Pastora y limpiadora antes que premiadísima poeta, de Eva Baltasar (Barcelona, 1978) se sabe que su primer libro, Permafrost, fue un fenómeno editorial en Cataluña, con miles de ejemplares vendidos y traducciones al español y al italiano, entre otras lenguas. Autora de diez poemarios, presume de su incapacidad para hacer amigos, y a menudo ha reconocido que empezó a escribir su primera novela mintiendo sobre su propia vida mientras redactaba una biografía que su psicóloga le había encargado. Ahora publica Boulder (Random House), segunda parte de una trilogía que concluirá con Mamut.

La protagonista de esta novela es una mujer solitaria a la que todos llaman "Boulder" (como a una de esas enormes piedras aisladas en medio del paisaje), que se enrola como cocinera en un destartalado barco mercante, pero lo deja todo al enamorarse de una islandesa, Samsa. El problema surge cuando, tras diez años de una relación convencional y feliz, Samsa, decide que quiere ser madre, transformando sus vidas para siempre.

Pregunta. ¿Cuánto de Boulder tiene usted, qué le ha prestado a la protagonista del relato, quizá la fobia a las multitudes o a la invasión de la intimidad, o el disfrute de la libertad en soledad?

Respuesta. La protagonista de Boulder es una mujer solitaria, como yo, una mujer que se nutre de la soledad, que encuentra en ella el espacio necesario para explorar y llegar a saber cómo quiere vivir su vida para sentir que la vive en libertad. Yo vivo con mi pareja y mis hijas y he logrado encontrar un equilibrio entre compañía y soledad, preservar los espacios de soledad que necesito para mantener la paz y luego poder estar mucho más presente cuando estoy con los demás. Eso es algo que Boulder vive de forma más conflictiva. Ella pierde la coherencia interna cada vez que toma una decisión que atenta contra su sentir y que la aleja de esa soledad de la que se alimenta, en la que se siente cómoda, libre e intensamente viva. La pérdida de la coherencia (hacer o decir algo en contra de lo que se siente) termina originando problemas a los que va a tener que enfrentarse a lo largo de la novela.

P. ¿Lo que nos aísla nos protege o nos condena a la soledad?

R. No entiendo la soledad como una condena, porque de hecho nunca estamos solos, siempre estamos al menos con nosotros mismos. Uno no puede estar nunca solo, pero puede sentirse solo. Sentirse solo sí que me parece una autocondena, y una elección. Luego lo que nos aísla, a mi modo de ver, depende de nosotros y, en este sentido, puede protegernos. Aun así, si no viviéramos lo que nos acontece como un ataque que llega del exterior, si nos responsabilizáramos de nuestra vida, no necesitaríamos protegernos y dejaríamos de sentirnos tan solos. Mantener la coherencia interna es un seguro de tranquilidad que condena al sinsentido cualquier defensa del exterior.

"Hasta que no me rendí"

P. ¿Qué problemas le planteó la escritura de Boulder? Creo que la empezó y la abandonó varias veces y que incluso comenzó a escribir la tercera parte de la trilogía, Mamut, en su lugar....

R. Boulder ha sido un libro que he luchado dos veces y que hasta que no me he rendido no me ha sido dado. No es que las primeras dos redacciones me plantearan un problema, es que sencillamente las leía de arriba abajo y no me suscitaban la suficiente emoción física ni estética. Una novela tiene que conmoverme para darla por buena. Su protagonista debería poder ser yo, y en las dos primeras redacciones no ocurría así. Si logro una plena identificación con la protagonista, si logro enamorarme de ella y amarla con el lenguaje de la forma en que me gustaría amarla con la piel, entonces la novela se queda. Cuando digo que hasta que no me rendí no me fue dada, me refiero que no intenté contar nada, sólo invoqué una imagen que me sirviera para empezar el libro y dejé que la protagonista apareciera sola. Me vino un recuerdo de cuando andaba de mochilera por Chiloé, hará como veinte años, una noche en que me encontré comprando un pasaje en un barco mercante que debía llevarnos al continente. Así empieza el libro, con una noche de temporal en el mar. Para mí fue una noche de pesadilla en la que creía que iba a morir, pero tuve la suerte de poder hacer la entrada a Puerto Montt en el puente, junto al capitán, y fue algo glorioso, inolvidable. Al desembarcar tuve la tentación de pedir que me dejaran quedar ahí. No lo hice, pero Boulder sí lo hace y en ese momento tuve claro que a la tercera iba la vencida, que ésa novela se iba a quedar.



P. Al comienzo del libro encontramos a Boulder enrolada en un pequeño mercante, como cocinera, pero cuando se enamora en una de las paradas del barco descubrimos la dimensión erótica de cocinar, cómo preparar una empanada puede ser casi sexual...

"Una novela tiene que conmoverme para darla por buena. Si logro enamorarme de la protagonista y amarla con el lenguaje de la forma en que me gustaría amarla con la piel, la novela se queda"

R. Ser cocinera es su profesión, no tiene formación pero sí experiencia y pasión. Juego con esa pasión por la cocina y por el sexo. Boulder es una mujer a la que le gusta trabajar con materia viva, goza del contacto con los alimentos, de esa dimensión física que la cocina comparte con el sexo. En la novela aparecen estas imágenes precisamente coincidiendo con la ausencia de sexo. La ausencia de sexo la lleva a fabular con él mientras cocina, a recrear un cuerpo de mujer entre sus manos.



P. Quizá lo más sorprendente del libro es cómo la protagonista, a pesar de sí misma, lo cede todo al amor: su libertad, su horror ante los convencionalismos burgueses: ¿acaba derrotada por la situación, se autoengaña, o simplemente es feliz?

R. No la veo como una derrotada, y tampoco creo que se autoengañe, porque es muy consciente de lo que está haciendo en cada momento y así lo traslada al lector. Pero tampoco es feliz. Llega a decir: "Si alguien me habla de felicidad, juro que le rompo la cara". Es una mujer que pierde la coherencia interna cada vez que toma una decisión que va en contra de su sentir, pero son decisiones tomadas con mucha lucidez y tienen algo de sacrificio. El amor a otra mujer es lo que la empuja a ello, y en este sentido soledad y amor se aparecen como dos sentimientos contrapuestos: la soledad tira para adentro y el amor para afuera. Hay momentos en que el amor gana y ella se pierde.

P. ¿Por eso acepta ser madre, embarcarse en esa aventura de futuro incierto?

R. Sí, acepta ser madre porque no soporta la idea de dejar a su pareja, a Samsa.

Maternidad desde cierta soledad

P. ¿Por qué sorprende tanto que una mujer escriba sobre la maternidad sin entusiasmo, con distancia y en ocasiones algo de horror?

R. No lo sé, a mí no me sorprende. He estado embarazada en dos ocasiones y he gozado de los embarazos, de los partos, de la lactancia y la crianza de mis hijas, pero aún así que me he visto a mí misma con la mirada de Boulder, me identifico mucho más con ella que con Samsa, que vive su maternidad con absoluta coherencia, casi con éxtasis. Lo que me incomoda es cierta construcción social de lo que debe ser la maternidad, una maternidad que tiene algo de exposición pública, lo que Boulder califica como "consciencia de grupo, de clase, casi de casta", eso es algo con lo que no puedo. Elegí vivir mi maternidad desde cierta soledad para poder gozarlo y esto me salvó.

P. A pesar de todo, el libro tiene una carga poética indudable, con imágenes poderosas y un lenguaje cuidado, lleno de ritmo... ¿qué le ofrece la narrativa que no encontraba en la poesía? ¿volverá a publicar poesía alguna vez?

"La narrativa me regala algo maravilloso: la posibilidad de estar centrada en un mismo proyecto durante un año o más, eso es algo que la poesía no me ofrecía"

R. No echo de menos escribir poesía porque en mis novelas dedico mucho tiempo y esfuerzos a trabajar el lenguaje poéticamente, con lo cual no siento que haya abandonado del todo la poesía. Ahora mismo no siento la necesidad de escribir un poemario en el sentido estricto del término porque la narrativa me ofrece algo maravilloso: la posibilidad de estar centrada en un mismo proyecto durante un año o más, eso es algo que la poesía no me ofrecía. Además, yo venía de quince años de escribir una poesía muy intimista, confesional, y eso acaba creando lo que yo veo como una especie de burbuja del ego, un espacio de aire viciado donde al final me costaba respirar. Con la narrativa he descubierto la posibilidad de crear una protagonista que habla por boca mía sin ser exactamente yo, y esta distancia entre nosotras ha sido muy terapéutica para mí.

P. ¿Qué puede adelantarnos de Mamut, la tercera parte de la trilogía?

R. Pues que va a ser una novela protagonizada por otra solitaria, una mujer que sí tiene un intenso deseo de ser madre y de vivir su vida con intensidad. Va a ser una novela donde el paisaje tenga un peso importante, algo que en Boulder ya empecé a mostrar.

P. Vive lejos de casi todo, pero ¿le interesa lo que pasa a su alrededor, la lucha política, o la pandemia del coronavirus? ¿condiciona de alguna manera su escritura?

R. Me interesa el mundo donde vivo pero no hago nada para ir a buscar la noticia, dejo que las informaciones lleguen a mí, las recibo con cierto escepticismo, reflexiono sobre algunas de ellas y dejo que pasen. Intento mantener mi paz para no dar más realidad a lo que sucede. Eso no quiere decir que no me importen y que no se filtren en mi escritura. Diría que soy bastante consciente de la sociedad en la que vivo y por eso me siento más cómoda al margen, eso es algo que comparto con las protagonistas de mis novelas.

P. ¿A quién lee, qué autores contemporáneos le interesan?

R. Soy tan lectora de literatura como de ciencia, historia o filosofía. Mis intereses navegan sin rumbo, diría yo. He sido una gran amante de narradores norteamericanos de mitad del siglo pasado: Lucia Berlin, James Salter, Philip Roth y John Cheever. Releo muchísimo a Mercè Rodoreda. En poesía me alimenté mucho de Anne Sexton, Sylvia Plath, Antonio Machado, García Lorca, R. S. Thomas y Less Murray. Ahora estoy leyendo a Nina Bouraoui y Emilie Pine.