Cuando le pidieron que hablara en una ceremonia de graduación de la Universidad de Siracusa (Nueva York), donde imparte un curso de escritura creativa desde hace años, el escritor George Saunders (Amarillo, Texas, 1958) se puso a pensar “¿Qué sé realmente que estos jóvenes podrían no saber?” La respuesta fue “no mucho: no eres más inteligente que ellos, solo eres mayor”, así que modificó la pregunta: “¿Qué haría diferente si pudiera hacerlo de nuevo?”. El narrador que revolucionó la sensibilidad literaria estadounidense con Lincoln en el Bardo, Premio Man Booker 2017, advirtió que había un patrón, que todos esos momentos de arrepentimiento que le venían a la mente tenían en común que había sido egoísta y cruel con otras personas.
Así que se dedicó a escribir sus reflexiones sobre las consecuencias de esta vida acelerada y esta sociedad individualista. Y lo hizo con el mismo cuidado por el detalle que le ha convertido en uno de los mejores cuentistas del mundo. El resultado es Felicidades, por cierto (Seix Barral), un pequeño ensayo que condensa una filosofía de vida que apela al poder de la amabilidad para cambiar el mundo. Algo que cobra nueva relevancia ante esta pandemia que el escritor procura ver con optimismo. “Quiero enviar mucho amor y oraciones a España, un hermoso país que siempre he soñado visitar. Cuando recuperemos nuestras vidas, lo haré”.
Pregunta. Su discurso se publicó en la web del New York Times y fue compartido en pocos días más de un millón de veces. ¿Qué tiene este mensaje para movilizar a tanta gente?
Respuesta. Básicamente defiendo que el concepto de amabilidad debería ser parte de nuestra conversación intelectual. No es solo una agradable y conmovedora indulgencia ocasional, sino la esencia de quienes somos, y nuestros sistemas artísticos y políticos deberían reconocer esta realidad. De lo contrario, estamos negando una parte esencial de nuestra humanidad. Aquí, en Estados Unidos, nuestra mentalidad se ha vuelto muy pragmática, el corporativismo se ha convertido en una especie de Dios. Pero esta sociedad egoísta e individualista sólo nos conduce a la frustración. Y eso es porque hemos olvidado la amabilidad, la compasión, el amor, sinónimos que no significan, como creen muchos, ser pusilánimes y poner la otra mejilla, sino ser más conscientes del otro y de aquello positivo para la sociedad y los demás.
"La amabilidad debería es la esencia principal de la humanidad y nuestros sistemas artísticos y políticos deberían reconocer esta realidad"
P. En cierto momento del ensayo habla de aquello que nos empuja a moderar y refrenar nuestra amabilidad, ¿qué es y cómo podemos luchar contra ello?
R. Nadie es permanente ni el centro del universo, pero de forma biológica, darwiniana, nacemos con un engaño preestablecido que nos dice que sí. Dentro de cada uno de nosotros existe ese yo que sentimos como la cosa más real del mundo. Y en base a los intereses minúsculos de nuestro yo actuamos de manera negligente, egoísta y cruel. La teoría es fácil, todas las religiones del mundo dicen esto de una forma u otra. Lo difícil es llevar este conocimiento de la cabeza al corazón. Yo, igual que todos, he "conocido" la importancia de la amabilidad toda mi vida, pero mis acciones y mi forma básica de estar en el mundo siguen siendo muy ordinarias y egoístas. Eso es porque "volverme más amable" no ha sido el objetivo principal de mi vida. Todavía.
P. En toda su narrativa está muy presente la idea de la moralidad. ¿Por qué la considera tan importante?
R. La literatura se basa, a imitación de la vida, en la idea de que la acción importa, que la causa y el efecto son reales. Si las acciones de un personaje no causan nada, la historia es simplemente escribir por escribir. Las grandes obras de ficción, por ejemplo, los cuentos de Chéjov, plantean una ambigüedad: dicen que una cosa y su contraria son ciertas. Y esto contribuye a que el lector aprenda a no juzgar las cosas precipitadamente antes de actuar, lo que es una forma muy alta de moralidad. En mi opinión, todo es moral porque todo lo que hacemos tiene el potencial de afectar a otras personas. Si aceptamos nuestros sentimientos como reales, entonces tenemos que admitir que los de otras personas también lo son, lo que significa que todo lo que hacemos tiene consecuencias. Ahí está la moral.
Aprender a amar mejor
P. Este ensayo profundiza en una idea ya presente en su novela Lincoln en el Bardo, la de que deberíamos ser más solidarios pues todos en nuestras sociedades gozamos de una fortuna que es a la vez muy grande y muy voluble. ¿Qué lecciones cree que podemos extraer, a nivel individual y colectivo, de lo que está pasando?
"La literatura nos conecta con la larga estirpe humana, con quienes han vivido en el pasado lo que nosotros vivimos ahora"
R. Mientras escribía ese libro, estaba obsesionado con lo extraño que es que pareciendo nacidos para amar, todo lo que amamos sea condicional, lo que implica que con el tiempo nos separaremos de lo que amamos. ¿Cómo se supone que debemos vivir, día a día, con ese conocimiento? Tiene el efecto de invalidar cualquier tipo de "narrativa de victoria" que tratamos de mantener en relación con nuestras vidas aquí. Todo es una pérdida, eventualmente. Entonces, ¿cómo debemos tratarnos unos a otros? Yo digo: como compañeros de viaje en un barco condenado. Tiernamente, con amor, paciencia y humor.
P. Su llamamiento a potenciar nuestra amabilidad y empatía es más pertinente que nunca en estos momentos de crisis. ¿Qué nueva dimensión cobran estos sentimientos hoy en día?
R. En tiempos difíciles, todos los mecanismos que utilizamos a diario para amortiguar nuestra ansiedad existencial desaparecen y, de pronto, paramos en seco y nos preguntamos qué finalidad tiene todo esto. Creo firmemente que estamos en este mundo para aprender a amar mejor. Y lo digo basándome en los momentos en que, por así decirlo, el “telón se ha caído” y la vida realmente me ha mostrado lo que es. Cuando alguien que amamos muere obtenemos una especie de clarividencia terrible sobre lo que importa. ¿Qué valoramos entonces? Cuando yo he vivido esos momentos he pensado que si pudiéramos sentir un gran amor por todo, la humanidad sería una superpotencia increíble.
P. Una de las herramientas para lograr contextualizar este momento es la literatura, ¿qué nos puede aportar?
R. Somos como muñecos sobre la espalda de un gran tigre dormido. De vez en cuando ese tigre se despierta y ocurre algo aterrador. Alguien que amamos muere. O alguien rompe nuestro corazón. O hay una pandemia. Esto es así desde el principio de los tiempos y la literatura nos recuerda que el mundo nunca ha sido estático, ni una sola vez, ni por un momento. Siempre ha habido escritores para observar estos momentos y darles algún tipo de sentido, o al menos dar testimonio. Y eso es bueno para el lector, porque se siente conectado con la larga estirpe de la humanidad. Sabe que alguien más, en un lugar remoto de la historia o en su misma época, ha vivido lo que él vive.
Una nueva oportunidad
P. ¿La expansión de esta pandemia es una manera de recordar lo ridículo del racismo y las fronteras, tan tristemente de moda hoy en día?
"Sólo una gran crisis como esta deja espacio para que nos planteemos qué es lo que no funciona en nuestras vidas"
R. Lo principal es ser compasivo en todo lo que hacemos, en la medida de lo posible. Como dijo Tolstói: "Si no sientes ese amor por tus semejantes, quédate. Ocúpate de tu persona, de cosas inanimadas, de no importa qué, pero no de los seres humanos". Si un país quiere hacer cumplir una política fronteriza estricta lo puede hacer con compasión. El gran pecado de la política fronteriza de Trump y sus aliados es su falta de compasión, su dureza. Una lección obvia de esta crisis es algo que ya enseña la literatura, que todos podemos ser el otro. El racismo, la xenofobia y todas estas enfermedades de derechas son fallos de la imaginación literaria. Nacen de que esas personas son incapaces de imaginar el mundo desde dentro de las mentes de las personas que están oprimiendo. Olvidan que sus víctimas son solo ellos, en un día diferente. Pero situaciones como esta demuestran que todos somos iguales.
P. ¿Esta pandemia del coronavirus obligará a repensar el mundo tal y como lo conocíamos o, más allá de su gran dramatismo, será una molestia pasajera para el orden social habitual?
R. Nuestras culturas occidentales han sido muy prepotentes durante demasiado tiempo, priorizando las ganancias económicas y pretendiendo que lo único importante es lo material, aquello que podemos ver, tocar y probar. Esta pandemia tiene el potencial de permitirnos plantearnos grandes preguntas. ¿Es nuestra forma de vida la más adecuada para la humanidad? ¿Cuántas horas al día dedicamos a aquello en lo que realmente creemos? ¿Al final de nuestras vidas qué estaremos felices de haber hecho y de qué nos arrepentiremos? Sólo una gran crisis como esta deja espacio y distancia para tales pensamientos. Está en nuestra mano dar respuestas a estas cuestiones y ver lo que realmente no funcionaba en nuestras vidas. Ahora tenemos la oportunidad de revertir muchas de estas cosas. Y debemos aprovecharla.