Cádiz, abierta, liberal, tan descreída de sí misma y de sus símbolos que por serlo son tirabuzones, nunca pudo entrever que la muerte de Juan Carlos Aragón la iba a teñir de un luto tan largo y tan sentido por la muerte de un comparsista. Tampoco lo imaginaba Jaime Cedillo (Torrijos, Toledo, 1990). Pero las casualidades son así, y Cedillo presenta en plena pandemia Juan Carlos Aragón. El Carnaval con mayúsculas (Renacimiento) para reivindicar precisamente eso: las mayúsculas literarias de una fiesta que ha ido arrastrando el sambenito de chabacana y que sin embargo ha sido enaltecida por creadores tan dispares como José María Pemán, Fernando Quiñones, Rafael Alberti, Juan José Téllez y por ahí seguido. Cedillo acerca al profano a la fiesta grande gaditana de la mano de uno de sus más recientes y llorados santos tutelares que, además, fue poeta, narrador y profesor de Filosofía. Y lo hace con amor, pedagogía y con un orden cartesiano frente a un arte anárquico que renace por y cada febrero.
Pregunta. ¿Dónde empieza el mito de Juan Carlos Aragón Becerra?
Respuesta. En la irreverencia de su personaje, pero su obra incluso trasciende su figura. Su muerte ha esparcido el término “leyenda” asociado al sobrenombre, Capitán Veneno, pero él ya era un mito en vida.
P. ¿Dónde acaba?
R. No acabará. Las élites culturales podrán seguir mirando hacia otro lado cuando se den de bruces con el máximo exponente de la disciplina cultural más prolífica de España, pero siempre habrá un juancarlista (no incluyo las comillas porque ya lo reconoce la RAE) que rescate alguna de sus letras inolvidables.
P. El Carnaval, la Literatura... y una editorial literaria que apuesta por el ensayo sobre un comparsista.
R. Era la más apropiada, de eso no tuve ninguna duda desde el comienzo. La editorial Renacimiento es uno de los sellos independientes más prestigiosos en España y una referencia en Andalucía, enclave principal de este libro. Me encanta cómo editan y su obsesión por rescatar figuras olvidadas. Antes de que ocurriera con Juan Carlos Aragón, si es que alguien se atrevía a esconderlo, decidieron poner en valor su obra. Además, no era la primera vez que se hacían eco de la fusión entre lo culto y lo popular. Estábamos destinados a encontrarnos.
P. ¿Qué tenía Juan Carlos Aragón de apóstol?
R. Es el salvador de los fundamentos originales del Carnaval de Cádiz: trasgresión, vanguardia, reivindicación política… En la misma línea, es el profeta del Carnaval. ¿O no es un profeta quien difunde la palabra que será eterna por los siglos de los siglos? Pues ahí está el "Credo" de Los Peregrinos o el pasodoble "Igual que en una mezquita" de Los Millonarios. Me refiero a esos himnos por su connotación religiosa, pero tiene muchos más que serán cantados eternamente.
P. Llegó a confesarme que le pesaba algo la fama.
R. Es verdad, le dolía no poder disfrutar de su comparsa en la calle. No aguantaba las fotos. De la misma manera, en muchas otras ocasiones utilizó el aura de lo mediático en función de sus intereses. Era muy listo.
P. ¿Qué había de trágico en su producción?
R. Incluso hasta su fatal desenlace, el poso del Romanticismo ha estado presente en su obra desde sus inicios en comparsa, la etapa más oscura tanto en la forma como el contenido: personajes como el paria, el ángel caído o el condenado a muerte, que utilizó como tipos. Concretamente, el popurrí de 'Los Condenaos' o el pasodoble a la muerte en 'Los Comparsistas se las dan de artistas' dejan constancia de su inclinación por lo trágico.
P. Con él se cumplía aquello de un hombre, una geografía, un carácter...
R. Sin lugar a dudas. Era puro Cádiz: gamberro, desenfadado, gracioso… y, como tal, le dolía su ciudad como a nadie.
P. El libro sistematiza, y muy bien, a un creador anárquico, de una fiesta anárquica y en una ciudad que casi que tiene la anarquía en su blasón...
R. Era fundamental poner de manifiesto los principios trasgresores del Carnaval de Cádiz. De Juan Carlos se ha dicho que su obra era la vanguardia de esta disciplina artística, pero en realidad solo seguía los preceptos originales. Por supuesto, elevados a la máxima expresión y con una manera de contar absolutamente insólita.
P. ¿Podría ahondar en ese hallazgo juancarlista de "chusma selecta"?
R. Creo que se refiere al aficionado auténtico. En una de sus últimas declaraciones insistió en que no le gustaban los fanáticos. Y añadía: “Ni siquiera los míos”. La chusma selecta es el público con criterio propio, que no se deja llevar por rivalidades ni polémicas, sino que es capaz de identificar con precisión y objetividad la verdadera calidad de las obras.
P. El Juan Carlos más cercano era íntimo, poco categórico.
R. Eso me pareció cuando tuve la oportunidad de conocerlo, por primera y última vez, en el festival Cosmopoética de Córdoba, donde participaba con una de esas “charlas ilustradas” con piezas de sus repertorios, como gustaba de llamarlas. Tuve la sensación de que era un tipo afable y generoso, con una buena conversación y nada displicente.
P. Murió en un momento de plenitud creativa... pero ¿qué imagen tenía el creador sobre su propia obra?
R. Opinaba que era la mejor, aunque me ha sorprendido conocer después de su fallecimiento que era algo inseguro, según su entorno más cercano. Sea como fuere, me temo que de modesto tenía poco. En uno de sus ensayos asegura que “la modestia es el pijama de los falsos”, o algo muy parecido. A muchos les parecerá que esta declaración se corresponde con la arrogancia. Tal vez, con los tiempos que corren, esté más cerca de la valentía.
P. Con su edad, pocos se atreven con el ensayo. Y sin embargo...
R. Ni yo mismo creía que podía hacerlo. Precisamente la disciplina, condición indispensable en un proyecto de estas dimensiones, ha sido siempre una de mis debilidades. Al mismo tiempo, se me planteaba como un reto. Si iba a comprometerme con un género tan exigente, sería sobre un tema que me apasionara lo suficiente como para no desfallecer. Así fue. No solo no decaí, sino que me obstiné tanto que tuve que fijar un límite para detenerme. Las posibilidades para abordar la obra de Juan Carlos eran tantas que podría no haber acabado nunca.
P. Torrijos, su pueblo, y Cádiz están en la mitad sur de España. Pero hay un trecho...
R. Sí, y además son mentalidades bastante distintas. La forma de vivir no difiere tanto, pese a lo que pudiera parecer. El hecho es que hace unos quince años, en el ecuador de mi vida, tropecé con el Carnaval de Cádiz casi por accidente. Desde entonces, no dejé de seguirlo en la distancia (principalmente a través de YouTube) y, a día de hoy, se ha convertido en algo inherente a mí. El arte que más me interesa se enriquece de las mismas motivaciones que se tratan allí: emoción, sentido del humor y crítica social. Por no hablar de la música, que me fascina. Qué importa donde haya nacido o donde viva, si lo siento y lo respeto con una intensidad y un cariño tan especial...
P. Y habiendo conocido al mito, ¿qué me dice de la queja alegre del Carnaval gaditano como fenómeno global?
R. Es la manifestación artística más rica de todas las expresiones populares en nuestro país. Sigo sin entender cómo todavía se pondera más el carácter folclórico que el cultural. Los datos nos revelan que son miles de coplas originales en letra y música las que se componen cada año en una ciudad. En ningún otro rincón del mundo ocurre eso.
P. Los menos 'jartibles' de fuera de Puerta Tierra (el centro de Cádiz) entienden que ese Carnaval global debe tener su 'mijita' de chovinismo...
R. El mismo Juan Carlos confesaba sus recelos por el hecho de que el Carnaval de Cádiz trascendiera demasiado fuera de Andalucía. Temía que la tradición de un arte tan singular se prostituyera en favor de lo comercial, y lo comprendo perfectamente. La esencia no debe perderse, pero el chovinismo es otra cosa, al menos según lo entiendo yo. Rechazar el enriquecimiento a partir de otros géneros es negar el progreso, y eso me gusta mucho menos. En sus orígenes, el mismo Carnaval se ha construido con el arraigo en 'la Tacita' de los llamados cantes de ida y vuelta, con las influencias de su primo hermano el flamenco…
P. ¿Cree que con la muerte de Juan Carlos el Carnaval ha dejado esa fase cainita de las envidias y se ha vuelto más trascendente?
R. Ojalá. A Juan Carlos le habría gustado. Cádiz es tan especial que no merece enfangarse en cuitas que desvirtúen su propia idiosincrasia. La de una ciudad históricamente acogedora y solidaria, con un sentido del humor que es tan exclusivo.