que naciste. Sin embargo hoy, en una especia de vuelta del destino, me encuentro defendiendo a esas personas con las que me distancié.
"La tradición literaria francesa ha abonado un territorio muy rico de gente encolerizada que cuando escribe quiere desmitificar y hacer crítica de la sociedad"
P. La desindustrialización y la crisis de la clase obrera es un fenómeno común en Occidente, ¿por qué esta literatura está más viva en Francia e incluso tiene un reflejo social en el movimiento de los chalecos amarillos, en el que podrían participar sus protagonistas?
R. Pienso que puede ser porque en Francia hay una gran tradición de la literatura de crítica social, que podríamos remontar a personajes como Zola o Jean-Paul Sartre. Y también a la gran tradición crítica de las ciencias sociales, a los Foucault, Deleuze… esto en cierta forma alimenta un territorio muy rico de gente encolerizada que cuando escribe quiere desmitificar y hacer crítica de la sociedad. Por su parte, lo de los chalecos amarillos siendo parecido es otra cosa. Se trata de una categoría de población que ya no encontraba expresión política en el campo estructural tradicional y ha hecho un cortocircuito para hacer valer sus reivindicaciones y expresar su rabia. Es menos crítica social y más una reivindicación de intereses, y desde luego no se expresa de la misma forma.
P. ¿Qué se puede escribir después de Sus hijos después de ellos, en qué está trabajando?
R. Esta es la pregunta para hundirme la moral… Bueno, no aplico la lógica de escribir una novela mejor, de que cada obra debe vender más y ganar más premios que la anterior. Intento escribir en la lógica de crear una obra a largo plazo. Se podría decir que la intención de escribir una novela de aprendizaje me vino como una necesidad, y hay personajes en este libro con el que también tengo cuentas pendientes, así que sus historias seguramente se prolongarán por otros medios. Es todo lo que puedo decir.