Miquel Mont y Guillermo Mora. Horizontal. Tabacalera
Embajadores, 51. Madrid. Comisaria: Virginia Torrente. Hasta el 10 de noviembre
El sistema moderno del arte estableció una serie de supuestos axiomas que durante algún tiempo parecieron incuestionables: desde la autoría individual al cubo blanco como espacio de exposición de obras producidas al dictado de la pureza formal en el lenguaje propio de cada una de las artes plásticas. Aunque hace décadas que las prácticas artísticas híbridas contestan estos presupuestos, lo cierto es que las inercias institucionales y mercantiles siguen manteniendo ese statu quo fantasmal, no solo ante la realidad del arte contemporáneo, sino ante la herencia milenaria de la historia del arte.
Horizontal, en Tabacalera, viene a subrayar el estado de la cuestión en el campo específico de la pintura. La colaboración entre Miquel Mont (Barcelona, 1963) y Guillermo Mora (Alcalá de Henares, 1980) nos recuerda esta práctica ininterrumpida a lo largo de la historia pasada y contemporánea entre artistas, en este caso, con la ideación y realización a cuatro manos de una pieza en La Fragua. A ambos pintores les interesa la transformación site-specific del espacio, la extensión de la pintura objetual más allá de los soportes habituales, incluso la indiferenciación de soporte y plano de representación a través de las formas de composición, los materiales en juego y, siempre, el color. Cada cual a su modo –Mont en un estilo más teórico y analítico y Mora de manera más experiencial, orgánica y narrativa– son hoy referentes de una reflexión constante sobre la pintura que, al margen de su indiscutible capacidad discursiva, se expresa tanto más y mejor en sus obras. El resultado, como no podía ser menos, es excepcional e impecable.
MIQUEL MONT Y GUILLERMO MORA transforman el espacio de La Fragua con una intervención excepcional e impecable
Ante el reto de transformar juntos este vetusto espacio, del que apenas quedan ya residuos por la imposición de los blancos paneles impolutos cuando se convirtió en sala de exposición, partieron de la antigua línea divisoria de la de la entrada. A 1,70 metros de altura, todavía azul oscuro en su parte inferior y ocre sucio en la superior, invirtiendo los valores tonales oscuros y claros, excepto en la pared frontal al fondo de la sala. La línea horizontal se impuso también en el modo de trabajo, propiciando la negociación de la carta de doce colores procedentes de sus respectivas paletas, “acidulzonas” como dice Mora y más intensas y cálidas por parte de Mont. Uno de los resultados sorprendentes es que lo que antes era defecto ahora se convierte en virtud. El no-zócalo, siempre en rojo inglés para disimular con la terracota del suelo la inclinación descendente de la sala, es ahora el enmarcado trapezoidal de este gran mural.
Pero hay más, ambos artistas han aportado otras formas características de su obra, en este caso acromáticas. Rastros inesperados de gestos transparentes de silicona de Mora discurren sobre paredes y rincones; y, sin rivalizar, a ras del suelo como pequeños habitantes, otras formas blancas y translúcidas, torres de cintas adhesivas moldeadas. Un repertorio que contrasta con las estructuras de metal y cristal, sobre las que reverberan y dialogan los sucesivos planos y las curvas de los arcos, con un guiño oriental.
Con esta exposición en La Fragua, la retrospectiva de Leiro, el escultor de las figuras pintadas, en La Principal, y la de objetos encontrados y trampantojos del pintor portugués Rui Macedo en la sala Estudios, Tabacalera se suma a principales centros de arte como el CAAC, el MUSAC y el propio Reina Sofía que programan por ciclos temáticos. Aquí se trata del elogio a las artes plásticas (frente a las “artes visuales”) en su transformación permanente. Interesante.