Hace ya años que Leonardo Padura (La Habana, 1955) viene reflexionando en su literatura, con una pluma afilada como un escalpelo, sobre la líquida y nunca halagüeña realidad cubana. Contundente defensor del deber del escritor con la sociedad, ya en 2015, cuando recibió el Premio Princesa de Asturias, aseguraba que “nadie se va del todo de Cuba”, un país que reconoce “hecho de migraciones, de emigrantes y de exiliados”. Si hasta mediados del siglo XX el flujo fue de entrada, en las últimas décadas, el exilio ha sido el pan de cada día de los isleños. Una situación que el autor recoge magistralmente, mezclando, claro, mucho de experiencia personal, en Como polvo en el viento (Tusquets), la historia de un grupo de amigos que retratan todas las caras del exilio, desde el odio feroz a la patria hasta la permanencia y el amor a ultranza, que en palabras de nuestro crítico Santos Sanz supone “la más abarcadora, analítica, sentida y emocionada recreación de la vivencia lacerante del destierro nunca escrita en castellano".
Pregunta. La diáspora ya tenía un papel importante en su último libro de Mario Conde, y es una constante en su obra, ¿es algo ineludible en la vida cubana?
Respuesta. El exilio nos ha acompañado desde los tiempos germinales de la cubanía con el destierro de José María Heredia, el exilio de padres fundadores como el presbítero Félix Varela, el pensador José Antonio Saco, el novelista Cirilo Villaverde, el animador cultural Domingo del Monte y, sobre todo, el exilio revolucionario de José Martí… Sabemos mucho de exilios, sin duda. Pero desde 1959 ese proceso se hace más dramático, por momentos masivo, y se ha podido distinguir en distintas oleadas, desde una primera, apenas triunfa la Revolución, y que estuvo inaugurado con la huida del dictador Batista y sus acólitos cercanos, pasando luego por salidas debidas a razones políticas muy concretas y económicas muy visibles. En las tres últimas décadas, en cambio, todo se mezcla de manera menos precisa, y aunque la política (que determina la economía) siempre está presente, la necesidad de encontrar otros espacios de satisfacción material o intelectual han tenido un peso indiscutible.
P. ¿Y más allá de la historia, ¿cuál es el peso de ese exilio hoy? ¿De dónde nace la idea de escribir esta novela?
R. Este panorama que nos ha afectado a casi todos. A los que se fueron, a los que nos quedamos, a la sociedad, a la economía, a la cultura… Ha afectado a las personas y a la sociedad, a la nación. Y no sé si es algo ineludible, pero sí es algo tan presente y abarcador que sus experiencias, consecuencias, trascendencias nos han tocado a todos de muchas maneras y constituye una constante de la realidad y la sociedad de la que un escritor que se dedica a observar y pretende reflejar su contexto no podría estar ajeno. Y, precisamente de ahí, de esa pesada y abarcadora persistencia, de mis contactos personales con los que se han ido y, claro, con lo que hemos permanecido, surge la idea de escribir esta novela que es, entre otras cosas, la historia de un desangramiento, de una pérdida.
P. Como polvo en el viento establece un juego de espejos entre pasado y presente. ¿Cuál es el papel del pasado en el presente? Y, ¿qué hay de real en los recuerdos, hasta qué punto es fiable la memoria?
"La memoria es siempre mejor que el olvido, por dolorosa que pueda ser. Mis novelas son reflejos de una memoria que no es la oficial"
R. Esa estrategia de mirar el presente en el espejo del pasado la he practicado en varias de mis novelas. Para hablar de la esencia de lo cubano (La novela de mi vida), de la perversión de la utopía (El hombre que amaba a los perros), de la persistencia de actitudes y necesidades humanas como la práctica de la libertad individual (Herejes), de los extraños calcos del pasado en el presente (La transparencia del tiempo), del sentido de pérdida que nos deja el pasado (todas las novelas de mi personaje Mario Conde). El tiempo, condensado en eso que llamamos Historia, es una de mis obsesiones que sirve para canalizar otras obsesiones, como las que acabo de mencionarte. Pero la Historia no es una ciencia exacta pues bebe de la memoria, que como se sabe, es selectiva y a veces veleidosa. Nos sostiene y a veces nos engaña, porque es un proceso muy complejo de recuperación a través de recuerdos. Desde mi modesta, personal, o incluso generacional perspectiva, yo trato de hacer un rescate y fijación de cierta memoria que en ocasiones trata de ser tapiada, cuando no borrada. La memoria es siempre mejor que el olvido, por dolorosa que pueda ser. Esa convicción la llevo a mi literatura que, siempre lo he dicho, tiene un componente importante de crónica social. Se pueden leer mis novelas como reflejos de una memoria que no siempre es la memoria oficial.
Entre el pasado y el futuro
P. En varios momentos rompe con esa idea de que el pasado es un refugio, un lugar agradable al que volver la vista, ¿puede ser el pasado más incierto y amenazador que el futuro?
R. Si el hombre no mirara el futuro como un tiempo mejor viviríamos en depresión. El niño que juega fútbol o beisbol en un terreno improvisado siempre sueña con que será una estrella en su deporte. Eso lo motiva, lo hace avanzar. Cuando se pierde ese júbilo, esa esperanza de futuro, pues el individuo se congela, y la sociedad también. Hoy el mundo, de manera muy dramática, ha perdido fe en el futuro, porque este presente terrible que estamos viviendo no fue el futuro que imaginábamos. El pasado, en cambio, puede ser refugio o trampa, puede ser satanizado o edulcorado, incluso manipulado o borrado como te dije antes. Y, para muchas personas, puede ser una amenaza. Uno puede tratar de esconder cosas, de pretender que desaparezcan en el pasado y… el pasado te alcanza, porque está ahí, contigo, o fuera de ti, pero latente.
P. Particularmente en Latinoamérica, en una tradición que arranca del boom, y que sigue con Volpi, Vásquez o la última novela de Mariana Enríquez, tienen mucho peso entre los escritores esa relación con el pasado. ¿Por qué existe esa necesidad de recontar el pasado? ¿Cómo nos apropiamos de él y dónde está la frontera entre memoria e imaginación?
R. El pasado es casi todo. El pasado es el responsable del presente y lo será del futuro. El pasado nos explica por qué estamos dónde estamos y cómo estamos. Y para contar esos procesos también sirve la literatura. En la literatura, sin embargo, no tiene que existir una frontera entre memoria e imaginación. Son parte del mismo paquete y se alimentan una de otra. El novelista toma el pasado, la memoria y lo tamiza todo a través de la imaginación para escribir una ficción, no una historia, aunque a veces la ficción resulte más esclarecedora que ciertas historias, ¿no?
P. Sus personajes viven el exilio y la permanencia desde toda una completa gama de maneras, ¿cuál es la que más se asemeja a la suya, Clara, quizá?
R. Sí, tal vez Clara con su sentido de la fidelidad, la permanencia, la persistencia. Solo que mis reacciones tienen una característica diferente, no mejor ni peor, diferente: la del escritor, la del novelista. Si yo no asumiera los comportamientos humanos más diversos desde una perspectiva tan particular como la del escritor, pues no sería escritor.
P. Su generación fue la que vivió en sus carnes el auge y el declive del sistema cubano, y es inevitable que aflore la nostalgia, pero ¿cómo vive la juventud esta herencia, esta división tan significativa de la sociedad?
"Mi generación creció escuchando que la utopía era posible, que en el futuro viviríamos en esa utopía, y… sufrimos luego demasiadas frustraciones, enormes desencantos"
R. La juventud cubana de hoy es muy diferente a la que yo viví. Y es que el mundo es diferente. Para hacerle una llamada telefónica a mi novia Lucía, allá por 1980, tenía que ir a la casa de un vecino pues no tenía teléfono. ¿Te imaginas que alguien de veinte años pueda concebir el mundo sin un teléfono? Te pongo este ejemplo tan burdo para que se tenga una idea de hasta qué punto somos diferentes, vivimos en mundos diferentes. Y, en lo social, mi generación creció escuchando que la utopía era posible, que en el futuro viviríamos en esa utopía a la que se llegaría por el desarrollo inexorable de la historia en ascenso y… sufrimos luego demasiadas frustraciones, enormes desencantos. Conocimos verdades que nos habían ocultado por décadas. Fuimos, diría yo, necesariamente románticos, crédulos, analógicos (sin teléfonos propios). Los jóvenes de ahora son lógicamente pragmáticos, descreídos, digitalizados y su relación con la sociedad es diferente. En Cuba existen muchos que son creyentes, pero también muchos que no creen en nada (y de esos descreídos hay muchos que se presentan como creyentes). Y por eso la opción de tantos es el exilio. El cansancio histórico es de tales proporciones que agotó ciertas reservas.
Una sangría sin fin
P. Y, sin embargo, usted nunca se ha ido. ¿Tuvo la tentación de hacerlo en algún momento? ¿Por qué decidió permanecer en Cuba? ¿Se arrepiente de algún modo?
R. No me arrepiento de mis grandes decisiones, entre ellas la de permanecer en Cuba. Creo que fuera de la isla quizás viviría mejor, tendría un auto más nuevo que el que, por suerte, tengo (ya anda por sus 23 años), cosas así, pero no tendría la obra que tengo, seguro que no. Ayer mismo sacaba la cuenta con mi mujer, Lucía, y en esta década que termina he escrito tres novelas, he participado en la escritura de siete guiones de cine, he preparado cinco o seis libros de periodismo y ensayo… No está mal, ¿verdad?
P. En el mundo actual el exilio es una realidad cotidiana, ¿hasta qué punto afecta esto a un país y le lastra tanto como otros condicionantes económicos o políticos?
R. Las migraciones forman parte de la Historia. En el presente son el resultado, sobre todo, de exigencias económicas. Y Cuba no es una excepción, aunque también en esos movimientos incidan condiciones políticas. A un país como Cuba le afecta de manera muy profunda, que será más dramática en el futuro. El hecho de que tantos jóvenes bien preparados se vayan del país es un desangramiento que nos va a costar caro. Y lo peor es que esa sangría no tiene fin previsible. En cuanto la gente pueda volver a viajar, me parece, la gente va a volver a emigrar.
"El hecho de que tantos jóvenes bien preparados se vayan del país es un desangramiento que nos va a costar caro. Y lo peor es que esa sangría no tiene fin previsible"
P. Pasa por la política de forma sutil, pero esta fue responsable de buena parte del éxodo de la población, ¿continúa siendo así o el perfil de los emigrantes ha cambiado con los años?
R. La política está presente en casi todos los actos de las sociedades contemporáneas y en todos los actos de la sociedad cubana. Cierto que siempre hay un trasfondo político en una sociedad altamente politizada como la cubana, pero hoy la gente emigra de Cuba por razones económicas, por decisiones personales (amorosas, familiares, de salud) y eso tiene menos peso.
P. Si en su anterior obra se centraba en el contraste entre la Cuba rica y la pobre, en esta presenta dos Cubas claramente enfrentadas, el relato interior y el de los que han huido, por un lado la isla y por otro el mundo. ¿Podrán reconciliarse y encontrarse ambas visiones o son totalmente antagónicas?
R. No lo sé, la verdad. Quisiera, deseo, ruego porque las relaciones entre los cubanos se desarrollen en armonía, que haya conciliación. Que se imponga el perdón y no el rencor, aunque perdón no quiere decir olvido. La Cuba que necesitamos es la de todos y para el bien de todos que quiso fundar el apóstol José Martí. Pero, hoy mismo, existen demasiados odios alimentados con esmero, enquistados con pasión, alebrestados por los políticos y no soy demasiado optimista en cuanto a esa necesaria conciliación.
Una bonita victoria
P. En La transparencia del tiempo ya se alejaba del arquetipo de novela policial que cultivó, aunque alternándola con otras historias, durante muchos años, ¿volverá a ella o ya no le resulta suficiente para narrar la realidad?
R. Mis novelas policiacas son cada vez menos policiacas porque la novela policiaca puede ser heterodoxamente policiaca. Me explico. Yo utilizo del género lo que necesito en cada caso y escribo la novela. Una novela. No escribo una novela policial. Y en cada uno de mis libros más recientes, incluidos en esos en que aparece el personaje de Mario Conde y hay un motor dramático en la investigación de algún tipo de crimen, lo policial aparece diluido en lo social, que es por donde me interesa moverme, y por donde voy a seguir moviéndome, porque desde ya te anuncio que ando con una historia de Conde dándome vueltas en la cabeza… Muere en La Habana un escritor muy conocido, muy promocionado, no se sabe si es asesinato o suicidio, y está llegando Obama a Cuba y… te debo el resto. En dos o tres años hablamos de eso.
"Hay conciencia de que el modelo está en crisis, que muchos de sus mecanismos no funcionan, y que o se cambia mucho o se pierde mucho, quizás todo"
P. En nuestra última charla me decía que “la realidad cubana demuestra la muerte de las ideologías”, ¿por qué es una muerte tan demorada? ¿Verá Cuba un cambio de ritmo significativo en los próximos años?
R. Creo que veremos muchos cambios en Cuba. Hasta ahora, en los últimos años y meses se han hecho algunos cambios, unos importantes (la posibilidad de viajar más libremente o un mayor acceso a la red, por ejemplo), otros más cosméticos. Pero creo que hay conciencia de que el modelo está en crisis, que muchos de sus mecanismos no funcionan, y que o se cambia mucho o se pierde mucho, quizás todo. Vamos a ver si existe la suficiente inteligencia, voluntad política y valor para asumir esa necesidad.
P. ¿Entonces, como dice el personaje de Bernardo, "derrota tras derrota, hasta la victoria final"? ¿Cuál sería para usted esa victoria?
R. La victoria, en lo personal, no existe. Ya lo dijo Kundera: "la vida, como tal, es una derrota". Es una novela de la que conocemos el final. En lo social, pues la victoria sería alcanzar ese mundo feliz en el que el hombre pueda vivir con el máximo de libertad en el máximo de democracia, sin miedos políticos, con sus necesidades vitales resueltas gracias a su esfuerzo personal y al empeño colectivo. Sería una bonita victoria.