Desde marzo, cuando fue pospuesto a causa del coronavirus, llevaba aguardando ganador esta VI edición del Premio Ribera del Duero, que a día de hoy se ha consolidado como el más importante galardón de narrativa breve en nuestra lengua, como acredita su palmarés. A éste hace referencia el ganador de este año, el argentino Marcelo Luján (Buenos Aires, 1973), que a pesar de que lleva desde 2001 viviendo en Madrid reconoce que “como latinoamericano, y más aún como rioplatense, pues allí todo escritor se educa con este género, es realmente un honor poder acceder al premio al libro de cuentos inédito más importante de habla hispana, y por lo tanto del mundo”, asegura, feliz de unirse a una nómina que en las últimas ediciones ha añadido a autores como Antonio Ortuño, Samanta Schweblin y Marcos Giralt Torrente.
Autor de libros de relatos en los comienzos de su carrera, Luján ha publicado en los últimos años novelas como La mala espera (Premio Ciudad de Getafe de Novela Negra 2009), Moravia y Subsuelo (Premio Dashiell Hammett 2016), y el libro ganador de este certamen, La claridad, es su regreso a un género que no considera para nada menor. Para Fernando Aramburu, presidente de un jurado en el que también han participado Clara Obligado y Óscar Esquivias, entre otros, los seis relatos del libro “de factura impecable, invitan a una experiencia de lectura no exenta de una gustosa perversión, al inquietarnos con unas historias que dentro de la literatura resultan placenteras, intensas, fascinantes, mientras que trasladadas a nuestra vida serían para echarse a correr”.
Como ha relatado el autor de Patria, “fue el primero que leí y el que usé de baremo para comparar los otros finalistas. Me pareció claramente el mejor desde el principio. Lo releí y encontré enormes virtudes literarias y lingüísticas, me convenció plenamente. Tiene una calidad enorme”, reconoce. Con La claridad, que llega a librerías el próximo día 15, Luján finaliza un trabajo de más de tres años en los que con un particular y resuelto manejo del lenguaje, de la voz narrativa y de los registros, logra crear historias inesperadas, extraordinarias, violentas y terrenales, que se combinan para mostrar el lado más afilado de la belleza.
Pregunta. El cuento está más asociado al principio de su carrera, ¿por qué ha vuelto ahora a él y cómo entiende el género?
Respuesta. Es cierto que mis primeros libros son de relatos, pero mientras escribía mis novelas nunca he dejado de escribir cuentos, es casi una necesidad. Y además una satisfacción, porque es un género muy complejo, mucho más difícil de lograr que la novela. Tiene una estructura súper reglada, un montón de restricciones técnicas... Además, no es lo mismo escribir relatos sueltos para revistas que intentar componer un libro de cuentos. Mi idea con este libro es que el lector al terminarlo tenga esa sensación similar a la lectura de una novela, de que ha leído un libro integral. Cada cuento debe mantener su autonomía, claro, pero todos están conectados.
"Muchos escritores publican relatos entre novela y novela para saciar la sed editorial, pero yo entiendo el género como el más difícil de trabajar"
P. De hecho, hay pequeños elementos, pinceladas, que se repiten y todos los relatos comparten tono y un par de ellos un personaje. ¿Por qué dotar de unidad a los cuentos?
R. Principalmente como una reivindicación del género. Es normal que un libro de cuentos se convierta en algo secundario en la carrera de un escritor, sobre todo de los no latinoamericanos. Muchos, entre novela y novela, para saciar la sed editorial o comercial recopilan unos cuantos cuentos escritos en la universidad, para una revista, reescriben y retocan otros... Eso es muy normal y no está mal, pero no es como yo concibo el cuento. Yo escribí estos relatos de cero, por eso tardé tres años, porque terminar cada uno de ellos, de unas treinta páginas, te deja vacío. Y tenía que pensar cómo mantener cierto hilo sin repetirme, claro, pero también sin aislarme de ese universo que estaba intentando crear. Fue un trabajo agotador y complejo, pero me lo tomé como un reto personal y de enaltecimiento del género.
P. El libro presenta una característica común en el cuento actual: una atmósfera de realismo total pero que está narrada casi desde lo inverosímil. ¿Por qué enfoca ahí el objetivo?
R. Yo vengo del género negro, una etiqueta que acepto, si bien para mí los géneros son secundarios porque la literatura está por encima de cualquier género. En mi opinión, el género fantástico moderno, en el que ya no hay monstruos o estos están muy humanizados, es decir son humanos, exige un profundo trabajo de la psicología y convive muy bien con la oscuridad, con la negrura. Con esos giros inesperados que la realidad guarda, que son plausibles, aunque no comunes. Y me apasiona poder abordar las historias desde ese punto. En este libro lo monstruoso y espectral está muy humanizado y aun siendo un texto con tintes fantásticos nunca se aleja del naturalismo literario.
P. Otra peculiaridad son sus narradores, que ya conocen toda la información y la desvelan o la escamotean al lector a placer. ¿Qué intencionalidad busca con esto?
R. Es algo que hice ya en Subsuelo, mi anterior novela. Desde la omnisciencia de un narrador que todo lo sabe me gusta mucho ejecutar el futuro narrativo, que el narrador pueda decir “mañana va a ocurrir esto”. Me parece muy interesante que el lector sepa, no más que los personajes, sino lo que va a pasar antes de que pase. La mitad de los cuentos terminan en futuro, con algo que todavía no pasó en el tiempo del relato pero que ocurrirá. Es un intento de aportar un pequeñísimo granito de arena a la literatura moderna, la introducción de un elemento que divierta al lector y dé interés a la lectura. Los escritores modernos deberíamos tomar más riesgos literarios.
Eso es algo que también destaca Aramburu, que afirma notar en estos relatos “la mano de un escritor de novela negra. De hecho, no es raro que, en algunos puntos, facilite al lector cierta información que los personajes desconocen, estableciendo con él una relación de complicidad a espaldas de ellos”. Además, el autor de Los peces de la amargura destaca que “los seis cuentos son bastante largos, lo que se permite un desarrollo bastante exhaustivo de la trama y existe una armonía muy agradecida en el tono. Hay concomitancias en todos los relatos, por ejemplo, en el hecho de que están centrados en un personaje que sufre la acción o que mueve a ella y en que todas estas historias, sin llegar a ser truculentas, sí son bastante fuertes y tienen finales trágicos”.
"Samanta Schweblin y Mariana Enriquez continúan la columna vertebral del cuento argentino, que viene de Borges y Cortázar, cuentistas antes que cualquier otra cosa"
P. El cuento en español en general y latinoamericano en particular cuenta con grandes exponentes, como decía antes, ¿con quién se identifica más, a quiénes lee de sus contemporáneos?
R. Aquí tengo que destacar a Samanta Schweblin y a Mariana Enriquez, que son, además de grandes escritoras, grandes cuentistas. Quién puede olvidar Siete casas vacías y Las cosas que perdimos en el fuego, ambos extraordinarios y cuyos cuentos en mis talleres. En Argentina la línea del cuento perdura desde Borges y Cortázar, que eran cuentistas antes que cualquier otra cosa. Y en Latinoamérica habría que incluir en esta columna vertebral a Rulfo y García Márquez, Horacio Quiroga y Onetti... Es algo muy latinoamericano y nosotros estamos muy educados en este género y lo cultivamos y respetamos muchísimo como escritores y como lectores. Porque no es fácil leer el cuento, tampoco.
P. Lleva varios años viviendo en Madrid y sabe que, aunque de un tiempo a esta parte ha ido ganando terreno, el género todavía sufre en España el prejuicio de género menor. ¿Cómo se puede reivindicar?
R. Opino que esa consideración de género menor en Europa en general, no sólo en España —por ejemplo en Francia no hay en las librerías sección de cuentos—, es una variable comercial, un asunto de ventas y encajes editoriales. De hecho, a la hora de escribir, es un género más difícil que la novela. Parece más fácil porque es más corto, pero yo tardé el doble que con una novela, que, al final, es ir agotando un argumento hasta el final, llegar a un destino pero por un camino con el ritmo y el tono definido. Es un género complejo que la crítica, los libreros y los editores deben entender. Son muy pocos los periodistas que saben leer cuentos, y ahí hay cierto trabajo que hacer. Mi generación en España tiene una docena de cuentistas muy buenos, pero falta que el género arraigue más, que el lector se eduque más en él.7
Como dijo Horacio Quiroga hace más de 100 años para escribir un buen cuento hay que coger a los personajes de la mano y llevarlos a un destino sin ninguna distracción"
P. Usted da clases en talleres, ¿cómo se puede enseñar a hacer algo tan pulcro, tan de mecanismo de relojería como un relato?
R. Yo tengo una técnica que intento transmitir siempre, que es lo que dijo Horacio Quiroga hace más de 100 años en su decálogo. Hay que coger a los personajes de la mano y llevarlos a un destino sin ninguna distracción. Por ejemplo, la digresión como recurso no la permite el cuento. Es una línea recta. Intento que empiecen por ahí. Y otra clave es tener el desenlace antes que nada, porque si uno tiene el final claro no se puede perder, algo fatal en el género porque se rompe la tensión, como decía Cortázar.
P. Volviendo a este premio, ¿qué repercusiones cree que tendrá en su carrera este Ribera del Duero?
R. He dedicado mucho tiempo y esfuerzo a este libro que necesitaba como escritor y creo que ha valido la pena, porque viendo el palmarés y la carrera de mis compañeros que lo han ganado, espero conseguir que me hagan un poco más de caso, por decirlo así. Yo publico poco, pero me interesa publicar libros que considere sólidos, que me dejen contento, y me parece que este galardón me dará un prestigio frente a los lectores y los críticos para que le echen un vistazo a mi libro y a mi obra. Ése es el verdadero premio.
Finalistas de lujo
El libro de Marcelo Luján se ha proclamado ganador entre las más de mil obras de treinta países que fueron presentadas a esta edición del premio, y muy especialmente frente a los otros cuatro finalistas, todos nombres de gran nivel. El resto de textos candidatos en la fase final han sido: Ni aquí ni en ningún otro lugar, de la española Patricia Esteban Erlés; Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, de la boliviana Magela Baudoin; Algunas hipótesis en torno al fin del mundo, del español Ricardo Menéndez Salmón; y El mundo de arriba y el mundo de abajo, de la ecuatoriana Mónica Ojeda.