“La caída de Jacobo Árbenz fue un hecho neurálgico en todo el continente. Yo era un estudiante universitario y salí a manifestarme en Lima, porque nos pareció un atropello inicuo que se depusiera de ese modo a un presidente electo”. Así recuerda el escritor peruano Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) el día de 1954 en el que un golpe de Estado, auspiciado por Estados Unidos y la CIA, derrocó al gobierno de Guatemala tras haber acusado a su presidente, un demócrata convencido que estaba desarrollando reformas para sacar a su país del atraso secular, de ser un agente soviético.
Esta es la trama que el premio Nobel desarrolla en su nueva novela, Tiempos recios (Alfaguara), un recorrido por los convulsos años 40 y 50 en el Caribe y Centroamérica que, a su juicio, fueron “el momento en que se jodió América Latina”, apostilla parafraseando el conocido inicio de Conversación en La Catedral. Un clásico del que esta nueva novela toma las técnicas narrativas y los diálogos cruzados, aunque el terrible universo de violencia explorado la entronca más con la aclamada La fiesta del chivo.
Y es que el protagonista de esta última, el autoproclamado generalísimo dominicano Rafael Leónidas Trujillo fue el gancho que atrajo al escritor. “Hace algo más de tres años estaba en Santo Domingo, cuando alguien me dijo que tenía una historia para que la escribiera. Otra más, pensé, pero en este caso fue diferente, me sentí profundamente intrigado”. La historia que le contó el poeta y político Tony Raful vinculaba a Trujillo con la caída de Jacobo Árbenz, presidente electo de Guatemala. “Había indicaciones confusas de que Trujillo había dado armas, dinero y soldados al golpista Castillo Armas, que ya estaba siendo apoyado por la CIA”.
"Es la novela quien lleva al gran pueblo los hechos históricos fundamentales, pero es aceptada por lo que es y representa, no por las verdades históricas que guarde"
Vargas Llosa , que reunió como es habitual un numeroso grupo de periodistas en la presentación de la novela en la Casa de América de Madrid, comenzó a investigar y descubrió que el caso iba más allá. Trujillo había pedido a Castillo Armas tres cosas, que le entregara a un general dominicano opositor que había tratado de matarlo, una invitación para un desfile conjunto en Guatemala y la máxima condecoración nacional. “Vanidades, como se ve. Pero Armas Castillo no cumplió con nada, porque, en mi opinión, le tenía miedo a Trujillo, una persona impetuosa y soberbia que entonces era el hombre fuerte de Estados Unidos”, explica el peruano. Así que, según su informante, Trujillo decidió, con la connivencia de los norteamericanos, arrepentidos de su elección, asesinar al guatemalteco, en lo que Vargas Llosa considera “una más, aunque muy probable de las diversas hipótesis que pesan sobre uno de los secretos de América Latina que nunca se resolverá a ciencia cierta”.
Investigar la realidad para tejer la mentira
“Pero esto es una novela, no un libro de historia”, advierte el Nobel, “por lo que aquí cuenta la ficción, el relato. Cuando quiero hacer una declaración política escribo un artículo o concedo una entrevista, pero cuando escribo una novela es porque hay cierta experiencia vivida que me resulta muy estimulante para inventar a partir de esos recuerdos. Y después investigo mucho para mentir con conocimiento de causa”, afirma sonriente.
“La novela y la historia han tenido siempre relaciones muy próximas. La historia es en la actualidad muy técnica y especializada, y es hoy más que nunca cuando es la novela quien lleva al gran pueblo los hechos históricos fundamentales, que impregnados de fantasía, prevalecen sobre la realidad”. En este sentido, reconoce que “donde había blancos he utilizado la fantasía, la invención”, pero también apunta que “hay hechos básicos que es imposible alterar, porque son tan conocidos que cambiarlos provocaría lo que más teme un novelista, que el lector no crea lo que lee. Aunque en los detalles, el novelista es y debe ser absolutamente libre”.
Vargas Llosa, quien gusta de dejar difusas las líneas entre realidad y ficción, entre invención e historia, asegura que “la novela va a ser fundamentalmente aceptada por lo que es y representa, no por las verdades históricas que guarde. Por ejemplo en Guerra y Paz, los historiadores han demostrado que muchos hechos no ocurrieron como Tolstói los cuenta, pero para el lector es incuestionable. Aunque los hechos estrictos pueden haber sido alterados, debe haber un acierto en el fondo de las novelas históricas que es lo que las hace populares”.
Un error capital
Pero para entender en profundidad esta historia, que guarda en su interior muchas de las claves del futuro devenir del continente, el escritor conmina a los futuros lectores a que contextualicen los hechos. “Eran los años de la Guerra Fría y el macartismo, y para los Estados Unidos, que ya había derrocado gobiernos de izquierdas en Irán o en Grecia, la nueva obsesión era que Latinoamérica no se convirtiera en un satélite soviético”.
"Si Estados Unidos hubiera apoyado las reformas de Árbenz en lugar de derrocarlo, el comunismo nunca hubiera arraigado tanto en América Latina"
Sin embargo, a juicio de Vargas Llosa, esta persecución que desembocó en el derrocamiento del presidente guatemalteco fue un gran error estratégico. "Si Estados Unidos en lugar de derrocar a Árbenz hubiera apoyado sus reformas, la historia de América Latina hubiera sido otra muy diferente. Seguramente Fidel Castro no se hubiera radicalizado y vuelto comunista pues su programación original era socialdemócrata al estilo de la del guatemalteco”, explica el peruano. Un programa de corte capitalista, que quería expandir, a través de una audaz reforma agraria, como la de los Gracos en Roma, la democracia occidental entre los indios y campesinos que vivían en un régimen de esclavitud feudal. “Que el país que el admiraba lo atacara e hiciera pasar por agente soviético debió de ser muy duro”.
Como recalca el Nobel en el libro, la caída de Árbenz, lejos de alejar el comunismo de Latinoamérica, “creo una imagen de Estados Unidos entre los jóvenes de todo el continente que les llevó a descreer en la democracia y a buscar el paraíso comunista al pensar que la vía democrática no era posible. Eso los empujó al socialismo y al comunismo, abriendo un periodo de terribles matanzas que afortunadamente ya hemos superado. Todo se hubiera evitado si el modelo Árbenz se hubiera respetado y Estados Unidos hubiera entendido que no era un instrumento de la URSS”.
Nosotros, los culpables
Sin embargo, Tiempos recios, que sale hoy a la venta en 20 países de habla española con una tirada de 180.000 ejemplares, no es un furibundo ataque contra Estados Unidos y sus abusivas prácticas en los países latinoamericanos. Pues, a pesar de todo el mal causado, el escritor asegura que “salvo casos excepcionales, un país, y más todo un continente, no se joden en un día. Es un proceso muy largo, y América Latina ha sido una experta en perder oportunidades. Nuestra responsabilidad en el fracaso de América Latina es gigantesca, somos nosotros, no los estadounidenses los que fracasaron”, afirma rotundo.
"La dicotomía entre dictadura militar y revolución comunista que durante años marcó la política latinoamericana hoy ya no existe, y eso es un gran triunfo"
“Mi novela retrata una América Latina odiosa y detestable, la de los dictadores y la violencia política, la cara más retrógrada que afortunadamente ya va quedando atrás. Ese mundo era muy atractivo para la literatura pero terrible para vivir, pues la libertad sólo existía en los emblemas y sobre el papel”, recuerda el escritor, que, por el contrario, se muestra optimista ante el futuro. “Ya no hay dictaduras militares, sino ideológicas, y son reductos cada vez más pequeños. Tenemos democracias muy imperfectas, impregnadas de populismo y corrupción, pero entre dictaduras y democracias hay un progreso notable”.
“Y sobre todo”, asevera, “esa dicotomía entre dictadura militar y revolución comunista que durante años marcó la política latinoamericana hoy ya no existe”, asegura. “Tras años de miles de jóvenes muriendo por el sueño de los ideales y las revoluciones comunistas, los latinoamericanos nos hemos resignado felizmente a que la democracia es el único camino para la lucha contra el atraso y las desigualdades y hoy en día tenemos muchas más opciones de salir adelante que cuando yo crecí”.
No obstante el escritor, que reitera que “vale la pena resucitar la muy pasajera administración de Árbenz, reivindicarlo desde la democracia, desde el liberalismo que fue interrumpido de manera brutal, lo que nos atrasó 50 años”, ha concluido haciendo una petición a los lectores. “No me crean. No escuchen todo esto que les digo. Simplemente lean el libro sin prejuicios y fórmense su propia opinión. Ojalá haya acertado en algo de lo que he escrito”.