“Llevo más de un mes en un suave estado alucinatorio convirtiendo este diario en una operación mercantil de pequeñas verdades cotidianas”, escribe hoy el poeta y periodista Antonio Lucas (Madrid, 1975) en su columna número XL de la serie Inquilino del km. 0, un diario del confinamiento publicado en El Mundo que define “casi como un entretenimiento pensado con la idea caducifolia de fijar el día que pasa”. No obstante, confiesa que alguien tan acostumbrado al ajetreo como un periodista, ha necesitado ponerse unos horarios porque “si me pongo a trabajar a las 10 de la mañana, me doy cuenta de que, como soy, a las 9 de la noche sigo sentado”.
Pero el nervio que demuestra en el periódico se convierte en sosiego y reflexión, que no en falta de tensión, al adentrarse en el Lucas poeta. Prueba de ello es su último poemario, Los desnudos (Visor), Premio Generación del 27, donde junto a escenas cotidianas y temas atemporales e intrínsecos a la humanidad, explora el desconcierto, el desamparo o el dolor. Emociones muy relacionadas con la realidad que ya está dejando, y dejará, el coronavirus, que el poeta ve como una oportunidad para reajustarnos como sociedad.
Pregunta. ¿Qué diferencia hay entre escribir un poemario con 20 años y con 40?
Respuesta. A veces, aunque no muchas, me gusta recordar a aquel chico que yo era, tan impetuoso e ingenuo, con esa cosa tan inflamable de la juventud que con el tiempo vas viendo con cierta ternura y cierto pudor. La diferencia es mucha, claro, porque la vida que se va sedimentando en uno durante 20 años es alucinante. Entonces, todos los sueños podían ser ciertos, pero ahora ya sé que se concretan los justos. Con 20 años las heridas cauterizaban de una manera vertiginosa, y ahora cualquier dolor tarda en cicatrizar. Las ilusiones, entonces, eran múltiples, locas, muy despeinadas, y ahora ya los entusiasmos son mucho más hondos, más reposados y se disfrutan mucho más... Es una diferencia de biografía.
"Mi poesía es una espeleología de piel adentro, que es la forma más directa y más hermosa de comunicarte con los otros"
P. Y también, en buena lógica, poética. Siempre se ha definido como "un poeta en busca de sí mismo", ¿qué ha ido encontrando con los años?
R. Recuerdo rápidamente aquellos versos de la reunión de antiguos alumnos Pacheco: “Ya somos todo aquello/ contra lo que luchamos a los 20 años...” Bueno, no es tan así, no creo que el chaval que me mirase hoy viese algo odioso. Pero cuando empecé era un poeta de raíz mucho más surrealista, más irracionalista, y con el tiempo todo ese carácter se ha atemperado. He atemperado el lenguaje, porque también he atemperado muchos apetitos de la vida. Y he ganado otros, ojo. Estos cambios son una forma de buscarte también porque uno se busca incluso a veces sin darse cuenta. Según vas caminando, haciendo senda, te vas dando cuenta de claves propias que te van marcando y se van filtrando en tu escritura, en tu poesía o en tu forma de leer, que es más importante incluso que escribir. Yo leo con mucho más reposo y calma que con 20 años. Este libro pretende abundar en cierto pensamiento más que en cierta estética. La estética ya la tengo muy sobada y apuntalada, así que lo que me apetece, ya desde Los desengaños, es ir haciendo espeleología de piel adentro, que es la forma más directa y más hermosa de comunicarte con los otros.
P. Se aprecia en su lenguaje poético ese punto más reflexivo, ¿es el poema el lugar del pensamiento por encima de otra literatura, y, claro, del frenético periodismo?
R. Para mí sí, el poema representa esa especie de eje, de sitio donde uno se enclavija mejor a la tierra y al presente. Nunca he entendido el poema como un punto de fuga ni como una huida o un juego de escapismo. Como lector y escritor lo entiendo como una forma de tomar conciencia de tu tiempo. La poesía ayuda mucho a mantener la alerta ante la vida, las circunstancias, las inclemencias... Y el poema es ese espacio de reflexión, más abstracta en mi caso, más mecida por símbolos, pero donde encuentro que mi palabra se convierte en ese territorio que va haciendo el camino.
P. El título del poemario alude a los desnudos, ¿quiénes somos los desnudos / los sin templo / los huéspedes felices de la periferia?
R. Los desnudos somos nosotros, aquellos que de algún modo estamos fuera de sitio. No hace falta ser marginal, yo muchas veces me siento fuera de sitio, en territorios que no comprendo bien e incluso a veces no me gustan. Los desnudos somos aquellos que en algún momento y de algún modo vemos y sentimos la fragilidad de nuestra condición, cada uno en su lugar y su sitio. No es una desnudez textil, tiene que ver con el desencanto y también con la pureza. Los desnudos somos los desencantados, pero también aquellos que por ingenuidad o entusiasmo consideramos que la desnudez también es una forma de vestir.
"Nunca he entendido la poesía como un punto de fuga o una huida, sino como una forma de tomar conciencia de tu tiempo"
P. Retoma en el libro grandes temas tradicionales de la poesía como el tiempo, la memoria, el amor... ¿Por qué son inagotables?
R. Los viejos temas son como grandísimas plazas donde cada uno va construyendo su pequeño territorio de obsesiones, que son comunes a todos. No son ni modernos ni antiguos, son los temas de siempre, los que arropan como telón de fondo a otras preocupaciones más inmediatas y cercanas. Están ahí desde el principio de la escritura y son inagotables porque no tienen respuesta. Cuando uno habla del tiempo habla de la nostalgia, del paso del tiempo, de la muerte, del miedo a la muerte... Temas de actualidad en cualquier época. No se es más moderno por hablar de Facebook o del 5G en un poema ni se es más antiguo por hablar del amor.
Y es que, para Lucas, no existe debate sobre esa engañosa idea de si la poesía se ha quedado antigua, pues plantearse esto “es como preguntarse si la palabra, si decir te quiero, es algo viejo o moderno. Es ahora, y la poesía es ahora. Fue ahora en Homero y es ahora en los poetas más jóvenes de la última promoción”, defiende. Porque a su entender, “si esos versos me impactan, sean de cuando sean, son actuales. Yo leo a Arquíloco y me parece un poeta tan cojonudo como Valente o Caballero Bonald. No creo en la poesía ni en la emoción como arqueología y tampoco creo en la modernidad como futuro”. En este sentido, el poeta también desecha esa percepción de ‘inmensa minoría’ que concedía Juan Ramón a sus lectores. “Sospecho que la poesía, y la cultura en general, es mucho más mainstream de lo que la gente piensa. No está hecha para una inmensa minoría, pues en ella cabemos todos. Otra cosa es que uno quiera entrar o no”.
P. Mucha gente entra en los últimos años a través del fenómeno de masas de la ciberpoesía, ¿qué opina de esta realidad?
R. Para empezar, yo no tengo redes sociales y no me manejo en esos debates porque no tengo acceso. Creo que la poesía no es verdad ni mentira, es auténtica, y cuando lees un poema auténtico da igual si ha nacido de un teclado o de un bolígrafo. Lo que tengo clarísimo es lo que no es poesía, y es cierto que ahora mismo se llama poesía a mucha rima de saldo, de herbolario, poesía hecha en sudadera... Me parece bien, pues como he dicho todo cabe y todo vale. Pero la poesía que yo leo con placer y que hace la gente más joven es otra cosa.
"Ahora mismo se llama poesía a mucha rima de saldo, de herbolario, poesía hecha en sudadera"
P. Más allá de esos grandes temas intemporales, este poemario recoge también pequeños fragmentos de vida hilados. ¿Qué clase de poesía hay en la cotidianidad, en lo común del día a día?
R. Una enorme. De hecho, creo que toda la poesía nace de lo extraordinario que hay en lo común, en lo inmediato, en lo sencillo. Los poetas grandilocuentes, esos que necesitan una gran escenografía para sentarse a escribir, aquellos poetas de los cisnes, que decían los antimodernistas, eran poetas puramente de lentejuelas. Personalmente, cada vez me he ido acercando más a esa sencillez. Mi poesía, es cierto que empezó con una cierta pirotecnia, pero se ha ido acercando más a la tierra, a lo táctil, a lo comprensible, a lo que compartimos entre todos. Ahora es una poesía que se basa en lo que tengo a mano. A partir de ahí, ya el lenguaje, las emociones y el pensamiento van tejiendo su red, pero sí, me gusta pensar que la poesía se hace con lo que uno tiene cerca.
P. Frente a esa vida cotidiana, ahora vivimos en una situación extraordinaria, ¿qué puede hacer la poesía, la literatura, en un caso así?
R. Por un lado, reflejarlo. Y ya tendremos tiempo en los próximos meses de ver una avalancha de reflexiones y experiencias personales sobre el confinamiento. Pero, además, la poesía, el ensayo y la literatura en general son territorios más que favorables para aliviar a la gente de tantas horas. En estos momentos se dilata mucho el tiempo y la poesía es un gran espacio para amortiguar ese impacto, entender este momento y frenar ciertas derivas emocionales, mentales o de ansiedad que cualquiera podemos tener. Creo que la literatura y la cultura en general es uno de los territorios más fértiles, porque puede ser, no la solución de nada, pero sí la aspirina que ayuda a soportar este terrible momento.
"Esta crisis nos hace percatarnos de qué bien nos vendrían ahora todos aquellos que considerábamos un excedente de cupo del bienestar europeo"
P. Su libro apela a un concepto de humanidad que parecía en decadencia, ¿es esta pandemia global una llamada a recuperar esa idea de humanidad por encima de razas, colores y fronteras?
R. Efectivamente. Esto es como una especie de reajuste, que nos obliga a parar, mirarnos al espejo y ver que en muchos aspectos estábamos derrapando bastante. El otro día escuché en la tele que ahora Alemania estaba buscando a aquellos médicos y sanitarios refugiados, sirios, libaneses, etc., que habían cruzado a Europa y que en su día se habían rechazado y despreciado. Qué bien nos vendrían ahora todos aquellos que considerábamos un excedente de cupo del bienestar europeo, hoy seres humanos tan necesarios como otros cualquiera. Esperemos que los que mandan y mandarán en el futuro sepan ver esa ironía.
P. ¿El coronavirus obligará a repensar el mundo tal y como lo conocíamos o, más allá de su gran dramatismo, será una molestia pasajera para el orden social habitual?
R. Hay que tener paciencia y hacer caso de los científicos no de los políticos. Pero creo que la salida será espeluznante. España va a ser un témpano con millones de parados, negocios cerrados... Ya hay una generación a la que se le precintó el futuro, que se levantó con un esfuerzo ímprobo de la crisis de 2008 y ahora todo vuelve a empezar. Parece una pesadilla. Pero por su carácter global y total, creo que tras esta crisis sí habrá que poner el cuentakilómetros a cero. Y será una oportunidad para cambiar, para ver donde estábamos y a donde no queremos volver. Mucha gente saldrá de aquí con la certeza de que no quiere repetir ciertos modelos, y tratar de no repetir los errores es lo bueno de esa sensación de intemperie total que nos espera en los próximos tiempos.