La nueva novela de José María Pérez ‘Peridis’ (Cabezón de Liébana, Cantabria, 1941), con la que ganó en febrero el Premio Primavera de Novela de Espasa y Ámbito Cultural de El Corte Inglés, llega este martes a las librerías. El corazón con que vivo trata de la difícil tarea que supuso reconstruir la convivencia entre los españoles después de la Guerra Civil, especialmente en pueblos pequeños, donde vecinos, amigos, compañeros de trabajo y hasta miembros de una misma familia se delataban y mataban entre sí. Por eso a su polifacético autor —escritor, arquitecto, gran impulsor de la recuperación de nuestro patrimonio histórico y decano de los humoristas gráficos de la prensa española— le molesta especialmente que hoy, en medio de la pandemia de COVID-19 —que él mismo ha padecido—, algunos políticos estén más interesados en ganar votos que en la búsqueda de soluciones de consenso que permitan salir lo antes posible de esta crisis sanitaria sin precedentes.
“Hay una crispación política muy grande, porque se superponen dos juegos: por un lado, evitar la extensión de la pandemia, hacer un cortafuegos y salir de esta, que costará años; pero hay un juego secundario que es echar al Gobierno. Es decir, la lucha contra la pandemia ha degenerado en una lucha por el poder, lo cual no puede ser más inoportuno”, opina Peridis, que tiene su propia visión de cómo se ha gestionado la pandemia: “Se está gestionando como en todas partes: como buenamente se puede”. Cree que “la Organización Mundial de la Salud fue la primera que reaccionó tarde” y que probablemente China tardó en informar al resto del mundo de la existencia del coronavirus. “Luego se han dado palos de ciego con la información que se ha ido teniendo en cada momento, y con el enorme dilema que tienen todos los gobiernos: o salud o economía, pero está claro que sin salud no puede haber economía”.
Pregunta. ¿Cómo ha pasado la enfermedad y cómo se encuentra ahora?
Respuesta. Al principio pasé un miedo considerable. Soy persona de riesgo por edad y porque estoy operado del corazón. Viendo una radiografía de mis pulmones, oí a los médicos decir: “Feo, feo…”. Pensé que lo decían por mí, que nunca he sido guapo y ahora menos. Pasé seis días en una celda como los cartujos y me lo tomé con paciencia, no había otra. Ahora camino lo que puedo, dentro de las limitaciones que hay, para recuperar el tono muscular, porque el cerebral lo recuperé pronto.
A la vista está que Peridis no pierde el sentido del humor, la gran herramienta de sus viñetas diarias, aunque motivos no le han faltado para dejarse vencer por el desánimo. Antes del coronavirus sufrió otro golpe más duro: la muerte de su hijo Froilán, justo antes de empezar a escribir este libro. “Me agarré a la novela como un náufrago al tronco de un árbol, para que me llevara la corriente de la escritura, no de la tristeza. Gracias a eso he salido adelante, con quebrantos, pero lo he conseguido”, reconoce el autor. “La novela me ha distraído y me ha dado obligaciones y también alegrías, porque cada vez que se te encasquilla alguna cuestión narrativa y logras salir del atolladero, vas sumando pequeñas alegrías que se van superponiendo a la enorme tristeza”.
En la rueda de prensa en la que se dio a conocer el fallo del jurado, Peridis contó cómo nació esta novela, y lo hace también en el prólogo del libro: en un viaje en tren, un paisano le contó la historia de su familia, en la que tenían un papel importante los gemelos de oro y brillantes que llevaba puestos. “En ellos está contenida la historia de toda nuestra familia y un pedazo de la historia de España”. Aquello intrigó al escritor, y durante el resto del trayecto aquel hombre le contó la historia que, mezclada con las que el propio Peridis había oído contar sotto voce en su casa cuando era niño, más otros datos y testimonios recopilados ahora han dado forma a esta novela basada en hechos reales, pero con nombres de personajes —los conoció a casi todos— y lugares cambiados. La zona geográfica es auténtica: la franja montañosa entre Palencia y Santander que poco después del golpe militar del 18 de julio quedó en tierra de nadie.
Los personajes protagonistas de El corazón con que vivo son las familias de Honorio Beato y Arcadio Miranda, dos médicos que estudiaron juntos y que se distanciaron por la competencia profesional dentro de su pequeña comarca y, sobre todo, por cuestiones políticas: uno es republicano y de izquierdas, el otro falangista de pies a cabeza. La novela comienza durante la romería del día del Carmen de 1936 en el pueblo de Paredes Rubias —inspirado en los pueblos reales de la zona—, donde queda patente el ambiente de crispación ideológica y de clase entre sus habitantes. Dos días después, la sublevación militar orquestada por Mola —que Franco pasó a liderar tras su fracaso parcial y el comienzo de la guerra civil— desató la violencia que hasta entonces había permanecido al acecho y colocó a las dos familias en bandos opuestos.
Peridis advierte que esta “no es una novela sobre la guerra civil, sino con la guerra civil de fondo”. Su objetivo es retratar los comportamientos y los afectos humanos, la dignidad y los gestos de valentía y generosidad que pueden marcar la diferencia en tiempos difíciles. “Lo que me interesa es contar cómo esas personas se vieron zarandeadas y con un cambio tremendo en sus vidas, cómo durante una guerra se manifiestan los odios, los amores, las lealtades y las obligaciones”, explica.
"Tras la guerra no hubo perdón ni amnistía, sino vencedores y vencidos, y punto. Todavía hay muertos en las cunetas y descendientes que quieren enterrar con dignidad a sus abuelos".
P. En los últimos años se ha hablado mucho de las heridas aún abiertas o mal cerradas de la guerra civil. ¿Usted qué opina?
R. La reconciliación nacional que promovió, entre otros, Santiago Carrillo fue el mayor logro de la Transición y dio por terminada la guerra. Bien es cierto que en los pueblos de España en los que hubo matanzas de los unos cuando estaban y de los otros cuando llegaron —más las represalias de la Ley de responsabilidades políticas— las heridas no han cicatrizado del todo en muchas familias. En otras sí. Ha sido un proceso largo porque tras la guerra no hubo perdón ni amnistía, sino vencedores y vencidos, y punto. Todavía hay muertos en las cunetas y descendientes que quieren enterrar con dignidad a sus abuelos.
P. ¿Qué opina de quienes dicen que volver a hablar de la guerra reabre esas heridas?
R. Las heridas de la guerra no se reabren, lo que se reabren son las fosas, y eso lo debería haber hecho Aznar. Creo que Felipe González, por mucho que digan, no podía haberlo hecho. Estaba reciente el intento de golpe de Tejero. Eso le correspondía haberlo hecho a los herederos políticos de los vencedores —no olvidemos que el fundador de Alianza Popular fue Fraga, ministro de Franco—. Felipe estaba a otras cosas, como entrar en Europa. Y Zapatero lo intentó pero no lo consiguió o no lo intentó lo suficiente. Para una cosa así también hacía falta generosidad y consenso.
P. La novela se abre con una cita de Blaise Pascal: “Nunca se practica el mal tan a fondo y tan alegremente como cuando se ejerce como una obligación de conciencia”. No obstante se aprecia en el narrador una mirada comprensiva hacia los personajes, una voluntad de entender los motivos de unos y otros.
R. Ese fue mi punto de arranque. Lógicamente, durante muchos años las novelas sobre la guerra civil se escribieron a favor de los vencedores; luego se escribieron para ver las razones de los vencidos y su situación. Uno siempre tiene que estar con el más débil, con el que pierde, pero después de haber pasado todo este tiempo, si quieres que la novela tenga un poco de utilidad —no es una equidistancia, yo estoy con mis personajes y con la legalidad—, hay que dejar hablar a unos y otros para conocer sus razones. A los que están a favor de los golpistas les mueve “el amor a España” —es decir, su manera de amar o entender a España— y por otra parte entiendes a los vencidos porque habían ganado unas elecciones, había una legalidad. Unos seguían el ejemplo de Hitler y Mussolini porque querían un estado eficiente y totalitario, y los otros querían no morirse de hambre. No olvidemos que había habido el crac del año 29, y que las exportaciones eran difíciles. Mucha gente vivía del campo y este no daba para más. Los niños se morían de hambre. Había una tensión social tremenda.
P. ¿Qué le contaban en su casa de la guerra?
R. Mi madre me decía: “Hijo mío, nos querían quitar la religión. Los rojos decían ‘viva Rusia’”. Desde su condición de pequeños propietarios anclados en la tradición y con la fe y la religión en el frontispicio de sus vidas, mis padres no veían con buenos ojos cuestiones como el laicismo y el matrimonio civil. Bueno, no hay más que ver en qué se transformó el himno de la República: “Si los curas y frailes supieran la paliza que van a llevar, subirían al coro cantando: ‘¡Libertad, libertad, libertad!”. Eso le cantaban los mineros en el pueblo a las mozas que iban a misa. Hay elementos que son la entraña de las creencias de las personas y si se los tocas, saltan. La democracia lo que hace es conciliar las distintas creencias y los distintos intereses y buscar la justicia por encima de todo.
"Uno tiene que estar con el más débil, pero debe dejar hablar a unos y otros para conocer sus razones"
P. Un personaje de la novela lanza una crítica a la República diciendo que se está ayudando a los obreros de las ciudades pero olvidándose de las zonas de montaña, donde pequeños propietarios, en condiciones muy duras, se encargaban de producir las materias primas con las que abastecían a las ciudades.
R. Manuel Giménez Fernández, un ministro demócrata cristiano de la derecha de Gil Robles, trató de sacar adelante una reforma agraria que ni sus propios correligionarios le apoyaron, porque entraba en conflicto con sus intereses. El principal problema de la República es que se planteó resolver demasiados problemas a la vez: la desamortización de las propiedades y tierras de la Iglesia —las llamadas “manos muertas”—, el problema del campo, el problema educativo… En aquella situación de crisis económica era muy difícil modernizar un país con el atraso que tenía España, en el que no había habido reformas burguesas como en otros países de Europa. La democracia a nivel global estaba en sus inicios, y una de las cosas que hizo la República fue darle el voto a las mujeres. Es que hay que ver de dónde veníamos... En aquel contexto había mucha impaciencia por parte de los más necesitados, y esas situaciones se prestan a la demagogia.
P. Usted ha sido promotor de programas de empleo ligados a la rehabilitación del patrimonio histórico en zonas rurales. ¿Qué opina del debate que se ha abierto últimamente en torno a la España vaciada?
R. Fíjate por dónde, el coronavirus puede cambiar la situación, porque parece que vamos a estar en las aglomeraciones bastante en peligro. Creo que con el trabajo a distancia y las nuevas comunicaciones, se va a poder vivir alternativamente, al menos una parte importante de la población, en el campo, pero no viviendo del campo, sino en el campo: cerca de los ríos, de los bosques, con la posibilidad de ejercer la caza, la pesca, los paseos, el esquí… Una vida mucho menos aglomerada y tensa que en las ciudades. Si esto sirve para descongestionar un poco las ciudades y repartir un poco la riqueza por el territorio, bienvenido sea. Me temo que subirá el precio de las casas que hay abandonadas en los pueblos rápidamente, porque va a crecer la demanda.
"En España se ha restaurado muchísimo patrimonio, pero falta llenarlo de contenido y permitir actividades en su entorno que le den vida"
P. Desde hace años dirige la Enciclopedia del Románico, que ya está a punto de concluir. ¿Cuándo acabará el proyecto?
R. Tenemos ya toda la España románica documentada, falta solo la edición en papel de los tomos de Lérida y Gerona, y también se está haciendo Portugal, que ya está muy avanzado. Todo ello lo hemos hecho con desempleados, es un proyecto de formación de titulados y es una obra magna que ha llevado 30 años, 9.000 testimonios y casi 70 tomos, con planimetrías, fotografías, bibliografía… Es una labor ciclópea. Y todo desde un pueblo de la España vaciada, desde Aguilar de Campóo.
P. ¿Cree que el patrimonio histórico en España está bien protegido?
R. Hay más sensibilidad, se ha restaurado muchísimo, pero nos falta la siguiente etapa: llenarlo de contenido añadiendo valor a un uso del patrimonio compatible con su esencia pero que permita la realización de actividades en su entorno que le den vida. No es para cerrarlo y visitarlo, sino para disfrutarlo con teatro, conciertos, una mirada nueva. Debemos mirar al patrimonio como memoria y legado pero también como recurso. Hay muchos jóvenes restauradores en paro, y un puesto de trabajo en restauración cuesta infinitamente menos que en la industria. Lo que se gasta en patrimonio no es un gasto sino una inversión, porque le añade valor. Además no se puede deslocalizar, esa riqueza está ligada a su entorno. Una colina con una iglesia románica no es una colina cualquiera: se convierte en un paisaje trascendente, rematado por un templo donde durante 800 años se han bautizado, casado y enterrado nuestros nuestros antepasados. Es un lugar cargado de historia, de emoción y de arte.