Cuando la pandemia todavía era una sombra inconcreta que ya comenzaba a tomar forma, Amin Maalouf (Beirut, 1949) terminaba de escribir su nueva novela. En Nuestros inesperados hermanos (Alianza), un relato en forma de parábola sobre un mundo en descomposición donde no cabe la vuelta atrás, el escritor descubrió durante los meses de confinamiento una sorprendente metáfora de lo que es, lo que podría ser, el mundo tras el coronavirus. Si nos tomamos en serio el cambio.
“El año pasado publiqué El naufragio de las civilizaciones, un ensayo donde imaginaba un mundo que avanzaba hacia el hundimiento, y creo realmente que el mundo camina hoy hacia algo que se parece a eso”, explica el Premio Príncipe de Asturias. “Esta ficción, que busca una esperanza imposible de hallar actualmente en la realidad, nació de ese miedo, ese temor de ver que el mundo avanzaba hacia un naufragio”, asegura el escritor, que abre la novela con una cita de Novalis que dice que la novela surge de las carencias de la Historia. “O de la angustia que provoca”.
"Esta ficción, que busca una esperanza imposible de hallar en la realidad, nació del temor de ver que el mundo avanzaba hacia un naufragio"
En este sentido, la distopía realista de Maalouf se ambienta en un futuro casi presente en el que “tras detenerse el mundo, poco a poco la gente vuelve a vivir y va descubriendo que la nueva vida es muy distinta a la de antes. Se puede parecer, pero las cosas más básicas han cambiado”. Una sensación que el escritor identifica con todo lo ocurrido en los últimos meses, pues está convencido de la imposibilidad de volver a la ‘antigua’ normalidad. “El mundo tras 2020 no será el de antes, eso es una certidumbre. ¿Qué será, a qué se parecerá? Es difícil vislumbrarlo desde hoy, pero es algo que pasa raramente en la historia. Hay muy pocos momentos en los que todo el mundo esté convencido de que algo va a cambiar, de que algo finaliza y algo distinto empieza”.
Repensar, reinterpretar, reimaginar
Quizá con esa pulsión de cambio en mente se ha decidido el escritor, tan afecto a explorar en sus novelas el pasado y la historia, a aventurarse en los inciertos caminos del futuro, aunque haya escogido para ello la forma de una parábola, pues, como dice, “la forma narrativa de una parábola se adapta muy bien al mundo de hoy. Evidentemente, se pueden hacer novelas realistas que hablen de la actualidad y se proyecten al futuro, pero la parábola nos permite soslayar algunas realidades existentes y nos da libertad para inventar un mundo distinto”.
Algo, que según Maalouf necesitamos desesperadamente, pues “el mundo de hoy necesita ser repensado, reinterpretado y reimaginado, probablemente más que en cualquier momento de la historia”. Según el escritor, “la humanidad tiene, gracias al progreso técnico y económico, todos los medios para resolver los problemas que se plantean y realizarse como nunca lo había hecho antes. Lo que le falta es saber hacia dónde va, saber qué le gustaría construir”, defiende.
"El mundo de hoy necesita ser repensado, reinterpretado y reimaginado más que en cualquier momento de la historia"
“Últimamente siempre estoy consternado viendo la evolución del mundo, tanto da si miro mi región natal como a Estados Unidos o Europa. El incremento de tensiones, una probable nueva guerra fría y la carrera de armamento que ya ha empezado y nuestra incapacidad de vivir en culturas distintas, de gestionar la evolución del mundo, el progreso de la ciencia y la tecnología me abruman profundamente”, se lamenta. “Siento, como decía, que el mundo necesita ser reimaginado. La literatura nunca ha tenido un lugar más concreto en la humanidad, pues su función es justamente imaginar el mundo más allá de la realidad, y eso es lo que necesitamos. Ojalá esta pausa de 2020 nos permita tomarnos ese tiempo para hacerlo”.
Secar al pez del terrorismo
Uno de los grandes problemas que perturban a Maalouf, sobre el que se ha posicionado en sus obras desde ensayos emblemáticos como Identidades asesinas, es el de la convivencia cultural, un camino en el que cree que en las últimas tres décadas “no hemos avanzado mucho. La integración de personas distintas en las sociedades del mundo no mejora, al revés, se están deteriorando. En ninguno de los países que yo conozco se está haciendo un esfuerzo verdadero, con perspicacia, pertinencia, perseverancia y voluntad, para lograr que esta coyuntura cambie”, denuncia el escritor, residente desde hace décadas en Francia.
"El terrorismo casero de esos jóvenes manipuladores terriblemente difícil de impedir, sea cual sea el grado de vigilancia"
A pesar de reconocer que el fanatismo estatal de organizaciones como el Estado Islámico sí ha remitido, señala que “el terrorismo casero y criminal de esos jóvenes influenciados por manipuladores es terriblemente difícil de impedir, sea cual sea el grado de vigilancia”. En su opinión, lo único que puede ganar esta batalla, en “un mundo donde las tensiones están aumentando y el ambiente se envenena”, es el pensamiento, la educación.
“La clave debe ser conseguir que este tipo de actos sean impedidos mediante un control social del entorno mismo de donde proceden las personas que los cometen. Si podemos lograr que en su propio entorno sea condenable la violencia, que no se respalde ni de prestigio social sí podríamos ganar”, sostiene Maalouf, que añade que “si fuera un poeta de época antigua diría que tendríamos que secar el agua donde vive el pez del terrorismo hasta ahogarlo”.
El deber de la esperanza
No obstante el tono derrotista de algunas de sus declaraciones, el académico recuerda que aunque 2020 sea una especie de naufragio, “no es el fin del mundo. Hay una vida antes y una después del naufragio y ahora estamos en el durante, una condición un poco especial”. Por ello, mirando al futuro, Maalouf asegura estar constantemente reflexionando en cómo puede ser y debe ser el mundo postnaufragio. “Esto es una advertencia, un aviso que la historia nos da. Si seguimos como hasta ahora no llegaremos lejos. Debemos basar la reconstrucción en un orden internacional nuevo y efectivo y en tejer relaciones sólidas entre los distintos elementos que conforman nuestras sociedades”, opina.
"Mantengo la esperanza por principios. El papel del escritor es, al mismo tiempo, ser lúcido y mantener la esperanza"
“Y es algo que deben hacer todos los países. El mismo Estados Unidos, antaño la mayor potencia, debe replantearse el funcionamiento de algo tan nuclear como su democracia, y con ello su sociedad”, continúa el libanés. “Pero todos los países deben repensar lo político, lo económico y también los medios de comunicación, cuyo significado debe replantearse en un momento en el que una persona dese un ordenador en su habitación puede tener tanto público como el New York Times. Todavía no sabemos cómo esta nueva realidad puede alterar nuestra vida y nuestra democracia”.
Ante este repensamiento, que según él debe “partir de cero, de un punto de vista nueva que vaya más allá de nuestras costumbres y nuestra forma de pensar habitual”, Maloouf se muestra optimista. “Sin duda tengo esperanza, también por una cuestión de principios. El papel del escritor es, al mismo tiempo, ser lucido y mantener la esperanza. Un escritor desesperanzado, que crea que no hay futuro, es inútil para la humanidad”, sostiene el libanés, que concluye asegurando que “la humanidad tiene hoy medios técnicos y conocimientos para atajar lo que sea —hambrunas, guerras, epidemias—, por lo que cuanto suceda en el futuro depende de nuestra mente, de nuestra capacidad de imaginar soluciones. Es por eso que mantengo la esperanza”.