En los últimos tres años Sílvia Pérez Cruz (Palafrugell, 1983) ha ido derramando canciones por doquier. Para espectáculos de danza, como el Grito pelao de Rocío Molina. Para montajes teatrales, como el Cyrano de Lluís Homar. Para películas: por un lado, la de animación Josep, única española seleccionada en Cannes junto a El olvido que seremos, y por otro, La noche de 12 años, sobre el encierro en la cárcel de Pepe Mújica, expresidente de Uruguay. Toda esa arborescencia creativa, ramificada por diversas disciplinas artísticas, la ha ‘empaquetado’ en su último disco, Farsa (género imposible) (Universal). En él, los temas cobran una independencia estrictamente musical y se visten con los géneros más diversos: experimentalismo abstracto a la manera de Björk (Par coeur), flamenco por derecho (Grito pelao), tonadas populares de la Argentina septentrional (El futuro de la madres del mundo)… Eclecticismo libérrimo que amplifica con su voz inocente y seductora.
Pregunta. Dice que Farsa responde a su preocupación por la dualidad entre realidad y apariencia, “entre fragilidad interior y superficie arrasadora”. ¿Por qué le toca tanto este tema?
Respuesta. Supongo que por la eclosión de las redes sociales, donde esa dualidad se concreta de manera extrema. Y también por mi condición de artista, que ha de subirse a un escenario y mostrarse. Yo convivo con mi fragilidad: la abrazo, le río, le lloro e intento hacerla bella.
P. Apela a unos versos de Pessoa: “El poeta finge que es dolor el dolor que en verdad siente”. ¿Cuánto fingimiento y cuánta verdad hay en un concierto suyo?
R. Qué maravilloso poema. Yo no construyo un personaje. Pablo Messiez escribió otro poema que creo que también da en el clavo: “Me olvido de mí cantando y cantando me recuerdo”. Es eso: yo me olvido de mi cuerpo y a la vez consigo conectar con la Sílvia de siempre, que se me despista a veces en el trajín de cada día. Se me puede conocer mejor si se me escucha cantar que si se me escucha hablar.
P. En la portada del disco su cara aparece casi disolviéndose con el fondo blanco. No hay rastro de su característica cabellera morena. ¿Es un mensaje contra el atracón visual de hoy?
R. Me inspiré en algunos carteles de La cantante calva, la obra de Ionesco, que pertenece al teatro del absurdo pero también está muy cerca de la farsa como género. Me interesaba alejarme de mi imagen típica, en la que el pelo es algo tan definitorio.
P. Otro tema central es la maternidad. Ha musicado el poema Todas las madres del mundo de Miguel Hernández, recoge las canciones que compuso para Grito pelao, espectáculo en el que Rocío Molina bailaba embarazada, otra la titula Fatherless…
R. Sí, sin duda lo es. No lo busqué como concepto artístico pero es una realidad que se me impone. Lo más importante que me ha pasado en la vida ha sido parir a una persona y tenerla que educar, abrazándola y dejándole espacio al mismo tiempo. La decisión de grabar el disco en mi casa respondía al deseo de pasar más tiempo con ella. Y por otro lado, el latido que mueve todo el disco es el homenaje a mi madre.
Guitarra y niños
P. Ella fue la responsable de su educación artística, ¿no?
"Las canciones están grabadas en el comedor de mi casa con todos los músicos juntos. Así se percibe su diálogo"
R. Sí, mi padre me regaló la experiencia de cantar en público y ella me dio la confianza y los recursos para expresarme. Estudió Historia del Arte y daba clase pero le frustraba ver que los adolescentes solo podían dar explicaciones técnicas aprendidas de memoria ante las obras, nada emocional y personal. Por eso descendió a la infancia. Iba a las escuelas con la guitarra y los niños pintaban inspirándose en lo que les cantaba. Luego creó su propia su escuela, Alartis. Allí yo era feliz. Mi tendencia a combinar distintas disciplinas, cine, teatro, música, danza…, viene de esa época.
P. ¿Cómo reparó en el poema de Miguel Hernández?
R. Me propusieron recitarlo en TV3. Dije que no porque yo no sé recitar. Pero luego me impactó tanto que sentí que lo podría hacer, porque me lo creía. Y después me lo guardé. Cuando me pidieron una canción para la película Josep, sobre el pintor y exiliado republicano Josep Bartolí, que estuvo encerrado en los campos de concentración franceses, decidí ponerle música, inspirada en las tonadas de las copleras argentinas de Tilcara. El poema conectaba muy bien con la historia de Bartolí.
P. Este da una visión muy negra de la maternidad: advierte del dolor que sufrirán las madres al ver a sus hijos enfrentados al mal, el odio, las guerras…
R. Sí, es duro. A mí me conmueve porque siempre que veo a una persona que ha perdido el control, con la personalidad desmontada, pienso en la madre que algún día le acunó.
P. El disco presenta un eclecticismo formal marca de la casa. ¿Cómo trabajaron el sonido para empastar tal variedad de géneros?
R. El electicismo no lo puedo evitar. La unidad la da la manera en que ha sido grabado: con todos los músicos a la vez en el comedor de mi casa, así se percibe el diálogo entre ellos. No quería armar capas independientes con cada instrumento. El concepto era hacer algo casero en el mejor sentido, artesano. Luego la sonoridad la trabajé conjuntamente con Juan Casanovas en su estudio.
Mantener la fe
P. Dice Messiez en las notas del disco que no canta las canciones sino que deja que ellas se canten. ¿Esa es la clave para que cobren vida y emocionen?
"Como compositora sé que cada tema pide una forma. El reto es comprender cuál es"
R. Bola de Nieve decía: “Yo soy la canción”. Una cantante es como una médium. Y como compositora sé que cada tema pide una forma, y que esta suele estar flotando en el aire. El reto es comprender cuál es. Y eso solo se consigue estando abierta. Debo abrir las ventanas, como si fuera una casa. El miedo y la inseguridad las cierran.
P. ¿Y sigue creyendo que su voz no es bonita?
R. Lo bonito de mi voz no es tanto el timbre en sí como su capacidad de transmitir. En general todos tenemos una relación extraña con nuestra voz. Cuando la oímos grabada nos choca. No digo que sea fea pero lo más valioso es que transparenta la fragilidad.
P. Su disco anterior, el directo junto a Marco Mezquida grabado en Tokio, lo tituló MA, un término japonés polisémico que, entre otras cosas, significa paréntesis. ¿Qué espera que signifique este paréntesis por el virus en su vida, en su carrera?
R. Las esperanzas de que la humanidad mejorase tras el trauma ya se han desdibujado un poco, aunque no las pierdo del todo. La incertidumbre todavía nos aplasta. Yo intento mantener la ilusión y seguir creando. He invertido tiempo, amor y dinero en conciertos que no sé si se podrán hacer. Igual no, pero quiero pensar que sí. Veremos