En los últimos años la carrera de Natalia Menéndez (Madrid, 1967) ha estado muy vinculada a Colombia. El hito fundamental de ese ligamen fue la dirección del espectáculo Tejiendo la paz, que se representó en la Plaza Simón Bolívar de Bogotá un día antes de la firma del ‘armisticio’ entre el gobierno y las FARC. “Recordar con las víctimas tantas historias de violencia me dejó muy tocada”, confiesa a El Cultural. Necesitaba pues cambiar radicalmente el tercio. Por eso, cuando decidió trabajar con otra compañía de ese país, Teatro Azul, puso una sola condición: “Ahora me quiero ocupar de la alegría, para contagiarla”. Menéndez conoció a sus integrantes en el Festival de Almagro, que dirigió desde 2010 a 2017, y la complicidad germinó rápido. Las ideas que esbozaron en sus encuentros las cristalizó Elena M. Sánchez en un texto de surreal comicidad: Alegría Station. Tras estrenarlo en Bogotá, iba a ser la carta de presentación de Menéndez en la nueva etapa de Matadero. Pero la pandemia truncó los planes para la refundación de este espacio, de nuevo unido al Teatro Español bajo su dirección artística, no sin cierta gresca política.
Pregunta. Qué pena que no pueda verse en este trauma Alegría Station, con su potencial catártico, ¿no?
Respuesta. Pues sí. Ofrecer alegría es crucial. Y nosotros la damos sin pasar por el dolor, algo poco habitual. Se muestran muchos tipos, desde la más sincera a la más manipuladora, la de los vendedores de motos.
P. Una de las preguntas que se plantea es si la alegría, cual virus benéfico, se contagia.
R. Sí. Es verdad que hay gente que la trae ya consigo desde el nacimiento, pero yo creo que es un músculo que también se puede ejercitar.
“La polémica de la presentación de las Naves no fue agradable y tampoco ingenua. Había ganas de agitación”
P. El texto deja un amplio margen a la improvisación con el público. ¿Cómo maneja esos pasajes imprevisibles desde su posición de ‘orquestadora’?
R. La verdad es que ellos tienen ya mucha experiencia en este terreno. Es una improvisación pautada, con un tiempo determinado. En Colombia funcionó muy bien y tenía mucha curiosidad por ver cómo reaccionaba el público en Madrid. Allí se crecían en escena al comprobar que no se pretendía ridiculizar a nadie. Recuerdo, por ejemplo, ver a los técnicos sin poder contener la risa.
P. Dice que El vergonzoso en palacio también tiene una “comicidad apabullante”.
R. Sí, porque Tirso no se corta, aun siendo un hombre de la iglesia. Deja claro que el amor es un apetito natural y se hace preguntas como si es lo mismo imaginar que creer, si la vergüenza está conectada con el narcisismo… Y todas esas cargas de profundidad aparecen como si nada. Luego los personajes de las dos hermanas, Madalena y Serafina, son brutales. Podrían ser Lady Gaga y Alaska, dos mujeres extraordinarias, dos burguesas que se aburren, muy narcisistas y que a la vez tienen una personalidad muy fuerte.
Diversión más reflexión
P. Uno de los rasgos más elogiados de esta comedia es precisamente la profundidad psicológica de los personajes.
R. Sí, Tirso tenía ojo clínico. Aquí se ve cómo el bien poco a poco va ganando al mal en los personajes. Es una evolución plasmada muy finamente. Igual que la psique femenina, reflejada en los diálogos.
P. Es una obra que apenas se monta. ¿Qué importancia diría que tiene dentro de la dramaturgia de Tirso?
R. A mí no me interesa situarla en un ranking, eso se lo dejo a los teólogos. Yo sé que a mí me toca por su potencia humorística, reflexiva y pedagógica. Por otro lado, se hace un guiño a la versión que hizo Marsillach. Quien la viera en su momento lo entenderá y quien no lo interpretará como un toque kitsch dentro de los muchos momentos disparatados que hay.
P. Estaba en el cartel de Almagro también. ¿Podrá verse al menos allí?
R. Creo que no. Lluís [Homar] ha hecho todo lo posible pero no va a poder ser. La idea es que se vea en La Comedia en el arranque de la temporada, como El enfermo imaginario de Flotats.
“Creo que vamos a poder salvar un 90 % de lo cancelado. Hay opciones de arrancar el curso antes de septiembre"
P. ¿Ve bien las fases de desescalada fijadas para el teatro?
R. El teatro es un alimento para el alma esencial. Hay que entender en este momento que para los que lo amamos es como ir a un lugar de culto. Y para los lugares de culto religiosos no se ha dudado si era viable abrirlos progresivamente.
P. Se han caído muchos montajes tanto del Español como de sus Naves por esta crisis. ¿Cuántos pretende recuperar?
R. Estamos intentando reprogramar lo máximo posible. Confío en que cerca de un 90 %, y me da igual que sean propuestas de la dirección anterior. Yo todo lo asumo y lo defiendo como mío ahora. Es lo justo, por los artistas y por los técnicos que ya habían hecho un trabajo. Hay opciones de que podamos arrancar el curso antes de septiembre. Lo estamos estudiando.
P. Lo suyo como directora es el eclecticismo. Va de la tragedia contemporánea a la zarzuela, de la comedia de Mihura a los textos áureos… ¿Es el mismo eclecticismo que reivindica para el Español y sus Naves?
R. Sí, siempre ha sido así. No es que lo haga por agradar, que también, es que me sale natural desde que estudié en la Resad. Me interesan muchos los géneros y me adentro en lo contemporáneo y lo clásico indistintamente. Tengo experiencia como intérprete, gestora, directora, productora, dramaturga… Todo eso lo aporto si me llaman.
P. La presentación de la nueva andadura de las Naves pretendía ser una celebración y acabó en cruce de reproches. ¿Cómo lo vivió y cuándo cree que la polémica sobre este espacio podrá cerrarse?
R. No es la primera vez que me pasa. Los políticos suelen querer meter su cuña porque están haciendo una inversión. Es deformación profesional, como la del actor que habla alto en un parque. Está bien que haya gente que les dé un toque. No fue agradable y creo que tampoco ingenuo lo que sucedió, ni desde la grada ni desde el escenario. Había ganas de agitación. Yo percibí la ovación como que la polémica no iba conmigo y que se me animaba a hacer mi trabajo. Y es lo que voy a hacer.