Profesor de literatura del Siglo XVIII francés y de literatura africana en la Universidad de Pau, el escritor francosenegalés, David Diop (París, 1967) consiguió sorprender gratamente a la crítica francesa al publicar en 2018 Hermanos de alma. Novela sobre la Primera Guerra Mundial, no tenía nada que ver con las otras obras que ese año conmemoraban el centenario del fin del conflicto y le valió al escritor el Premio Goncourt des Lycéens, otorgado por estudiantes, y, al poco tiempo, el Goncourt Español en su segunda edición. Diop que vivió un año en Barcelona durante su juventud, nos cuenta que viene a menudo a España con su mujer al residir en Pau, cerca de la frontera.
Hermanos del alma (Anagrama) relata los pensamientos de Alfa Ndiaye, un soldado de infantería senegalés que acaba de perder a su mejor amigo, Mademba Diop, en el campo de batalla, durante la Gran Guerra. Lo que primero llama la atención es el estilo de Diop, ya que la obra parece un canto que sale de las profundidades de la tierra, igual que los personajes salen de las trincheras, que el escritor curiosamente asemeja a una mujer.
"Hace varios años leí unas cartas que había recopilado el historiador Jean Pierre Guéno, verdaderos testimonios absolutamente conmovedoras escritos por jóvenes, heridos abandonados en tierra de nadie. En ellas se dirigen a sus familiares anunciándoles que están a salvo pero cuando la familia recibe sus cartas, muy emotivas, los soldados ya están muertos", explica Diop, que buscaba en su novela alcanzar la misma intensidad emocional. "Cada novela tiene su color, su estilo. Para Hermanos del Alma, el estilo que buscaba debía permitirme traducir la emoción de este personaje, artillero senegalés. Es decir, bajo un estilo repetitivo, como si fuera una letanía. Por eso estuve años reflexionando hasta que conseguí el tono propio de esta obra".
Pregunta. El texto se nutre de una investigación histórica evidente, ¿hay también una conexión personal, vínculos familiares entre los personajes y usted?
Respuesta. Por parte de mi padre, oriundo de Senegal, no, pero sí, curiosamente por parte vía materna. Mi madre es francesa, del sudoeste, y mi bisabuelo fue un poilu que además fue gaseado con mostaza. Lo que más despertó mi interés por la Primera Guerra Mundial fue el hecho de que mi bisabuelo nunca dijera nada. Volvió herido, gaseado, pero no contó nada. Muchos soldados silenciaban sus experiencias porque contarlas era como revivirlas, y en mi familia siempre existió ese silencio que fue lo que me lanzó a la escritura. Luego, decidí inventarme un personaje que no sabía ni hablar ni escribir francés. Me interesaba que el lector se metiera de lleno , sin filtro, en los pensamientos de Alfa Ndiaye. Eso condicionó mi manera de escribir, ya que quería que se descubriera otra lengua , el wólof, detrás de las palabras.
P. El personaje principal se lamenta de la muerte de su gran amigo fallecido en la guerra desde la primera página. Este amigo se llamaba como usted, Diop. ¿Por qué su mismo apellido?
R. En realidad quería jugar con una marca cultural en África del Este que llamamos parenté à plaisanterie. Es una especie de parentesco “en broma”. Consiste en un pacto entre algunas familias, en este caso entre los Diop y los Ndiaye, que permite burlarse los unos de los otros sin que haya el menor conflicto. Es como un juego. Pero parto de ese juego para que mi personaje Alfa Ndiaye tenga un sentimiento de culpabilidad. Se burla de su amigo, pero en el momento equivocado. En efecto, luego muere, y así arranca la novela.
P. ¿Cómo ha sido recibida su novela sobre la colonización y la época colonialista por los jóvenes franceses de hoy, originarios de esas colonias?
R. Francia es un cruce de culturas, un país marcado por el mestizaje, y es normal que la juventud se haga preguntas sobre el origen de estos encuentros, de estas mezclas no solamente africanas sino también asiáticas e indochinas. Son los restos del Imperio colonial francés.
P. Desde su primera novela 1889, l’attraction Universelle (L’Harmattan, 2012) en la que habla de la muestra de pueblos colonizados durante la Exposición Universal de París, usted se interesa por la historia colonial. ¿Piensa que es importante, esencial, que la literatura acerque los hechos históricos a sus lectores?
R. Existen libros muy interesantes sobre la historia del Imperio colonial francés pero el problema es que no llegan al gran público y, poco a poco, estos hechos acaban olvidándose. En la escuela hay clases sobre la descolonización pero no hay un estudio en profundidad sobre la organización en las colonias, por ejemplo. Mi primera novela trataba sobre una pequeña delegación que llegó de San Luis, Senegal, para mostrarse en la explanada de los Inválidos, en París, tal y como vivían en su pueblo. El objetivo de Francia era enseñar a los franceses, estos “seres”, “sujetos”, procedentes de sus imperios coloniales. En la novela, me invento una ficción en la que estos personajes acaban por comportarse de forma muy diferente a la que se esperaba. Los sitúo, como en Hermanos del alma, en una especie de historia paralela del imperio colonial francés, y les doy voz a través de la creación literaria.
P. Hoy en día se distorsionan muchas referencias históricas, hechos mal contados por culpa de la ignorancia. ¿Piensa usted que la literatura tiene un compromiso social de rescatar esos momentos cruciales de la historia para que esta no se olvide?
R. Hay mucha gente que juega sobre esa ignorancia y lo que pretende es despertar odio entre unos y otros. Eso es muy peligroso. Yo pienso que la literatura, por lo menos en mi novela, es una manera de devolver la palabra a los vencidos, a los que no hacen la historia. La historia está escrita por los vencedores. No se sabe qué pensaban los artilleros senegaleses sobre Francia, sobre la lucha, sobre la Primera Guerra Mundial. Llegaban del campo y si conseguían volver a sus casas vivos, contaban a sus familias, ya de vuelta en Senegal, algo que no nos ha llegado. Esa es la labor de la literatura. A mí me interesa intentar imaginar y eso solo nos lo permite la literatura, el conocer el estado de espíritu, las sensaciones, los sentimientos de los personajes. Ya utilicé esta formula anteriormente, encuentro que la literatura puede emocionar, cuando lo que hace la historia es explicar.