Periodista y escritor, Fermín Bocos (Santander, 1949) desempolva en su última novela algo que conoce de cerca, el lado menos amable de los medios de comunicación, el poder, la corrupción y la política. El asesinato de un magnate español de la prensa, Cosme Damián, en vísperas de una reunión del Club Bilderberg en Ámsterdam, es el punto de partida de Algo va mal (Destino). Una historia policíaca ambientada en los acontecimientos de 2003, a las puertas de la Guerra de Iraq, que transcurre entre Ámsterdam, Berlín, Nueva York, Washington, París, Gibraltar y Madrid y que no deja nada al azar. Ni el título, tributo al ensayo político homónimo de Tony Judt, ni la portada. "La sombra que se yergue sobre la imagen de la berlinesa Puerta de Brandenburgo remite a la presencia en el relato de la Stasi, la temible omnipresente policía política de la mal llamada Alemania Democrática, la Alemania comunista", explica él mismo. Hoy la presentará en el Instituto Cervantes (19.00h), en un acto donde conversará con Manuel Marchena, magistrado del Tribunal Supremo, y la periodista Pepa Fernández.

Pregunta. A juzgar por las noticias y las redes sociales uno pensaría que a veces vivimos en una época en constante alarma, ¿diría que algo va mal o que todo va mal hoy?

Respuesta. Lo que ha cambiado es la percepción del ciudadano medio de la realidad, la rapidez con la que recibe la información y la dificultad humana para procesarlo todo. No hace tanto tiempo que, en ausencia de las redes sociales, de la comunicación prácticamente instantánea y, por supuesto, del auge de la televisión, el personal que tenía más sensibilidad y tenía más vocación de saber qué pasaba acudía  a la radio o al periódico. La televisión tenía tres o cuatro informativos al cabo del día como mucho y en algunos países en torno a la una la programación desaparecía como tal. Ahora ya es todo instantáneo. Tú sabes que se mueve una mariposa en China o en Filipinas y ya tiene un efecto al otro lado del mundo, en Los Ángeles. Eso es lo que ha cambiado. De ahí se deduce una conclusión: la dificultad para procesarlo. Sin la reflexión no hay posibilidad para alejar los miedos. Por eso es tan fácil que los medios, sin darnos cuenta, inoculemos miedos por la sensación de que todo va a pasar y todo es eminente. Pero el mundo seguirá rodando. Además yo no tengo una visión conspirativa de la historia. Yo creo que la historia tiende a veces a reproducir cosas que nos parece que ya han ocurrido. Pero nunca es exactamente igual.

P. Y en concreto en su novela, ¿qué es lo que va mal?

R. Algo va mal es una novela policiaca. Una intriga que gira alrededor del poder, la política, la corrupción y los medios. Está centrada en diversos escenarios europeos, pero el núcleo central del relato transcurre en España. Es un thriller que refleja un mundo que conozco bien después de tantos años de profesión, que son las relaciones, unas veces tensas, otras promiscuas, entre el poder político y la prensa. Además, a través del Club Bilderberg, en la novela están presentes otros centros de poder menos conocidos que desde la sombra juegan papeles decisivos en la orientación de la vida  y la opinión de los ciudadanos en la sociedad occidental. El Club Bilderberg no es un club secreto, es un centro de influencia discreto. Lógicamente defiende sus intereses y lo que trasciende de las reuniones es a través de los medios de comunicación. De ahí la presencia en sus reuniones de magnates de la prensa, aparte de la industria, las finanzas y la política.

P. Habla de otros centros de poder, ¿por ejemplo?

R. Fíjate que la terminología centro de poder remite a las sociedades secretas que existieron a lo largo de la historia. Pero yo me refiero al concepto moderno de centro de poder que no tiene por qué ser así. Un centro de poder puede ser la reunión anual de Davos, por ejemplo, donde intervienen personas de gran relieve en el mundo de la política, de los negocios y de los medios de comunicación, para hablar sobre los acontecimientos que les interesan, fundamentalmente sobre la evolución de la economía. Cuando vuelven cada uno a su país, con todas esas ideas se forja un núcleo de opinión que luego a través de los medios de comunicación orienta a la opinión pública. La opinión pública es el resultado de la información previa que recibe el ciudadano pero esa información ha sido orientada en una determinada dirección. Hasta el New York Times, aunque luego lo rectificó, publicó que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva. Así se dio por bueno algo que luego se demostró que no era cierto. Es verdad que había tenido armas químicas y biológicas cuando se enfrentó contra el Irán de los ayatolás un cuarto de siglo de antes, ¿sabes? Pero ya no las tenía. Sin embargo el miedo a que las tuviera forjó toda una alianza que acabó en la invasión y en la guerra que conocemos.

"Sorprendería mucho saber que en el consejo de administración de determinados medios, donde se las dan de progresistas, hay capital de países muy reaccionarios"

P. Ahora se habla de fake news

R. ¿Sabes qué pasa? Cada generación, y no digo que no sea legítimo, descubre el mundo. Las fake news, las noticias falsas, son consustanciales a la historia de la humanidad. Ahora me viene a la cabeza por ejemplo uno de los financieros más famosos del XIX, Rothschil. Cuando se produjo la batalla de Waterloo, y Napoleón fue derrotado en 1815, a través de un servicio de palomas mensajeras este caballero supo antes que nadie que Wellington había ganado la batalla pero sin embargo corrió la voz en la bolsa de que los aliados con Inglaterra en la cabeza, habían perdido la batalla. Ahí se produjo un desplome de bolsa y él, que sabía que quien realmente había ganado era Wellington y no Napoleón, compró e hizo el negocio del siglo. Aquello fue una fake news. Hay novelas clásicas como El conde de Montecristo, en la que arruinan al banquero Danglars justamente con ese procedimiento: hacerle creer a través del telégrafo que algo que no se había producido se había producido. La historia es así. Lo que  pasa es que ahora tenemos conciencia de que puede ser instantáneo y en el mismo día.

P. En Algo va mal escribe además del papel de los medios de comunicación, una profesión que conoce bien, ¿cómo diría que son?

R. Es verdad que las relaciones prensa-poder unas veces son muy tensas y otras promiscuas. Y luego hay otro fenómeno, algunos medios de comunicación son elementos de propaganda de determinados partidos políticos. En una democracia la prensa contribuye a forjar la opinión pública. Creo que todo medio de comunicación está en su derecho de defender una posición y la única condición, a mi juicio, exigible, es que el lector esté al tanto de quién está detrás de cada grupo de comunicación. Sorprendería mucho saber que en el consejo de administración de determinados medios, donde se las dan de progresistas, hay capital de países muy reaccionarios. Esas son las paradojas del momento. La ventaja de la democracia, no obstante, es que en un sistema democrático si uno quiere informarse tiene que poner en duda todo, hasta que la evidencia abra paso a una verdad medianamente razonable, para eso hay que consumir más de un medio de comunicación.

"No creo que España sea idílica en relación con la corrupción, todo lo contrario, pero en Francia, por ejemplo, se han sentado en el banquillo tres presidentes de la República"

P. ¿Se siente identificado con alguno de los periodistas que aparecen?

R. Esta no es una novela una autobiográfica. No trato con asesinos profesionales nunca. Pero es verdad que en el mundo de la política sí que nos ha puesto en tesitura de que a veces hemos tenido cerca, en ruedas de prensa y demás, a gente que luego acaba en la Audiencia Nacional. Pero como decía George Orwell, un periodista es alguien que debe atreverse a decir lo que los demás no quieren escuchar. ¿Qué quiere decir eso? Que tiene que arriesgarse  a ir contra las posiciones dominantes en un momento dado. La construcción de los periodistas que aparecen en la novela refleja la voluntad de independencia del periodista, las limitaciones y el miedo a las represalias. Uno de los personajes dice que no le preocupa la sangre sino que lo que le preocupa es la tinta. Acudir a la violencia para tapar casos de corrupción no le crea ningún escrúpulo moral pero en cambio lo que sí le preocupa es el escándalo, que se publiquen sus malas obras.

P. Además, escribe sobre la corrupción, ¿somos los españoles especialmente corruptos?

R. Lo que tenemos aquí no se diferencia salvo en los nombres de lo que hemos visto durante más de un cuarto de siglo en Italia. No creo que España sea idílica en relación con la corrupción, todo lo contrario, tenemos casos un día sí y otro también en los periódicos, pero en Francia por ejemplo se han sentado en el banquillo, por lo menos que yo recuerde, tres presidentes de la república:  Giscard d'Estaing por el asunto aquel de los diamantes de Bokassa, Jacques Chirac por un tema de financiación de partido, y el último ha sido Sarkozy que está todavía pendiente de alguna causa penal. Y te digo eso en Francia que durante el mandato presidencial son absolutamente intocables. Helmut Kohl el gran canciller alemán que lideró la reunificación después de la caída del muro, tuvo también un escándalo de financiación ilegal de su partido. En todas partes hay casos. Corrupción era de lo que acusaban a Trump aunque se haya ido de rositas. Quiero decir, que la corrupción es el lienzo de fondo, por así decirlo, es el aire de la época en el mundo sobre todo de la construcción  y su contacto con la política.

P. En medio de todo esto, ¿qué papel juega el crimen?

R. Algo va mal es una novela negra y como tal creo que se ajusta a la definición canónica de este género literario. Historias que se desarrollan en torno a un crimen, o a dos y a otro tipo de delitos y la correspondiente investigación policial. Salvando las distancias, en este caso el personaje profesional del crimen es un asesino minucioso, un tipo peculiar en la medida en la que es alguien  culto, amante de la pintura modernista y de la música clásica. Por buscar un paralelismo, esta novela sería una mezcla entre dos clásicos: El día del Chacal, la novela de Forsyth y La sombra del poder, la serie guionizada por Abbott que luego dio pie a una película que protagonizaban Russell Crowe y Helen Mirren.

P. ¿Dónde sitúa el límite entre la ficción y al realidad?

R. La ficción es lo que no ha pasado pero podría pasar. En el tiempo es una novela de factura moderna en cuanto a la concepción del relato casi con una secuencia de tipo cinematográfico. Toda la acción transcurre a principios de este siglo, en los alrededores del año 2003, en las vísperas de la guerra de Irak. Los personajes se mueven en ciudades con vida y con futuro, como Madrid, Ámsterdam, París, Nueva York, Washington o Gibraltar. La verosimilitud de la trama está en que al lector le va a resultar muy familiar el ambiente de época. Naturalmente los personajes son de ficción. Si en la novela hay un profesional del crimen ese profesional remite a algo que a lo largo de la historia está muy documentado. El crimen ha sido un instrumento al servicio de determinados fines políticos a lo largo de los siglos o como tapadera de delitos de corrupción.

@mailouti