Cuando se enteró de que repetía como Premio Pulitzer de Ficción, poniéndose a la altura nada menos que de William Faulkner y John Updike, Colson Whitehead (Nueva York, 1969) se hallaba haciéndose un análisis de sangre para determinar si tenía coronavirus… y tuvo que esforzarse porque no se le cayera la mascarilla de la risa. “Simplemente pensaba '¡qué locura!'. Fue algo inesperado dentro de toda la miseria de los últimos meses”, reconoce sonriente durante un encuentro telemático con la prensa española. Un tono que pronto pierde al hablar del espinoso tema de su último libro Los chicos de la Nickel (Literatura Random House), una novela ambientada en los años 60 que narra a ojos de dos muchachos negros la brutalidad que existe en un reformatorio de Florida en el que, tras más de un siglo de funcionamiento, en 2014 se hallaron varias tumbas sin identificar.
Al igual que hizo con su exitosa El ferrocarril subterráneo, de la que se estrena una serie en Amazon a finales de este año, el escritor toma un episodio histórico para cubrirlo con los ropajes de la ficción explorando esas zonas oscuras de la historia estadounidense y dando voz a quienes nunca pudieron tenerla. En concreto a los más de 50 niños y jóvenes encontrados en 2014 en una fosa común escasos años después del cierre de la Escuela Dozier, cuyos expeditivos métodos habían permanecido en secreto durante más de 100 años.
“El colegio tenía un extenso y detallado archivo que durante décadas fue ocultado, a pesar de que cada cierto tiempo se oían protestas y rumores, pero nadie hizo nunca nada”, explica Whitehead, que recuerda que llegó a la historia en un momento clave. “Esta historia saltó a los medios cuando se estaban produciendo las protestas en Ferguson después del asesinato de Michael Brown y poco después unos policías blancos mataron a Eric Garner en Staten Island. Era un momento perfecto”, reconoce el escritor, que afirma que quizá si hubiera oído hablar de Dozier unos meses antes, o unos meses después, la historia no habría tenido el mismo impacto en él. “Pero ahí nació la génesis del libro, de la impotencia, de sentir que los culpables muchas veces no reciben su castigo y los inocentes no son vengados”.
"Este libro nació de la impotencia de sentir que los culpables muchas veces no reciben su castigo y los inocentes no son vengados "
Una impotencia que fue creciendo en cuanto el escritor comenzó a leer y escuchar testimonios de un reformatorio que solo fue cerrado en 2011. “Además de hablar con algún exinterno he leído relatos y testimonios terribles. No me he detenido particularmente en la violencia y la brutalidad, pues esta parte de la historia debía estar ahí y debía ser precisa, pero sí que traté de que esas voces fueran creando una especie de mapa de la historia”, asegura un Whitehead que reconoce que la escritura de este libro le afecto emocionalmente. “Cuando escribo trato de separar las cuestiones emocionales, porque si no me volvería loco, pero con Los chicos de la Nickel me sentí por momentos bastante deprimido y nervioso frente a lo que iba descubriendo. Sin embargo, también sentí como una especie de deber hacia los supervivientes contar la verdad de la historia. Cuando acabé el libro estuve seis semanas jugando a videojuegos y pasando tiempo con mi familia lo que fue de gran ayuda”.
El privilegio de la ficción
Consciente del impacto que ha causado una historia así en un momento tan convulso en cuanto al racismo y la brutalidad de las autoridades, Whitehead ni se considera un actor político ni cree que su novela cumpla una función social, pues como recuerda “no es la tarea de los escritores contar los hechos, para eso están los periodistas y los historiadores. No puedo inventarme lo que ocurrió, ciertamente, pero sí los detalles, pues los escritores de ficción tenemos ese privilegio de explicar las cosas de acuerdo con nuestra propia filosofía”.
En su caso, el escritor hace adoptar a uno de los protagonistas las entonces contemporáneas enseñanzas de Martin Luther King mientras que el otro piensa que la única forma de sobrevivir en la Nickel es emulando la violencia y la crueldad de sus opresores. “El problema de adoptar las ideas de Luther King es si esas ideas, buenas en un mundo filosófico y en la sociedad, pueden seguir aplicándose en un entorno cruel y peligroso. Ése es el gran conflicto”.
"En EE. UU. hace mucho tiempo que una novela no genera un impacto social. La gente que hace las leyes hoy en día no lee novelas"
No obstante, el escritor no se engaña en cuanto a la influencia y relevancia real que puede tener su novela o cualquier otra, pues afirma que “en Estados Unidos hace mucho tiempo que una novela no genera un gran impacto social. Por ejemplo, hacia 1850 La cabaña del Tío Tom puso de relieve el horror de la esclavitud o más tarde La Jungla, de Upton Sinclair (escrita en 1906), hizo lo propio con el mundo de la inmigración y las corruptelas que abrigaba, pero ahora las novelas no son en EEUU una parte central de la cultura”, se lamenta el autor. “La gente que hace las leyes hoy en día no lee novelas. Mi única intención es escribir algo que sea legible y que responda a mis ambiciones. No quiero educar ni ser pedagógico. Ni sobre racismo ni sobre ninguna otra cosa. Solo satisfacer mi objetivo artístico”.
Un racismo estructural
A pesar de ello, el escritor es consciente de la obvia relación que se puede hacer entre sus últimas novelas y la más estricta actualidad reflejada en casos como el asesinato de George Floyd o las protestas en Wisconsin. “A lo largo de mi vida, he visto a la brutalidad policial entrar y salir a escena constantemente, pero a pesar de ser obvio que hay muchos policías racistas que creen que su deber es atrapar a los negros, no existe una reforma de la policía real. O, en todo caso, los demócratas cambian algo y después los republicanos lo deshacen”, valora el escritor.
“Yo mismo he sido detenido y cacheado, claro. Por estar en el momento equivocado en el lugar equivocado.”, apunta el escritor, que asegura que “eso les ha pasado a todos los chicos negros de Nueva York y del país, que están a merced de la policía. Ese método de detención y cacheo es de lo más habitual y se hace mucho, aunque sea una flagrante violación de tus derechos más básicos”, se queja Whitehead, que considera su experiencia una más.
"Es obvio que EE. UU. es un país racista, pero lo preocupante es la impunidad. Igual que ocurre en mi historia, los policías de hoy se van de rositas"
“Aunque esta discriminación no es algo nuevo en la historia. Por ejemplo, hilando mis dos últimas novelas, la primera hablaba sobre la esclavitud, esa forma de control absoluta, pero en ésta cuento como una vez que fue abolida realmente en los años 60 y los afroamericanos pudieron poseer bienes, moverse libremente y votar, se aprobaron las leyes Jim Crow, que en la práctica dificultaban mucho todas estas cosas”, ilustra Whitehead. “El racismo siempre va a estar de actualidad porque nunca desaparecerá. Es obvio que Estados Unidos es un país racista, pero lo preocupante es la impunidad. En estos casos de tiroteos policiales, igual que ante los hechos del reformatorio, nunca nadie ha rendido cuentas, todos se fueron de rositas”.
Para terminar la charla todavía con una lectura del presente, el escritor habla sobre el presidente Trump, quien no cree que lea su libro porque, como ha dicho con ironía, “es un poco largo para él. Yo le recomendaría un libro infantil que creo que es más su estilo”. Y en serio, Whithead valora la posibilidad de la reelección asegurando que esto sería una gran derrota para la cuestión racial. “Nuestra historia demuestra que todos los logros obtenidos a nivel político y social sufren grandes retrocesos bajo gobiernos republicanos. Lo que está claro es que si el actual presidente sale reelegido va a morir gente y eso es una tragedia que afectará al conjunto del mundo, no sólo a mí país. Cualquier presidente es mejor que Trump. Un gato muerto es mejor que Trump como presidente”, concluye.