"Es peor, mucho peor de lo que imaginas. La lentitud del cambio climático es un cuento de hadas tan pernicioso quizá como el que afirma que no se está produciendo en absoluto, que nos llega agrupado con otros en una antología de patrañas tranquilizadoras". Así de rotundo se muestra el periodista estadounidense David Wallace-Wells en el arranque de su libro El planeta inhóspito (Debate), un catálogo de catástrofes naturales, hambrunas, falta de agua, calor achicharrante, aire irrespirable, océanos moribundos y colapso económico, que según el autor, nos acechan más pronto de lo que creemos. Pues, si continuamos sin hacer nada, o más bien haciendo poco para paliar una crisis climática a la que ya llegamos más que tarde, éste podría ser nuestro futuro. Sin embargo, Wallace-Wells asegura optimista que “todo está en nuestras manos”.
Pregunta. Su libro tiene un tono bastante apocalíptico, ¿por qué es ya tarde para detener el cambio climático?
Respuesta. Mi intención no es sonar apocalíptico, pero por propia experiencia sé que tenemos un déficit de conocimiento real sobre lo que realmente ocurre con el cambio climático. Las proyecciones científicas siempre han sido conservadoras y con este libro lo que intento es ofrecer, desde la responsabilidad periodística, los datos reales que permitan entender la magnitud del problema. Hay quien dice que incentivo el miedo, pero todo lo que cuento es real y posible, y la cuestión es cuánto vamos a hacer para parar el desastre y cuánta prisa vamos a darnos, porque de ello dependerán las consecuencias.
P. Hace casi 30 años que la ONU comenzó a advertir seriamente sobre todos estos peligros que narra, ¿por qué no se han tomado en serio, incluso a día de hoy?
R. Hace sólo unos años todavía era posible hablar sobre el cambio climático como algo que iba a suceder, pero ahora sabemos que está sucediendo y con una velocidad alarmante. Es un proceso que se ha acelerado enormemente hasta el punto de que en los últimos 30 años se ha hecho más daño que en los siglos anteriores. En su día, todos creíamos que saberlo sería suficiente para pararlo, pero es obvio que no, que hace falta más. Hay que asumir definitivamente que todos tenemos la culpa de los cambios drásticos que puede sufrir nuestro planeta. Si es un reto global, la solución debe ser global.
"La complejidad de los proyectos para combatir la crisis climática exigen acciones a gran escala, no pasos individuales. El juego ya no es local"
P. En este sentido, usted quita importancia o desecha las acciones individuales tan en boga, como el veganismo que proclama Safran Foer o la apuesta por el transporte público, ¿realmente el individuo no tiene poder?
R. En un caso como éste no sirve eso de que un poco es mejor que nada. Los actos y acciones individuales no salvarán el planeta, porque para que tuvieran incidencia tendrían que ser masivos y estar coordinados entre miles de millones de personas, algo que a día de hoy no parece posible. Pero ya no es simplemente una dicotomía individuo/colectivo, sino que la complejidad de los proyectos para combatir la crisis climática exigen acciones a gran escala, no pasos individuales. La rápida expansión de ideas y políticas que ha traído la globalización sugiere que ya no se puede actuar a nivel nacional, que las fronteras son irrelevantes. Por ejemplo, un ciudadano español está afectado por los problemas climáticos de China o India. El juego ya no es local. Los políticos nacionales tiran de hipocresía con el tema, pero la realidad es que deberían ser capaces de participar en iniciativas globales, algo cada vez más urgente y necesario.
Esta necesidad de una actuación internacional conjunta es el caballo de batalla de Wallace-Wells, que considera que la labor de la política es precisamente ésta de dar solución a los grandes problemas globales. “Es difícil pensar, viendo los precedentes, que las estructuras de poder actuales serán capaces de lidiar con un problema que llevan tres décadas soslayando. Pero quizá la diferencia venga de que por fin se está empezando a aceptar que el cambio climático es un problema no sólo medioambiental o humanitario, sino también económico y cultural”, apunta el periodista, que también desconfía de los tecnooptimistas, aquellos que creen que los surgirá un avance revolucionario que mitigará o eliminará las consecuencias del cambio climático. “La tecnología, que mejora rápida y constantemente, ayudará, claro, pero no es la solución definitiva. Atajar todas estas amenazas, porque eliminarlas del todo no es posible, pasa por un cambio de mentalidad”, asegura.
"Por fin se está empezando a aceptar que el cambio climático es un problema no sólo medioambiental o humanitario, sino también económico y cultural"
P. Como usted mismo dice, llevamos tres décadas de buenas palabras y pocas acciones, y menos a nivel global, ¿por qué ahora será distinto?
R. Precisamente por ese componente económico que empieza a tener el cambio climático, que afecta a multitud de industrias. El clima extremo, la falta de agua e incluso unas hipotéticas y futuras guerras de supervivencia hasta hace nada parecían problemas futuros de los países pobres, pero ahora se prevé que en los peores escenarios llegarían a afectarnos también al hemisferio norte y a Occidente. Sin embargo, también hay que pensar que hacer cosas como reducir emisiones o apostar por las energías verdes es mucho más fácil para unos países que para otros, como China, India, o los estados africanos. Habría que ayudar a los países pobres a desarrollar la tecnología que les permitiese ser más competitivos y crecer responsablemente. La dicotomía del cambio climático no es algo binario, o sólo progreso o sólo destrucción, sino que la clave es buscar el equilibrio, crear un modelo conceptual colectivo que permite ese progreso sostenible.
P. A pesar de todo lo relatado, usted se reconoce optimista, ¿dónde queda la esperanza?
R. Aunque mucho daño es irreparable, todavía se pueden evitar los grandes dramas, y es importante recordar y seguir pensando que el cambio climático es un debate abierto, que es algo humano, causado y solventable por nosotros. Como cualquier actividad humana, esta crisis se rige por la incertidumbre y su evolución dependerá de qué medidas se tomarán, y cuándo. A priori no hay motivos para que todo esto no tenga un final feliz.