Dice el refrán que quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón pero también aquello de “si quieres venganza, cava dos tumbas”. Al cine español le gusta mucho hacer películas sobre la inutilidad de la venganza (ahí están en tiempos recientes Adiós, de Paco Cabezas, Quien a hierro mata, de Paco Plaza o Tu hijo, de Miguel Ángel Vivas). Algo muy distinto nos propone el ínclito Bill Condon (Nueva York, 1955) en La gran mentira, donde, por seguir con las frases hechas, la venganza adquiere el sabor dulce de la justicia. Autor de películas como Dioses y monstruos (1998), que le dio su primer Oscar como guionista, o el musical Dreamgirls (2006), Condon también ha hecho mucha fortuna en taquilla con súper éxitos como la saga de Crepúsculo de principios de esta década o la adaptación en carne y hueso de La bella y la bestia (2017).

Después de colaborar con Ian McKellen en Mr. Holmes (2015), donde veíamos al mito en su vejez y su relación con un niño, Condon vuelve a contar con el gran actor británico en esta La gran mentira en la que interpreta un personaje totalmente distinto, Roy Courtnay, un estafador de guante blanco que no duda en emplear la máxima violencia cuando lo cree necesario. Empeñado en pegar un “pelotazo” que lo retire, el viejo villano trata de engañar a unos desdichados inversores ansiosos por huir del fisco y, sobre todo, de desplumar a otra anciana millonaria (Helen Mirren) con la que inicia un romance interpretando el papel de encantador y desvalido viejecito, algo remilgado pero siempre dispuesto a hacer un chascarrillo o tener una galantería encantadora.

La gran mentira se sustenta sobre la interpretación del propio McKellen, que da mucho miedo, y de otra grande de la escena inglesa como Mirren, en un duelo de engaños y mentiras muy entretenido. Poco a poco, Condon va mostrando sus cartas en una película en la que busca realizar un retrato del mal sin contemplaciones a partir de un personaje terrible frente al que opone la luz de la propia Mirren, en lo que no deja ser una reedición maniquea de la eterna lucha entre el bien y el mal. Sin desvelar muchos detalles de sus secretos, en esta historia hay nazis en una parábola política que queda manifiestamente clara al final. Frente al resurgir del fascismo y la intolerancia que parece que vivimos, Condon nos acaba proponiendo, de manera insospechada quizá porque conduce su película con ritmo de thriller, un canto a la diversidad y la solidaridad frente a ese “huevo de la serpiente” del que hablaba Bergman en su inmortal filme de 1977.

@juansarda