La ‘era Afkham’ empezó con mucho brío e ilusión pero, con el paso de los meses, la convivencia en la Orquesta Nacional se fue enrareciendo. Con frustración, el maestro alemán constató que su capacidad ejecutiva para moldear un proyecto propio estaba muy acotada. Ese corsé se lo quitó el Inaem en febrero al otorgarle máximos poderes para las dos próximas temporadas (con opción de prolongarla otra). Ha pasado de ser mero director principal a ejercer como director titular y artístico de la agrupación. En su camerino del Auditorio Nacional, David Afkham (Friburgo, 1983) explica a El Cultural que su objetivo es que la OCNE siga ganando posiciones en el escalafón internacional. El próximo jueves y el domingo la dirige por primera vez en este curso. En atriles, un Everest lírico: Tristán e Isolda.
Pregunta. ¿Cómo describiría su experiencia en la orquesta hasta la fecha?
Respuesta. Empezó como una luna de miel. Conservo unos recuerdos muy emotivos de aquella época. Pero todo cambio genera una reacción. Creo que podemos alcanzar un nivel altísimo, a la altura de momentos excelsos como cuando tocamos la temporada anterior la Sexta de Mahler o la Sinfonía Leningrado de Shostakóvich.
P. Modificó la posición en los atriles de diversos músicos, lo que generó cierta controversia. ¿Qué buscaba con los cambios?
R. Estamos viviendo un relevo generacional. Sé que esto es delicado pero debo afrontarlo. Cambiar resulta incómodo pero hay que evolucionar. Y la orquesta está por encima de todo. Es verdad que quizá algunas decisiones artísticas no se comunicaron de la mejor manera posible. Eso lo debemos mejorar.
P. Su intención es darle más voz a los músicos. ¿En qué sentido exactamente? ¿Van a opinar sobre los programas, los directores invitados…?
R. Por supuesto. No creo en el poder vertical sino en el horizontal. O sea, en compartir ideas y encontrar soluciones juntos, dialogando. Quiero compartir con ellos la responsabilidad intelectual del proyecto.
P. Por suerte, la inestabilidad no ha afectado al sonido. La orquesta suena muy bien.
R. El curso pasado fue el mejor desde que estoy aquí. La orquesta y el coro transpiran el significado hondo que hay bajo las partituras. Además, tienen mucha energía. Si creen en lo que hacen, dan un 200 %. He tenido las mejores experiencias como director de toda mi vida con ellos. Estoy muy orgulloso.
P. Desde que llegó a Madrid está cultivando intensamente la ópera (El holandés errante, Elektra…). Ahora Tristán e Isolda. ¿Qué efecto positivo tiene este género en la orquesta?
"Hay que investigar en archivos y colaborar con musicólogos y universidades para difundir el repertorio español más allá de Falla"
R. De entrada, es un repertorio novedoso. Tristán e Isolda, por ejemplo, nunca había sido tocada por la orquesta en toda su historia. Además, la presencia de los cantantes aporta respiración. Los músicos deben estar muy atentos, abrir sus oídos más todavía y eso potencia su flexibilidad. También se gana en equilibrio y es una experiencia divertida tanto para la orquesta como para el coro.
P. Es una obligación para esta institución difundir el patrimonio nacional. ¿Qué plan tiene en este terreno?
R. Quiero impulsar un diálogo fluido con nuestros compositores para escuchar ideas y proponerles temas sobre los que trabajar y poder contextualizarlos en nuestros programas. También quiero seguir tocando autores tradicionales, más allá de Falla. Toca investigar en archivos y colaborar con musicólogos y universidades para no anclarnos en El sombrero de tres picos.
P. Dice que también le gustaría crear una academia para jóvenes músicos, teniendo como referencia la que fundó Karajan en Berlín. ¿Cómo será?
R. Los músicos españoles jóvenes son de los más apreciados en el mundo. Yo he colaborado muchos años con la Gustav Mahler Jugendorchester, donde la nacionalidad con más músicos era la española. Buenísimos. Tenemos que intentar que ellos puedan trabajar en España en las mejores condiciones, aprendiendo de los magníficos profesores de la orquesta y el coro.
P. Su nuevo mandato abarca dos años con la opción de renovar por otro. ¿Es suficiente para consolidar sus planes?
R. Si me fuera después de esos tres años, también dejaría planificada la temporada 2024/25. Sí creo que se puede construir algo importante.
P. Dirigirá en el Real La pasajera, un regreso al horror del Holocausto. ¿Cómo afronta tan traumática inmersión?
R. Es una obra maestra, de un compositor, Weinberg, que tenemos un poco arrinconado. Es oportuno recuperarla porque los seres humanos tendemos a olvidar con excesiva facilidad. Y por eso no somos del todo conscientes de que una situación sociopolítica estable puede saltar en añicos casi de la noche a la mañana. No quiero sonar como un cura pero el bien y el mal están separados por una delgada línea. El arte es clave en esta lucha contra la desmemoria. Para mí, interpretar La pasajera es lo mismo que interpretar la Heroica de Beethoven, obras que nos recuerdan la necesidad de defender cada día la libertad.
P. ¿Le preocupa el resurgimiento del nacionalismo y la xenofobia en Europa?
R. Mucho. No soy un idealista iluso. Pero pienso que, trabajando duro para revertir estas tendencias extremistas, podemos poner de nuevo la solidaridad al frente y encontrar soluciones que, bien, vale, no serán cómodas y llevarán tiempo, pero son posibles. Creo en el bien, y la cultura y la música son esenciales en este contexto convulso.
P. ¿Qué puede hacer la música en concreto?
R. Mucho. Su eficacia no es la de un medicamento que lo tomas y funciona automáticamente. Con un concierto no vas a pacificar Palestina, claro. Pero el arte puede abrir horizontes en tu mente y en tu corazón. Cuando tocas en una orquesta, das y recibes energía y responsabilidad. Es una enseñanza clave para forjar una convivencia armónica en una comunidad. Por encima de los intereses individuales, hay algo más importante: la música. Extrapolando el ejemplo a la sociedad, ese elemento no sería la religión sino el humanismo.