El estado de alarma ha dejado al descubierto algunas carencias de la sociedad española. Muchas están relacionadas con el manejo de lo digital. No se trata ahora de buscar culpables, pero podríamos reflexionar sobre lo sucedido para buscar algunas vías de solución. A finales de mayo, los rectores (desde la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas) descartan una enseñanza 100% presencial. La prensa indica que la noticia causa desasosiego en la comunidad académica. Las experiencias de enseñanza a distancia de emergencia no habían sido buenas. No solo en la universidad. Por ejemplo, en secundaria no se pudo avanzar con nuevos contenidos. En estos momentos, la situación no ha mejorado sustancialmente, no hay un plan claro de cómo se va a organizar el próximo curso.
No hubo una reacción ágil. Se habría necesitado un cambio de metodología docente que no se buscó. También contar con unas competencias digitales más allá del uso del correo electrónico. Competencias que no siempre tenían ni profesorado ni alumnado. Por otra parte se descubrió lo que se llamó la brecha digital, que es la brecha socio-económica en este contexto. Para la administración de justicia, la ley de “videoconferencias” está pendiente desde 2011. Se desconfía de la tecnología. Se echa de menos “un clima de confort que permita a las partes defenderse con garantías”. La eficiencia cae por la falta de flexibilidad de adaptación de unos procedimientos ancestrales a una situación de alarma sanitaria y de una tecnología que lleva tiempo entre nosotros y que no se ha sabido incorporar.
Instituciones y varias personalidades manifiestan la debilidad de Europa frente a USA y China en el sector digital. Se teme, por ejemplo, que se controle la movilidad de las personas con motivo de gestionar los contagios de la COVID-19. Pero se obvia que en estos momentos ya estamos controlados por las operadoras de telecomunicación y por un sinnúmero de aplicaciones que aceptamos (a veces sin ser conscientes de las repercusiones) que registran nuestros pasos a cambio de servicios que nos parecen deseables.
Da la sensación de que descubrimos ahora que las principales compañías informáticas no son españolas ni europeas. Pero no somos capaces de tomar las medidas necesarias para reaccionar ante este hecho. Las experiencias de teletrabajo suscitaron reacciones curiosas. Por una parte, un optimismo poco fundamentado que ve en esto una oportunidad, pero sin saber cómo hacer que lo sea; se expresa un deseo más que una realidad. Por ejemplo, se centra la atención en la búsqueda de mecanismos de control del horario de los trabajadores sin reparar en que el modelo debería centrarse en objetivos y plazos. Como en los casos de la educación o la justicia, se necesita un esfuerzo de organización para redefinir la actividad laboral. De esta forma se podrían usar las herramientas informáticas adecuadas para aumentar la productividad, además de ahorrar tiempo (y energía) en los desplazamientos. Estas ventajas, potenciadas convenientemente, podrían reducir el tiempo dedicado al trabajo y mejorar la calidad de la vida personal.
Todo el mundo da por supuesto que el mundo que viene, entre otras cosas, será más digital. Pero esto nos llena de temor, por las repercusiones en el empleo y, sin reparar en la contradicción, por la sospecha de que este tren podría no parar en nuestra estación. Una digitalización sostenible debe estar apoyada en unas infraestructuras sólidas y que disponga de la materia prima esencial: las personas que tienen que hacerla realidad, los ingenieros e ingenieras informáticos.
Se va a necesitar un plan industrial y de investigación aplicada que conecte los puntos fuertes de nuestra economía con un futuro con certezas y esperanzas creíbles. Entre otras razones para poder captar los fondos europeos que vendrán condicionados a la digitalización. Otro pilar para garantizar el futuro digital de España es la apuesta por una remodelación de la educación que debe redefinir los objetivos y las competencias. Debe apostarse por mostrar una visión del mundo que haga ciudadanos capaces de tener un criterio sobre la realidad, que en buena parte será digital. Desafortunadamente, el proyecto de la nueva Ley Orgánica de Modificación de la LOE (LOMLOE) no parece que vaya en esta línea.
Vamos a necesitar personas creativas con herramientas intelectuales para convivir con una realidad cambiante. No podemos permitirnos que las personas cultas de mañana puedan decir que no saben informática. Una conclusión a modo de resumen de todo lo anterior puede ser esta: de la misma forma que la paella no puede hacerse sin arroz, la digitalización necesita ingenieros informáticos y una población con competencias digitales.