“Escribo sobre el fin del mundo, sin ser el fin del mundo”, sostiene Christian Guay-Poliquin (1982) en un perfecto castellano que aprendió cuando tenía 18 años durante sus viajes por Ecuador y sus trabajos en Latinoamérica. “También pasé un año increíble en Logroño –recuerda-, lo hice durante la universidad y aquello me ayudó a mejorar el idioma". Nacido en Saint-Armand, en un pueblo pequeño en el sur de Canadá cerca de Estados Unidos, acaba de publicar en España su segunda novela, El peso de la nieve (Seix Barral), con traducción de Luisa Lucuix. Una historia sobre dos hombres, un joven herido que no puede moverse y un anciano que, por unas particulares circunstancias, se ve obligado a cuidarle. Ambos caen prisioneros del mal tiempo cuando el suministro eléctrico del país se colapsa, rodeados de una nieve que lo ocupa absolutamente todo. También las palabras. A medio camino entre la distopía y el nature writing, Guay-Poliquin va tejiendo poco a poco, centímetro a centímetro, un inquietante relato sobre la supervivencia, particularmente a pesar del otro, y la necesidad que tenemos de lo ajeno en medio de una naturaleza que es hostil y generosa, inmensa a la presencia ínfima de los seres humanos.
Pregunta. Comenta que es de la opinión de que la escritura tiene que ver con todo lo que pasa en nuestra vida diaria y con prestar atención a los detalles que nos rodean, ¿qué detalles le llevaron a escribir El peso de la nieve?
Respuesta. Yo creo que las cosas grandes comienzan a curarse en las cosas pequeñas. Mi sueño es poder escribir un día una novela sobre la necesidad de fregar los platos –bromea-. El acto de quitar la nieve delante de la puerta es algo muy, muy común para la gente del Norte pero en esa experiencia en común hay algo que sobrepasa la mera experiencia del territorio, de la nieve, del frío y hace que esas prácticas se transformen en puentes para, a partir de ahí, construir una historia que no parece muy extraña o muy ajena sino que está cerca de las costumbres que todos tenemos.
P. En El peso de la nieve, recrea una sociedad que se queda sin electricidad, sin móviles, sin internet y sin comunicaciones, casi parece una utopía ¿cree que podríamos adaptarnos a vivir otra vez así?
R. En mi novela hay una historia que es sobre el fin del mundo, sin ser un fin del mundo como lo vemos en el imaginario de Hollywood. La ausencia de la electricidad es el detalle, un detalle grande por supuesto, que hace como de anclaje entre la sociedad de mi libro y la sociedad en la que vivimos. Tener un entorno sin móvil, sin comunicación, sin prisas es algo que, lo digamos o no, es casi un sueño. Se trata de relajar un poco el ritmo, dejar de correr siempre y poder sentarse enfrente del otro para reencontrarse. Pero en una pequeña sociedad como un pueblo la gente se organiza de manera simple, y en esta manera simple de organizarse y relacionarse con las otras personas las cosas humanas pasan y todo se vuelve complicado. No complicado porque de repente aparezca un lobo que devore a todos, una bestia imaginaria, un montón de zombies o cualquier cosa así. No. Es complicado porque los seres humanos son complicados.
P. Habla de quedarse a solas con uno mismo casi como una necesidad, ¿no cree que en el fondo eso es nos da un poco de miedo?
R. Pienso que ese miedo es fundamental. Ese miedo es también algo oculto en la sociedad en la que vivimos. Verás, yo creo que los miedos siempre son dobles. Es decir, que un miedo esconde siempre a otro. En ese contexto, la falta de electricidad es un momento de verdad absoluta. Bajo esas circunstancias no pueden mentirse más. No puedes pensar en huir en un avión e ir al centro de la ciudad o algo así. Los personajes de mi novela están todos juntos y ya está. Están encerrados juntos. Además los dos protagonistas están en una casa, pero también lo está la gente del pueblo. Todos quieren salir. Pueden, no pueden... Ese miedo y esa dificultad de estar juntos es el nudo principal de la novela.
P. De hecho, escribe que no se le puede ocultar nada a la nieve, ¿qué papel juega esa nieve que va sumando centímetros a medida que los capítulos pasan?
R. Depende. Hay varias maneras de verlo. La nieve, el invierno, la falta de electricidad… prefiero verlos como estrategias narrativas para encerrar o encarcelar a mis personajes. La descripción de la nieve es la descripción del invierno, del paisaje, que se mueve de manera muy lenta porque es el invierno. Pero es, también, el reflejo de lo que pasa dentro de la casa entre los dos personajes o dentro mismo de los protagonistas. Lo que he tratado de hacer entonces es jugar con las descripciones de ese invierno como espejo deformante de lo que pasa en su interior.
P. Su novela puede recordar un poco a David Vann que explota la naturaleza para devolver el lado más primario de los seres humanos, ¿se reconoce ahí?
R. David Vann es uno de mis escritores favoritos. Él usa generalmente frases muy largas que son bellísimas. En eso nos diferenciamos. Pero le he leído bastante. Mi novela creo que en parte es una novela típicamente norteamericana próxima a la escuela del nature wrinting, en la que se incluye a Vann, pero además de eso esta escritura de la naturaleza es el pretexto para entrar de manera tal vez diferente dentro del bosque interior de sus personajes.
P. ¿Y qué otros escritores le gustan o le influyen?
R. Una referencia importante para mí, pero es algo muy diferente, es Antoine Volodine que ganó el Médicis en 2014. Es un escritor increíble. Él describe un fin del mundo muy particular. Y, por ejemplo, La carretera de McCarthy, que es una novela fuertísima, fue una gran inspiración para mí aunque yo no hago lo mismo. El peso de la nieve es mi manera de presentar una humanidad que está ante un gran desafío. Hay muchos escritores que han escrito sobre el fin del mundo, y he leído tantos libros de eso, lo que quería yo era presentar un mundo que parece como un fin, que se acaba pero que no. Que sigue adelante. No es postapocalíptico, tal vez preapocalíptico o mitad apocalíptico.
P. De hecho tiene momentos de positividad, muy humanos también…
R. Leonard Cohen decía que “hay una grieta en todo; solo así entra la luz”. Y la luz siempre gana. Yo soy así. No puedo hacer una novela muy dramática. Había que tener un gesto de luz, de generosidad. Era muy importante eso para mí. Tenía que haber algo de positividad, pero sin ser moralizante.
P. Uno de sus protagonistas afirma que los hombres necesitan contarse historias para sobrevivir, ¿ese es el fin de la literatura?
R. O el principio. Es lo más importante. No es tanto una cuestión de comer y entrar en calor, que por supuesto es necesario, sino de una supervivencia existencial y todo lo que pasa entre los dos personajes es eso. Cuando el protagonista se niega a hablar el viejo dice: “Si no hablas vamos a morir los dos. Porque personalmente no vamos a lograr llegar al otro lado del invierno. Es el invierno el que nos va a devorar si no contamos historias”. Y es que somos historias, somos los relatos que nos contamos. Esos cuentos son nuestra identidad, las esperanzas, el pasado, el legado que cargamos con nosotros. Las historias son el único alimento de la supervivencia real.
P. Obviamente la naturaleza es una parte importante de su ficción, ¿qué importancia tiene la lucha contra el cambio climático? ¿Hay una lectura también en esa dirección?
R. No quiero ser moralizante de ninguna manera. Es un libro sobre el fin del mundo pero el cambio climático no está tan presente en la novela. Sí quería conseguir que este invierno tan tremendo del que escribo nos recuerde también hasta qué punto somos pequeños o cómo la naturaleza es fuerte e indiferente hacia los seres humanos. Si hay cambios en el clima, las primeras víctimas seremos nosotros, porque somos frágiles. A mi manera, lo que quiero decir es que estamos muy ligados a los ciclos naturales. Mi novela cuenta eso sin evidenciar que hay una emergencia climática y hay que hacer algo. En ella la naturaleza es algo grande y nosotros somos pequeños. Así que si queremos sobrevivir hay que actuar inteligentemente porque el medio ambiente es la fuerza de todo lo que nos mueve. Y a pesar de eso la naturaleza no tiene ningún sentimiento. Al final los animales por la noche te comen poco a poco y punto. Y esa grandeza poderosa de la naturaleza es lo más importante. La cosa es que tal vez lo tenemos que recordar cada segundo de nuestra vida.
P. Además, ¿estamos condenados a entendernos con el otro?
R. Absolutamente. Ese es un punto fundamental. El invierno y la falta de electricidad es una manera de encarcelar a mis dos personajes. El refugio fundamental no es la cabaña, no es el fuego, el refugio fundamental es el otro y así podemos sobrevivir.