Ash pasa las horas muertas de las tardes después del colegio garabateando en su cuaderno. Su carácter apocado y tímido le lleva a encerrase en sus páginas, temeroso de la acogida que sus creaciones podrían tener entre sus compañeros. Pero un encontronazo con un grupo de matones de unos cursos superiores termina con sus preciadas hojas desperdigadas por el puerto. Una de ellas, sobre la que ha pintado a Luna, es llevada por el viento hasta el viejo faro, y en su interior el chico descubre que la criatura que ha imaginado sobre el papel ha cobrado vida, una animación que ha traspasado la celulosa para hacer de las paredes del mundo su nueva morada. El genio del cemento, al que hace referencia el título del juego, le otorga un pincel mágico con el que transfigurar el escenario a su alrededor y dar el primer paso en el viaje iniciático hacia la madurez, donde el mundo de fantasía que durante tanto tiempo le ha propiciado el refugio necesario esconde un reverso tenebroso ineludible que le obligará a confrontar la realidad con renovada determinación.
La mecánica principal de Concrete Genie consiste en pintar las paredes de la ciudad de Denska, un puerto industrial en franca decadencia asolado por una oscuridad untuosa. Con una serie de patrones que hay que recolectar por el escenario, Ash puede diseñar genios en las paredes que le permitirán superar los diferentes obstáculos. Los genios tienen una apariencia reminiscente de las criaturas de Donde viven los monstruos (Spike Jonze, 2009), y los temas narrativos comparten ciertos elementos, pero, sin ningún género de dudas, el aspecto más subrayado de la producción de Pixel Opus es el artístico. Los brochazos del pincel de Ash destacan por el espectáculo de luz y color que vierten sobre las texturas envejecidas de la ciudad. Es un proceso transformador que ilumina las sombrías calles del puerto, abandonadas tras el colapso económico y afectadas por la contaminación industrial. Una de las cosas que llevó al equipo de Dominic Robilliard a cimentar el juego en el arte urbano y la expresión artística es la constatación, dentro de su propio equipo (formado por artistas y programadores de distintas nacionalidades), de la universalidad del fenómeno. Ya sea en Europa, los Estados Unidos, India o China, las paredes de los cinturones industriales de las ciudades suponen un lienzo sobre el que la juventud autóctona da a conocer su forma de entender el mundo, donde expresan sus anhelos y sus angustias, y donde queda registrado el sentir de una generación.
El grafiti se remonta a las primeras civilizaciones de la Antigüedad, y en casi todo este tiempo no ha dejado de ser un elemento controvertido, siendo casi siempre tildado de acto vandálico en contra de la propiedad pública, y perseguido en consecuencia. Pero al mismo tiempo, también es cierto que en los últimos años, justo cuando la distancia entre el arte museístico y la cultura popular era más grande, se ha vuelto a revalorizar el carácter performativo de una forma de expresión que rechaza frontalmente el mercadeo disparatado de los círculos más elitistas y que intenta borrar la frontera que esos mismos círculos han impuesto, aunque al final siempre cayendo en las redes del capitalismo que dicen combatir. Quizá el ejemplo más paradigmático sea la propia vida de Jean-Michel Basquiat, un neoyorquino de ascendencia haitiana y puertorriqueña, que pasó de pintar en las paredes del Bajo Manhattan bajo el pseudónimo SAMO y a ser perseguido por la policía por ello, a irrumpir en la escena de las galerías y comercializar su arte sobre puertas desechadas. Basquiat murió a los 27 años de una sobredosis de heroína, pero sus obras han seguido copando las subastas más disputadas de Nueva York, llegando en 2017 a batir récords con Untitled (1982), que el millonario japonés Yusaku Maezawa compró por más de 110 millones de dólares.
Pixel Opus es un pequeño estudio situado en la pequeña localidad de San Mateo, California; pero sus aspiraciones y su manera de entender los videojuegos como un vehículo de expresión personal son los que les han llevado a invertir los últimos cuatro años en hacer realidad su idea, tratando de encapsular la creatividad propia del arte urbano, del propio Basquiat a fenómenos tan arrolladores como Banksy. El concepto de pintura viva (living paint), la capacidad de estampar diseños por las paredes y que luego cobren vida, con los genios comportándose de manera autónoma, ha sido el gran desafío para un estudio que entre sus filas tan solo cuenta con cuatro ingenieros. Los sistemas subyacentes son tan elaborados que incluso la personalidad y el temperamento de las criaturas varía en función de cómo se pinten y el diseño que tengan: cómo se mueven, qué voces utilizan, cómo reaccionan al mundo a su alrededor, cómo se comportan en diferentes situaciones, qué habilidades tienen…
Concrete Genie es una historia de madurez que trata ciertos temas delicados, pero también es una oda a un estilo de expresión artística que busca incentivar la creatividad de todos los jugadores. Es compatible con las gafas de realidad virtual PlayStation VR y con los controladores de movimiento PlayStation Move, una combinación que no solo aumenta la inmersión sino que facilita el proceso creativo. A pesar de su estética animada y el tono infantil de los genios, la posibilidad de alterar los escenarios pintando sobre toda la superficie de las paredes y creando todo tipo de criaturas fantásticas estimulará la imaginación de los jugadores de todas las edades, de la misma manera que los clásicos del cine de productoras como Laika, Pixar o Studio Ghibli han sabido siempre hacer.
Concrete Genie estará disponible el 9 de octubre en exclusiva para PlayStation 4.