Era una deuda pendiente de nuestros programadores públicos la cristalización en escena de Siglo mío, bestia mía, obra con la que Lola Blasco (Alicante, 1983) ganó el Premio Nacional de Literatura Dramática en 2016. Ernesto Caballero le había abierto finalmente un hueco en el CDN. Y Marta Pazos, de Voadora, ya estaba dándole vueltas en su cabeza a cómo plasmar esta parábola sobre el desamor, la guerra, la migración, la maternidad, la lucha eterna entre el bien y el mal... Vuelo poético y apego periodístico a la actualidad hilvanados con sentido dramático. Debería verse a partir del 22 de abril. Hay tiempo, aunque todo dependerá de si baja o no la siniestra curva...
Pregunta. Dice que es una obra para no perder el rumbo en tiempos de catástrofes... Parece idónea pues para estos días. ¿Qué referencia nos ofrece Siglo mío, bestia mía para no extraviarnos definitivamente?
Respuesta. Es una obra que escribí en medio de una crisis de maduración personal. De alguna forma muestra esos cabos a los que atarse cuando se está atravesando un mal momento (o al menos esa fue mi pretensión). En la obra doy cuenta de esto, de mi crisis personal, pero también de una crisis colectiva. Por desgracia Siglo mío, bestia mía ha resultado ser una obra profética en muchos sentidos y sí, me parece que está más de actualidad que nunca.
P. Su ímpetu contestatario anterior se diluye aquí en un ‘discurso’ más marcado por la melancolía.
“Negamos nuestra naturaleza y nos creemos muy importantes pero cualquier virus nuevo puede ponernos en jaque”
R. Sí, supongo que en eso consiste la experiencia. Todo lo que he escrito después de Siglo mío es profundamente melancólico porque hay experiencias que hacen que ya nunca vuelvas a ser la misma persona. El duelo y la maternidad han sido para mí esas experiencias.
P. Hay también pesimismo sobre el futuro de la humanidad. En uno de los cuadernos de bitácora que salpican la pieza se trae a colación esta frase de Levi Strauss: “El mundo empezó sin el hombre y acabará sin él”. La sentencia golpea duro en esta distopía actual.
R. Sí, pero golpea aún más fuerte cuando has dejado descendencia en él, eso creo... A veces se nos olvida que sólo somos una especie más. Nos creemos muy importantes pero cualquier virus nuevo puede ponernos en jaque. Pasamos la mayoría del tiempo negando nuestra naturaleza y lo peor de todo es que a la naturaleza le da igual. Todo seguirá ahí cuando ya no estemos. A veces pienso que, como especie, no merecemos estar. Pero luego miro a los ojos de mi hija, de una niña pequeña, y me avergüenzo de tener esos pensamientos.
P. La manera de contar este viaje recuerda a una parábola. ¿Es algo intencionado?
R. Sí, lo es. Llevo años intentando buscar un lenguaje cada vez más esencial. Lo hago con el fin de que no resulte caduco antes de tiempo, pero también con el deseo de llegar a más gente, de democratizar el discurso.
Melville, Jonás y la ballena
P. La bestia presenta muchas caras en la obra. Incluso algunas buenas o edificantes, como la de la ballena.
R. La ballena es para mí muchas cosas. De entre sus significados quizás destacaría dos. Por un lado, la alusión a un clásico de la literatura como es Moby Dick y me refiero a ella del mismo modo que lo hace Melville, para hablar del combate con uno mismo, de algún modo la historia bíblica de Jonás también representa esto. Por otro lado, y en el sentido político de la pieza, la ballena hace alusión a la organización del estado, al leviatán y a Hobbes.
P. ¿El desamor individual nos permite empatizar y entender mejor el sufrimiento del mundo?
R. Sí, lo creo: aquellos que sufren pueden imaginar mejor el sufrimiento de sus congéneres.
“Escribo con estilo de parábola porque busco un lenguaje esencial que no caduque y llegue a más gente”
P. Es curioso lo de nombrar a un personaje como Yo. ¿Cuánto hay suyo en ese Yo?
R. En realidad la parte más personal de mí está en los cuadernos de bitácora. Yo está inspirado en mi persona, pero visto desde fuera, desde la mirada de la escritora.
Desde la mirada de otra escritora, Louisa May Alcott, ha elaborado su versión (“muy libre”) de Mujercitas. Blasco se ha empapado de su bibliografía, sobre todo de sus novelas góticas firmadas con pseudónimo masculino, para profundizar en las verdaderas intenciones que le movieron a escribir el celebérrimo clásico para adolescentes. “Teniendo en cuenta el activismo de la autora por el sufragio femenino, la abolición de la esclavitud y su negativa a casarse, Mujercitas ya no puede leerse sin ironía”, afirma.
P. Ha sido una obra muy influyente. ¿Qué enseñanzas valiosas sigue ofreciendo su lectura?
R. A mí lo que me gustó de Jo la primera vez que leí Mujercitas es que quería ser escritora, como yo. Las chicas necesitan este tipo de referentes en los que la rebeldía se impone a lo que la sociedad dice que es una mujer. Jo se impone a la de su tiempo, y por eso sirve de ejemplo generación tras generación.
P. ¿Le gustó la versión cinematográfica de Greta Gerwig, en la que se abandonaba la narración lineal?
R. Sí, en particular el juego con la estructura temporal, y la belleza de cómo está rodada... Ahora bien, la versión teatral es bastante más gamberra.
P. ¿Ve la coincidencia de dos trabajos suyos en dos teatros principales de Madrid como un paso más hacia la consagración?
R. Es una gran coincidencia (espero que finalmente puedan verse) aunque yo no hablaría de consagración. Nunca se sabe dónde vas a estar al día siguiente.
P. Algunos afirman que vivimos un nuevo Siglo de Oro en la dramaturgia española. ¿Esto es una exageración?
R. Supongo que esto podrá estudiarse con más perspectiva, pero sí: en estos momentos se están creando muy buenos textos y están surgiendo grandes autores.