Miguel Ángel Campano (Madrid, 1948 - Cercedilla, 2018) nunca se conformó con lo que ya conocía. Siempre quiso seguir investigando, aprendiendo y, por eso, continuamente se sintió como un aprendiz. Durante más de 40 años su pintura fue adquiriendo diferentes matices, colores y formas sin abandonar su ímpetu perfeccionista y poético. Antes de morir en 2018 el artista estaba enfrascado en la preparación de la muestra que ahora inaugura el Museo Reina Sofía con un centenar de piezas que recorren cada una de las vetas de su trayectoria bajo el título de D’après.
Se trata de un repaso cronológico en el que se pueden observar todos esos virajes que le llevaron a zambullirse en la abstracción y el constructivismo, en el color y en el blanco y negro. Para Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía, “el periodo de los años 80 y 90 fue clave”. Fue entonces cuando Immendorff aportó “un punto de vista más teatral y en el lado opuesto se sitúa Campano, cuya obra parte del intertexto y de las propias pinturas”.
Por eso el título D’après, que significa ‘según’, aunque en el caso del artista, afirma el director, era más bien un ‘a partir de’. En más de una ocasión el propio Campano reconoció la necesidad de volver a mirar y en ese afán de fijar la mirada sobre los trabajos de antiguos maestros el artista se desmarcó del canon. De hecho, esa “necesidad de restituir la primera mirada en torno a Poussin, Cézanne, Guerrero o Gris se produce mientras está pintando. Al final, de tanto verlos e investigarlos se pierden las similitudes y solo queda el recuerdo de aquellos artistas”, sostiene Lidia Mateo Leivas, comisaria de la muestra junto a Beatriz Velázquez y Manuel Borja-Villel.
“La exposición no parece una individual sino una colectiva”, bromea el director, y ese rasgo tiene que ver con las diferentes etapas por las que transitó el pintor. Así, arranca con Vocales, una serie que se fija en un soneto en el que Rimbaud “asocia letras, colores e imágenes”, recuerda Beatriz Velázquez. Si bien en la obra del poeta “el color queda asociado a una letra y a un sonido, Campano invierte la estrategia y produce imágenes no reconocibles, abstractas”, explica. Para Lidia Mateo Levias es una exposición divertida en la que se recoge el carácter del artista y los universos simbólicos que creó. “La pintura -añade- es su manera de acercarse al mundo”.
Y esa aproximación empieza con un coqueteo con la figuración geométrica que pronto se abre a un lenguaje gestual que inunda sus piezas. “En 1979 se fija en la literatura, se abre al gran formato y conoce la abstracción americana y la obra de los pintores del Grupo de Cuenca cuando se pregunta por la abstracción y la figuración”, comenta Velázquez. Entonces “reconoce el plano y ocupa el espacio”, y en los 80, cuando se traslada a París, abandona la serie de Rimbaud para fijarse en los trabajos de Cézanne, Delacroix y Poussin a partir de cuyas obras crea composiciones basadas en su recuerdo.
Sin embargo, en la década de los 90 su obra vuelve a tener otro cambio de ruta. Existe una reducción y “gira al blanco y negro disponiendo formas que flotan en el lienzo”, apunta Velázquez. En este periodo, además, “desaparece el plano, abandona el carácter ilusionista y los espacios dejan de ser naturales”. El artista siempre estuvo movido por la curiosidad, lo que le llevaba a investigar de manera incesante en torno a la pintura misma. De modo que a mediados de los 90 llega su Plegaria, una serie creada “a partir de elementos sencillos, como si cogieras una caja de Juanola y tras tirar todas las pastillas el desorden de las formas se convirtiera en un nuevo orden”, conviene la comisaria. En este sentido, añade, “hablar de geometría no siempre tiene que ser como sinónimo de orden”.
Para los años 2000 el creador empieza a trabajar “con rayas y trazos, con paralelos que se cortan y líneas que nunca se llegan a cruzar” y crean cuadrículas de grandes dimensiones. Ya en su última etapa, en la que el símbolo que caracteriza a sus obras es el punto, crea mosaicos de mucha profusión y esculturas a las que llama Patrañas y para las que usa “colillas, medicamentos o bastoncillos”, resume Mateo Leivas.
Un recorrido, en fin, que recoge el espíritu divertido de un artista que vivió el arte con una insaciable curiosidad y saliéndose de lo que ya conocía para seguir investigando.