Rafael Álvarez “El Brujo” (Lucena, Córdoba, 1950) es un médium entre los autores clásicos y el público de hoy, como un asceta que baja de la montaña para compartir con el resto del pueblo sus revelaciones. “Me alegra que lo veas así, porque coincide con la visión que tengo de lo que hago, pero si lo digo yo queda pedante”, reconoce el actor y dramaturgo a El Cultural. Lobo solitario del teatro, su método creador consiste en encerrarse con Cervantes, con Shakespeare, con Teresa de Jesús o con Esquilo, estudiarlos hasta llegar a su esencia, sacarles todo el jugo y destilarlo en espectáculos con una fuerte impronta personal. En eso radica el verdadero respeto a los clásicos, en “captar su espíritu y saber transmitirlo”, no en repetir el texto original “como un papagayo”, afirma. Pero El Brujo es un místico, no un gurú; por eso, reconoce, no ha sido capaz de pasar los secretos de su receta a las nuevas generaciones de actores y dramaturgos.

Durante el confinamiento en su casa de La Vera cacereña, en plena naturaleza, El Brujo ha mantenido viva la llama de esa labor de exégesis y divulgación de los clásicos, y en esta ocasión su objeto de estudio ha sido Valle-Inclán, en un proceso compartido con sus seguidores a medida que iba indagando más y más en su obra. “Me conmueve su alma”, declaraba en uno de los 32 vídeos que ha publicado durante estos meses en su blog y en su canal de YouTube. Precisamente el resultado de su inmersión es El alma de Valle-Inclán, un espectáculo que presentará a partir del 29 de agosto en el Teatro Cofidis Alcázar de Madrid.

Además, este viernes recogerá el Premio Fuente de Castalia que le ha concedido el Festival Clásicos en Alcalá precisamente por “su compromiso con los autores esenciales de la literatura clásica”. Aunque el festival, que cuenta con la dirección artística de Darío Facal y Ernesto Arias, se ha cancelado debido a la crisis del coronavirus, la organización decidió mantener la entrega del premio y una representación por parte de El Brujo de Dos tablas y una pasión ante un público reducido y con una retransmisión en directo que podrá seguirse en la web del festival —la entrega del premio, de manera gratuita; la representación, comprando un pase virtual—.

Pregunta. En Dos tablas y una pasión usted está solo encima del escenario, interpretando textos de los autores más grandes del barroco español, acompañado solo por un violín. Hay que tener precisamente muchas tablas para hacer un espectáculo así, ¿no cree?

Respuesta. Las tengo porque son muchos años ya, conozco muy bien lo que hago. Es una modalidad de trabajo muy personal, en solitario con un músico, siempre sobre textos clásicos que me inspiran.

P. ¿Cree que el título de la obra define bien lo que es el teatro?

R. Esta frase que se suele atribuir a Lope de vega o a Shakespeare define perfectamente lo que es el teatro: la palabra desnuda, la fuerza de transmisión a través de la voz humana y del concepto expresado por medio del lenguaje de la poesía. Eso es la esencia del teatro. Lluego puedes poner focos, una escenografía complicada, decorados vistosos, trajes bonitos, pero todo eso es un añadido.

"Con una versión atrevida puedes captar el espíritu de un clásico mejor que si repites el texto original como un papagayo"

P. ¿En qué consiste el espectáculo exactamente? ¿Cuánto tiene de compilación y cuánto de creación?

R. Tiene textos de grandes autores: Lope, Calderón, Shakespeare, Cervantes, Fray Luis de León, poemas de Teresa de Jesús… Lo que es personal es la manera de hilarlos; los relaciono entre sí a través de mi propia visión, expresada por medio de anécdotas y relatos míos.

P. Además de recibir el premio, hará una función de Dos tablas y una pasión ante un público reducido y se retransmitirá por streaming. ¿Se le hace raro actuar sin público?

R. Ya he hecho tres actuaciones sin público y a distancia durante el estado de alarma. Si te digo la verdad, tenemos tanta necesidad de trabajar que estamos deseando hacerlo aunque sea en estas condiciones. Evidentemente sería mucho mejor hacerlo de manera normal pero esto es lo que hay y lo aceptamos. Llevamos varios meses sin trabajar; no solo yo, porque hay que recordar que la gente de teatro no solo son los artistas, también los técnicos, los productores y otros profesionales.

P. Alcalá se ha tenido que cancelar pero Almagro se ha salvado y allí estará usted en julio, interpretando el mismo Lazarillo de Tormes que estrenó hace 30 años, una versión del clásico escrita por Fernando Fernán Gómez. ¿El público va a ver el mismo Lazarillo que entonces?

R. Es el mismo pero ha evolucionado mucho, porque es un espectáculo en el que hay mucha improvisación y va cambiando, han pasado muchos años. Lo mejor es la solera que tiene ya el espectáculo.

P. Dice Miguel del Arco que “la mirada contemporánea no es poner a Hamlet en vaqueros”, sino que “esté diciendo cosas que te afectan directamente, ahora, como ciudadano del siglo XXI”. ¿Qué opina usted?

R. Estoy totalmente de acuerdo. A Hamlet lo puedes poner en vaqueros y que no diga nada, repitiendo las palabras de Shakespeare de manera mecánica, con un recitado falso y engolado. En cambio lo puedes poner con ropa del XVII y que esté lleno de significado, porque el hábito no hace al monje. Eso significa Dos tablas y un pasión: la esencia es la palabra. La mejor manera de interpretar a los clásicos consiste precisamente en eso, en interpretarlos. Se te tienen que revelar de una manera casi espiritual. Con una versión atrevida puedes captar su espíritu mejor que si repites el texto original como un papagayo.

P. ¿Cuál fue su primera relación con los clásicos?

R. Con el Lazarillo. Empecé a estudiarlo y a hablar con Fernán Gómez sobre su versión y así empecé a leer toda la literatura picaresca contemporánea del Lazarillo, como El Buscón o Rinconete y Cortadillo, y luego seguí con los místicos y toda la literatura del Siglo de Oro.

"La enseñanza del teatro hoy está muy tocada por la cultura americana del método. Hay mucha confusión y mucha paja, más humo que aceite"

P. ¿Qué le atrajo de la literatura de esa época para que decidiera dedicarle a ella casi toda su carrera teatral? 

R. Que es muy rica, está llena de sabiduría y de ingenio.

P. Casi siempre actúa solo. ¿No echa de menos compartir protagonismo con otros actores?

R. La verdad es que no. No quiere decir que me oponga, si tuviera que hacerlo lo haría, pero encontré mi propio método, que consiste en trabajar solo.

P. ¿Ha pensado en traspasar su método y su legado a las nuevas generaciones? ¿Tiene discípulos?

R. Es un problema que tengo, un tema que me da que pensar. Es una pena que no haya pasado la antorcha a otra generación, pero ha sido, en primer lugar, por falta de tiempo para la enseñanza del teatro, porque hubiera tenido que dejar de trabajar; y, en segundo lugar, la forma en la que está organizada la enseñanza del teatro en este país tampoco lo ha posibilitado mucho. No tengo ni un puñetero discípulo. Mis discípulos son el técnico que trabaja conmigo, el músico… Cuando estaba preparando Autobiografía de un yogui apareció un chico que quería hacer un curso conmigo, ver los ensayos, y lo acepté. Vino unos cuantos días y se consideraba mi discípulo, pero en un plan de adoración al maestro y eso no me gustaba, era una cosa un poco rocambolesca. Me quería tomar como maestro de meditación y de teatro. El típico caso en el que si el maestro abusa es capaz de comerle completamente la olla al discípulo, que de esto también hay mucho en el mundo del arte y lo detesto. Yo le dije: “No, chico; no soy un gurú, yo soy cómico, actor. Y además trabajo en solitario, así que no te puedo dar un papel en la compañía”. De todas maneras todo el tiempo que estuvo con nosotros le hablé de mi manera de trabajar y traté de enseñarle. Ha sido el único que he tenido pero desapareció porque creo que se montó una película que no se correspondía con la realidad y quizá se decepcionó. 

Una visión trascendente del mundo

P. ¿Y cuál es el problema del sistema de enseñanza del teatro?

R. Es que yo estoy en otra clave, que es la del humanismo. Conectando con la cultura clásica española —por no hablar de la espiritualidad oriental, que en el fondo es lo mismo—, Calderón, Cervantes, Quevedo o Lope, todos tienen una visión trascendente del mundo, incluso Valle-Inclán. Los clásicos se te tienen que revelar, se tienen que hacer vivos en ti, tienen que nacerte como a un cantaor le nace una letra de dentro. Todo eso lo veo con la cultura humanística. En el barroco español había un código ético de transmisión de valores, como en los talleres de pintores. En cambio la enseñanza del teatro hoy está muy tocada por la cultura americana del método, de las técnicas de interpretación para lograr un naturalismo orgánico, cinematográfico, de otro estilo. Hay mucha confusión y mucha paja, más humo que aceite.

P. Saliéndonos un momento de los clásicos, ¿cómo ve el panorama teatral en cuanto a compañías y nuevos dramaturgos?

R. Los veo confundidos, desorientados. Es una época de excesiva información pero poca conexión con las esencias, con los maestros; pero tampoco veo a los maestros, no hay una transmisión viva de la cultura. Hay prisa, hay estrés, hay malestar y mucha confusión. Y el humanismo, entendido en el sentido más profundo, védico, oriental —humano viene de la raíz sánscrita manas, que significa mente—, quiere decir que la mente, el espíritu, es lo que nos caracteriza, aunque tengamos un cuerpo, una materia. El ser debe prevalecer sobre el tener, pero en el mundo actual ocurre al revés.

"Hoy hay un mismo saco donde cabe la cultura, el entretenimiento, los festejos, la pirotecnia y hasta el lanzamiento de huesos de aceituna"

P. Pero eso es un diagnóstico general de la sociedad contemporánea. ¿En el mundillo del teatro ocurre lo mismo?

R. En el teatro es donde únicamente veo todavía algo de humanismo entre la gente joven. Están desorientados pero buscando a los maestros, a alguien que les revele a Cervantes y a Shakespeare. Y con la cultura en general pasa lo mismo. La gente hoy no sabe qué es la cultura. Hoy hay un mismo saco donde cabe la cultura, el entretenimiento, los festejos, la pirotecnia y hasta el lanzamiento de huesos de aceituna. Pasa, por ejemplo, con la gente que sigue a un cantante. Se congregan 30.000 personas que van allí, se ponen hasta el culo, cantan sus canciones y se peinan como él, se tatúan y se pintan el pelo del mismo color. Eso es todo lo contrario a la cultura, eso es el enajenamiento. La cultura te conduce a ti mismo, no a imitar a un modelo impuesto por la industria cinematográfica o discográfica. O teatral. La cultura es lo que te pone en contacto con tu potencial creativo, con tu ser.

P. Uno de sus últimos espectáculos fue Autobiografía de un yogui, basada en el libro homónimo de Paramahansa Yogananda, el hombre que introdujo en Occidente la meditación y el yoga, un estilo de vida que usted mismo practica. ¿Cómo empezó su interés por la cultura y la espiritualidad oriental?

R. Empecé a meditar hace ya 45 años gracias a Verónica Forqué, que me introdujo en este mundo. A partir de ahí empecé a leer el Gita, el Mahabharata, libros de filosofía oriental y así llegué a Autobiografía de un yogui, un gran libro que habla de yoga y espiritualidad de una manera asequible a la mentalidad occidental.

P. ¿Se siente todavía con ganas para seguir en activo muchos años más?

R. Sí, con ganas y en forma además. Tengo buena salud y estoy fuerte. Hago ejercicio todos los días, yoga, mucho estiramiento. Tengo un buen fondo para trabajar en escena. Mira a Nuria Espert, que sigue en activo con 83 años. Yo espero seguir también mucho tiempo más.

P. Cuando mira por el retrovisor para contemplar lo que ha sido hasta ahora su carrera, ¿qué ve?

R. Esfuerzo, esfuerzo y esfuerzo, y mucha suerte también. He tenido una cosa maravillosa, un don y un regalo que hay que agradecer: el público me ha querido siempre, siempre sentí que al salir al escenario conectaba inmediatamente con la gente como cómico, luego he modulado esa cualidad trabajándola, depurándola, y he hecho de ello mi propia técnica, mi propia disciplina. Siempre se han fijado en mí aunque hiciera el último papel de la comedia, y yo no era consciente. Me dijo José Luis Alonso de Santos: “Oye, chico, tienes esto que es un tesoro. Otro sale alto y guapo y el otro tiene buena voz, son cosas que vienen de fábrica y sobre ellas debes trabajar”. Yo salgo al escenario y la gente inmediatamente sonríe, se hacen amigos míos. Si me equivoco, a la gente le da igual, y si me sale bien, también le da igual.

Confinado con Valle-Inclán

P. ¿Por qué se ha refugiado en Valle-Inclán durante la pandemia?

R. Yo ya tenía en mente hacer algo sobre Valle-Inclán. Ya había estudiado hace mucho tiempo su teatro, y sobre todo La lámpara maravillosa, que es un texto esotérico, una especie de diario, de manifiesto estético, de guía espiritual. Es un libro maravilloso, lo he trabajado mucho. Valle-Inclán fue un personaje incomprendido porque pertenece al siglo XX, donde ya había un deterioro importante del humanismo, con una jerarquía eclesiástica muy oscura, prohibitiva, mucha intolerancia con respecto a las ideas. Y creo que a Valle-Inclán todavía no se le entiende. Cuando hacen Divinas palabras y ponen a Mari Gaila como símbolo de la libertad sexual están haciendo una lectura muy superficial de la obra. Divinas palabras es la obra más importante de Valle-Inclán y es muy difícil de entender sin conocer los secretos de La lámpara maravillosa.

"Cuando a unos chicos que quieren montar una obra de Shakespeare se les impone un 21% de IVA y al Real Madrid un 10 %, es que algo grave está pasando en la sociedad"

P. ¿Qué significan para usted los premios y en concreto esta Fuente de Castalia que le concede el Festival de Alcalá?

R. Los premios son siempre un motivo de alegría y de agradecimiento porque son una confirmación de que tu trabajo ha sido bien recibido. Este premio lo agradezco mucho también, pero me habría gustado más que se hubiera celebrado el festival, no solo por mí, para hacer las dos funciones que tenía contratadas, sino por todas las compañías que se han quedado en casa, porque el festival se podría haber hecho con menos público si el ayuntamiento hubiera puesto un poco más de dinero, porque la cultura no tiene que ser siempre forzosamente rentable y porque la gente podría trabajar y cobrar. Si tú le dijeras a un concejal de cultura que si todo se cierra él tampoco cobra, te aseguro yo que no se cerraría nada. Se batiría el cobre para que todo saliera adelante, con las restricciones y el aforo que fuera. En cambio, si él tiene un sueldo hasta diciembre asegurado, a lo mejor prefiere estar relajado hasta que pase todo, pero cobrando. Pero no es el caso de la gente del teatro. Hay mucha gente a la que no le afecta la crisis del coronavirus, porque cobra de los impuestos que pagan aquellos otros a los que sí les afecta porque no pueden trabajar.

P. Hace unos días publicó una carta abierta al presidente criticando el trato dado a la cultura por el Gobierno durante la gestión de la crisis actual. ¿Qué echa en falta de la clase política?

R. Creo que el problema de la cultura no viene de la pandemia sino de antes. Hay en la sociedad en general una incomprensión sobre el sentido, la utilidad y la función de la cultura, por tanto tampoco hay un entendimiento de cuál es el papel que debe tener el estado con respecto a ella, y concretamente con el teatro, que es lo que a mí me toca. Un ejemplo de ello es el IVA que sufrimos con la anterior crisis. Cuando a unos chicos que quieren montar una obra de Shakespeare se les impone un 21% de IVA y al Real Madrid un 10 %, eso debería ser un síntoma alarmante de que algo grave está pasando en la sociedad. Este gobierno parece más sensible a la cultura, pero no te creas que mucho más. Y en cuanto a la pandemia, creo que el gremio de la cultura lo ha pasado muy mal y no ha habido una respuesta concreta del ministerio. Se ha hablado de préstamos pero todo está en el aire. Otro ejemplo del trato que recibe la cultura es que el AVE va lleno pero en el teatro hay que dejar dos butacas de separación.

P. ¿Va a cambiar el mundo a mejor tras la pandemia, tal como presintió al comienzo del confinamiento? Concretamente dijo que habrá “más conocimiento, más conciencia, más consideración hacia la vida que nos rodea, recibiremos la lección que nos da la naturaleza y viviremos con más amor”. ¿Lo sigue pensando?

R. Sí, ha habido un golpe en la sensibilidad colectiva. Tiene que haber un sufrimiento colectivo para reconsiderar la esencia y el sentido de la vida. Desde el primer momento de la pandemia vimos que una concejala de Más Madrid [Rita Maestre] y el alcalde del PP [José Luis Martínez-Almeida] se intercambiaron palabras de elogio y respeto, porque cuando se presentó esta emergencia tan traumática, se dieron cuenta los políticos de que las diferencias entre ellos eran mezquinas y superficiales. Ahora parece que se ha olvidado y vuelven a echarse la culpa unos a otros, pero el sufrimiento nos ha hecho volver la mirada hacia el interior, y nos ha hecho darnos cuenta de que la vida no la podemos controlar con ciencia ni tecnología.

@FDQuijano