La distancia en el tiempo crea fascinación. El romanticismo se apodera de la memoria incluso cuando los hechos hayan sido dramáticos. Es un mecanismo de protección. Y sin embargo es ingenuo.
El último cómic de Igort (Cagliari, Italia, 1958), titulado Cuadernos ucranianos y rusos, sigue la estela de aquel excelente Cuadernos japoneses publicado en 2016, acercando al lector a hechos y momentos de lejanas tierras con la intención de evocar (y algo más).
Pero donde antes había un viaje interior ahora hay reporterismo aguerrido y comprometido.
Cuadernos ucranianos y rusos desempolva hechos conocidos del siglo pasado, diseminados por la memoria, con una aproximación periodística que no alivia la tragedia. Un esfuerzo creativo arriesgado para revisitar dos periodos críticos del país actualmente conocido como Rusia y así alejar estos hechos del olvido. A lo largo de las más de trescientas páginas, relatos sobre el azote del hambre en Ucrania y la compleja deriva terrorista de Chechenia conmueven sin clemencia hasta rozar la amígdala cerebral.
La crudeza de las historias se amplifica por un sencillo detalle: son historias hechas con palabras recogidas por el autor y convertidas en imágenes. Cada protagonista describe su tránsito sin amargura, como si de un observador de su propio destino se tratase, con la aceptación del que sabe que para morir lo único que hace falta es estar vivo. Sorprende la dignidad con la que algunas personas se enfrentan a un destino amargo.
Viñetas costumbristas se entrecruzan con otras épicas. Matanzas abominables y atropellos cuestionan la naturaleza del poder. Igort enciende las páginas con escenas cruentas y explícitas: disparos a bocajarro, niños famélicos, asesinatos por encargo, canibalismo implícito. También rememora paisajes de una soledad inasumible. El contraste entre el lirismo rural y la contundencia cosmopolita emanada desde la ciudad se imbrican para desarmar a cualquiera. Un cómic áspero y emotivo para remover conciencias.