Instituciones de fuerte arraigo que parecen frágiles, la política y sus representantes sucumbiendo a un caos donde el rencor partidista se impone, la miseria económica alimentando la cólera populista de una población que acepta que le mientan manifiestamente… Cualquier espectador actual puede ver reflejado en estas palabras el espíritu de nuestro tiempo, pero en realidad hacen referencia a la Inglaterra isabelina donde William Shakespeare llevó a cabo una revolución teatral que se convertiría en uno de los legados literarios más grandes de todos los tiempos.
Un corpus al que ha dedicado su vida el estudioso y catedrático de Harvard Stephen Greenblatt (Boston, 1943), máxima autoridad mundial en el dramaturgo y autor de su biografía canónica El espejo de un hombre (DeBolsillo), que en una nueva vuelta de tuerca a la obra del bardo hace dialogar, al más puro estilo del historicismo, a todos los protagonistas y avatares políticos de las páginas shakesperianas con los que ocupan la actualidad. Eso sí, en El tirano. Shakespeare y la política (Editorial Alfabeto), Greenblatt desarrolla las reflexiones que ocuparon a Shakespeare en torno a la figura del gobernante déspota, el más común en sus piezas, sobre el ansia de poder absoluto y sobre cómo detener a quienes lo ostentan. Lecciones que, quizá, sirvan de algo en el mundo actual.
Pregunta. Shakespeare profundizó como nadie en la figura del tirano desde todos los ángulos, ¿qué validez tiene hoy sus reflexiones? ¿No hay peligro de caer en anacronismos?
Respuesta. Shakespeare es, junto a unos pocos escogidos como Cervantes y Homero, un autor muy ducho en cruzar fronteras temporales. Él vivió en una época en la que por razones de censura y de represión, tenía forzosamente que abordar en sus obras periodos alejados del suyo. Nunca escribió nada directamente ambientado en su época, de modo que cuando abordaba un asunto como el de preguntarse cómo es posible que una sociedad entera caiga bajo la dominación de un tirano, estaba indagando en su respuesta, no solamente en lo que ocurría en su entorno, sino que la estaba planteando de la manera más amplia posible.
P. Shakespeare cambia de una obra a otra su visión del tirano y de sus motivaciones y orígenes, ¿cómo se convierte una persona en un tirano?
R. Como dices, la visión que tenía del carácter del tirano estuvo en constante evolución, siguió encontrando un lenguaje diferente, y a menudo mejor, para describir la confusión interna y el complejo carácter de estos personajes. Ricardo III es un tirano de una manera más unidimensional que Macbeth. Pero ya en sus comienzos, y de una forma bastante cruda, Shakespeare sugiere que hay razones psicológicas, razones arraigadas en la infancia, en la sexualidad, en una mezcla de narcisismo y miedo, por las cuales alguien desarrolla el tipo de personalidad de un tirano. Y eso no ha cambiado, estos, como la psicopatía o llevar la mentira hasta el delirio populista, son rasgos aplicables a los tiranos de hoy en día.
"Shakespeare sugiere que hay razones psicológicas, arraigadas en la infancia y la sexualidad, en una mezcla de narcisismo y miedo, por las cuales alguien se vuelve un tirano"
Aunque el dramaturgo “nunca llegó a una conclusión definitiva” sobre el tema, Greenblatt destaca dos grandes periodos y, por tanto, dos tipologías de dictadores en su teatro. “Al comienzo de su carrera, en sus primeras piezas, situó el auge del tirano en contextos políticos muy sectarios y radicalizados, en los que las dos facciones en las que se divide el espectro político son incapaces de llegar a una solución”, explica el catedrático. “En un contexto así imaginó un personaje capaz de apelar a los instintos, de manipular de manera populista los instintos más bajos del populacho, como el resentimiento, el miedo… Además, ese populista nunca es una figura autónoma, sino una marioneta manipulada por poderes ajenos, extranjeros o superiores”, ahonda Greenblatt en un claro guiño a Donald Trump, cuya victoria le motivó a escribir este libro y cuyo nombre planea sobre todas las páginas sin estar nunca presente.
“En un segundo momento del desarrollo de su carrera, Shakespeare se centra en esta figura cuando ya ha obtenido el poder, y reina o gobierna a través de la mentira, de la violencia y de la manipulación. Y, sin embargo, es capaz de garantizar, al menos en apariencia, la grandeza de su nación”, prosigue Greenblatt. “Shakespeare no se limita a perfilar a este personaje, sino que también se pregunta cómo es posible que alguien que gobierna a través de la violencia, no para defender los intereses de su pueblo sino por motivos propios, irracionales o malvados, consiga mantenerse en el poder”.
P. Determinar las razones por las cuales las naciones y los individuos aceptan la tiranía fue una de sus grandes obsesiones, ¿cuáles son estas razones? ¿Han variado en estos 4 siglos?
R. Shakespeare trabajó en un medio absolutamente novedoso, el teatro, que empezó su auge hacia 1570, sólo 20 años antes de que él comenzara a hacer obras. Estaba fascinado con el poder que podía ejercer como dramaturgo sobre su público. Por ejemplo, con personajes como Antonio o Iago, reflexiona sobre los poderes de manipulación de las expectativas de la audiencia. Además, también era consciente de que hay otros métodos de imposición de la tiranía a través de la violencia, pero en él se abre paso esta reflexión sobre cómo un tirano que obviamente lo es, consigue que sus súbditos puedan llegar a sentirse identificados con él. En su exploración de los mecanismos psíquicos que mueven a una nación entera a abandonar sus ideales y, hasta sus intereses, Shakespeare descubrió una respuesta patética: simplemente ocurre, en muy buena medida, que a la gente le fascinan los tiranos porque su realidad es tan miserable que necesita creer en sus mentiras. De ahí el éxito actual de los populistas.
"Shakespeare descubrió que a la gente le fascinan los tiranos porque su realidad es tan miserable que necesita creer en sus mentiras"
P. El siglo XX, fuertemente moldeado por el gobierno totalitario, terminó con un triunfo de la democracia que, se esperaba, prevalecería por completo en el siglo XXI. ¿No hemos aprendido nada en todo este tiempo?
R. Shakespeare pensaba que la mayoría de las personas que vivimos en entornos estables pensamos que eso es lo normal. Creemos que esa normalidad es sólida y no somos conscientes de que eso, el imperio de la ley y las normas de convivencia entre las personas se pueden romper muy fácilmente, y cuando eso sucede nos hallamos a la intemperie. Por ello pensaba que no solamente los artistas, sino cualquier persona dotada de ciertos valores morales tenía que ser consciente de la fragilidad de ese entorno en que vivimos. Y en caso de que esas normas fueran violentadas, hacer frente a esa amenaza y oponerse a ella, como ocurrió en un siglo XX que creo, y espero, que nos ha dejado una mayor sensibilidad ante estos temas.
P. En época de Shakespeare los tiranos accedían al gobierno de forma dinástica o militar, pero hoy en día, viviendo en democracia, ¿cómo es posible que lleguen al poder?
R. Porque el mecanismo es el mismo, sólo que en lugar de engañar a un poco gente hay que hacerlo con millones. Pero también los medios para hacerlo ofrecen más posibilidades. Además, resulta que Shakespeare concibió a un tipo de tirano que llega al poder desde el asesinato, como Claudio en Hamlet o Macbeth, pero imaginó también a un tirano que recibe en realidad el poder a través del voto. Hay escenas de votación en Hamlet, Macbeth o Ricardo III, de un grupo de personas que votan por este individuo porque consideran que representa una forma de salvación. De manera que, sorprendentemente, Shakespeare, que vivió en una época en la que la democracia no existía, imaginó esta extraña situación.
"La única forma no violenta que ofrece Shakespeare para librarnos de la tiranía es que políticos y ciudadanos insistan en el respeto a las instituciones y las leyes"
No obstante, Greenblatt reconoce que a pesar de todos estos sorprendentes paralelismos y de las grandes pistas que pueda ofrecer la lectura del dramaturgo, “sería absurdo buscar en Shakespeare, en una obra de hace más de 400 años, equivalencias con lo que vivimos, con la situación actual”. Por eso él, que se ha negado a trufar su libro de nombres de dictadores actuales, aunque haga insinuaciones más que claras, opina que “existen actualmente expertos, politólogos y teóricos de la política que hacen este tipo de análisis admirablemente con figuras como, por ejemplo, Duterte en Filipinas, Bolsonaro en Brasil, Erdogan en Turquía, Putin en Rusia, Kim Jong-un en Corea o Trump en EE.UU. Pero lo que sí puede proporcionarnos la lectura de Shakespeare es un marco general en el que comprender estos fenómenos, una mirada más oblicua que nos aleje nuestro foco del ruido y las interferencias que siempre hay con lo muy próximo.
P. Shakespeare da varias claves sobre el fin de los tiranos, ¿cuáles podremos aplicar en la actualidad? ¿Cómo acabar con ellos?
R. Por supuesto, Shakespeare contempla e introduce en sus obras toda clase de alternativas violentas, hoy plenamente desaconsejables, para acabar con la tiranía, como el asesinato o la guerra civil. E incluso se le ocurre que, en un momento dado, el tirano tiene un momento de lucidez y abandona el mal camino. Pero a lo largo de sus obras, el dramaturgo demuestra que todas éstas son malas ideas que terminan produciendo efectos negativos. Salvo al final de su carrera, donde en Coriolano, obra sumamente política, imagina que la clase dirigente y el pueblo insisten en el respeto de las instituciones y de lo que hoy llamaríamos el Estado de Derecho. Y esa es, aunque es una idea poco dramática, poco teatralizable, la única que ofrece una puerta a la posibilidad de acabar con la tiranía y huir del tirano. Que tanto los políticos como los ciudadanos insistan en el respeto a todas las personas, las instituciones y a las leyes.