Después de ejercer como abogado en París, Estrasburgo y Helsinki, Alexandre Havard (París, 1962) dejó su carrera jurídica para estudiar y enseñar sobre liderazgo. Ocurrió después de varios encuentros con universitarios: “Daba clase sobre la historia de la integración de Europa y pasaba horas ayudando a la gente joven a penetrar el corazón y la mente de los padres fundadores de la Unión Europea: Robert Schuman, Konrad Adenauer, Alcide De Gasperi y Jean Monnet. Mis alumnos estaban sorprendidos por su grandeza, y su entusiasmo me pareció contagioso y edificante. En su magnanimidad, la gente joven me acercó al liderazgo”. Así fue como fundó la Asociación Liderazgo Virtuoso, que ahora tiene institutos en los cinco continentes.
Título: Del temperamento al carácter
Autor: Alexandre Havard
Editorial: Ediciones Universidad de Navarra (EUNSA)
Año de publicación: 2019
Disponible en EUNSA (edición papel, edición digital)
Disponible en Unebook
Havard emplea mucho la palabra “magnanimidad”, que en su primera acepción del diccionario de la RAE significa “benevolencia”, pero él la emplea sobre todo en el sentido de la segunda: “grandeza y elevación de ánimo”, aunque para él ambos significados deben ir enlazados. En su libro Del temperamento al carácter. Cómo convertirse en un líder virtuoso, editado por Ediciones Universidad de Navarra (EUNSA), expone los distintos tipos de temperamento —nuestra inclinación natural—, las siete virtudes fundamentales que ayudan a moldearlo para forjar nuestro carácter, y cuáles de ellas debemos potenciar en función de cuál sea nuestro temperamento para llegar a ser personas virtuosas. Dos de ellas, la magnanimidad y la humildad, son según Havard las claves para ser un buen líder.
Pregunta. ¿A qué tipo de lectores se dirige su libro Del temperamento al carácter?
Respuesta. El liderazgo consiste en alcanzar la grandeza personal desarrollando la grandeza en otras personas, versa sobre la grandeza y el servicio. La grandeza es el resultado de la práctica de la virtud de la magnanimidad; el servicio es el resultado de la práctica de la virtud de la humildad. El liderazgo es una forma de ser, y puede ser vivido por cualquier persona independientemente de su lugar en la sociedad o su papel en una organización. El liderazgo no es exclusivo de una élite, no es vocación de unos pocos sino de muchos. Esta visión del liderazgo responde a las demandas más auténticas de la naturaleza humana y a las aspiraciones más nobles del corazón. Mi libro Del temperamento al carácter es para todos. Todos estamos llamados al liderazgo. El liderazgo no es una función o una posición, es un modo de ser, el modo de ser más excelente, más apropiado a la naturaleza humana.
P. ¿A qué se dedica la Asociación Liderazgo Virtuoso?
R. La crisis del mundo moderno es una crisis de magnanimidad: una crisis de grandeza. El consumismo y el relativismo moral producen generaciones de pusilánimes: seres sin pasado, sin patria, sin familia y sin trascendencia. El liderazgo virtuoso es un ideal de vida que reconoce, asimila y da a conocer la verdad sobre el hombre. Queremos reestablecer al ser humano: levantar la cabeza, afirmar nuestra dignidad y descubrir la grandeza para la cual hemos sido creados. Nuestra misión consiste en encender corazones con la magnanimidad y formar una nueva generación de líderes virtuosos capaces de transformar la vida: la familia, los negocios, la cultura.
P. ¿Qué diferencia hay entre el temperamento y el carácter y por qué esta cuestión es importante a la hora de abordar las cualidades que debe tener un buen líder?
R. El temperamento es una predisposición natural e innata a reaccionar de una determinada manera. Es un don de la naturaleza y, en último término, de Dios. Podemos ser coléricos o melancólicos, sanguíneos o flemáticos. Nacemos con un temperamento y no podemos cambiarlo: moriremos con las cualidades y los defectos de nuestro temperamento. Sobre la base del temperamento, forjamos el carácter. El carácter está compuesto por virtudes, y las más importantes son: la prudencia, la fortaleza, el dominio de sí, la justicia, la magnanimidad y la humildad. Las virtudes son hábitos morales, fuerzas espirituales adquiridas y desarrolladas por la práctica. No hemos nacido con nuestro carácter: es algo que construimos nosotros. Mediante la educación del carácter, aprendemos a superar los defectos de nuestro temperamento. Aprendemos a hacer, cuando es necesario, lo contrario de “lo que me pide la inclinación natural”, porque con frecuencia eso dista de ser perfecto. El colérico, por ejemplo, está naturalmente inclinado al orgullo y a la ira. Sin embargo, puede superar sus defectos mediante la práctica de la humildad y del dominio de sí. A su primera reacción, que es fisiológica, puede responder con una segunda reacción, que es espiritual. Nuestro temperamento nos inclina en una dirección o en otra: el colérico está inclinado a hacer muchas cosas, pero le cuesta preocuparse por las personas; el melancólico está inclinado a contemplar bellas ideas, pero le cuesta ponerlas en práctica; el sanguíneo está inclinado a compartir sus sentimientos con los demás, pero le cuesta poner la última piedra a sus proyectos; el flemático tiende a analizar procesos, pero se le hace difícil soñar grandes cosas. La virtud compensa los defectos de nuestro temperamento: el colérico que practica la humildad se preocupa de las personas; el melancólico que practica la audacia se pone en acción; el sanguíneo que practica la resistencia termina sus proyectos; el flemático que se hace magnánimo sueña a lo grande. Cada uno escala la cima de la excelencia por un camino y una pendiente que le son propios, pero es el temperamento el que le indica esa pendiente y ese camino.
P. ¿Cree que actualmente el sistema educativo dedica poco tiempo y esfuerzo a enseñar cómo ser un buen líder y a ser una persona virtuosa?
R. La magnanimidad está en crisis. La extraña mezcla de individualismo y colectivismo de la sociedad moderna produce generaciones de pusilánimes... Gente sin ideal, sin misión, sin vocación. Cada uno defiende las fronteras de su propio ego. Esto lleva al siguiente resultado: “Yo, yo, yo y nada más que yo”, pero “yo como no otro”, “yo como desecho”, “yo como excremento”. También la humildad ha conocido mejores días. La cultura moderna considera la humildad como la virtud del servicio, con desprecio. La palabra “servicio” era antiguamente una de las palabras más nobles que se podían pronunciar. En Japón al “servidor” se le daba el bonito nombre de “samurái”. Hoy en día, cuando hablamos de servicio pensamos en servicios comerciales, en servicios que uno paga.
P. ¿En qué fuentes o investigaciones propias se basa para su clasificación del temperamento en cuatro categorías?
R. En el sistema más antiguo y el más duradero, que es el de Hipócrates y de Galeno. Todos los sistemas modernos están de una manera u otra basados en estas cuatro categorías fundamentales. Pero lo importante no es el sistema, sino la capacidad de discernir, en cada uno y en los demás, qué depende de lo fisiológico y qué depende de lo espiritual. La energía fisiológica no es la fortaleza, pero la favorece; la apatía fisiológica no es la pereza, pero la favorece. Así, hay dos extremos que deben evitarse: uno consiste en negar la realidad del carácter, otro, en negar la realidad del temperamento. El primer error es el determinismo, el segundo, el voluntarismo. Los deterministas niegan el espíritu, el carácter, la virtud: así, interpretan las acciones humanas desde el punto de vista exclusivo de la biología. Al justificar sus bajas acciones por la peculiaridad de su temperamento, los deterministas están negando, de hecho, su libertad, su responsabilidad, su dignidad. Y la de los demás. Muchos tests de personalidad que se ven en internet, también los más famosos, por no hacer la diferencia entre temperamento y carácter, se interpretan de manera determinista. Los voluntaristas, por el contrario, niegan el temperamento. Interpretan las acciones humanas exclusivamente desde el punto de vista de la voluntad (de la libertad). Conciben las tendencias fisiológicas como defectos espirituales. En la acción incansable del colérico no ven más que orgullo; en el ensimismamiento creativo del melancólico, egoísmo; en la alegría de vivir del sanguíneo creen ver falta de dominio de sí, y el flemático no es, a su juicio, más que un perezoso y un holgazán. Los voluntaristas aman la uniformidad espiritual, y no toleran fácilmente la multiplicidad de comportamientos. Solo tienen un modelo de excelencia en la cabeza: el modelo forjado por su propio temperamento. Es una mala idea elegir a un mentor o director espiritual entre los voluntaristas.
P. Reducir el temperamento a estas cuatro categorías sin duda ayuda a su análisis y a su mejora mediante el cultivo del carácter, pero ¿no cree que cada persona puede tener los cuatro tipos de temperamento en distinta proporción?
R. Los voluntaristas con frecuencia acusan a los que hablan de diversos temperamentos de categorizar a las personas, de encasillarlas, cuando ellos mismos ya han metido a toda la humanidad en una sola casilla: la de su temperamento, que en realidad es una prisión espiritual para los que tienen un temperamento diferente. La diferencia de temperamentos es un dato experimental. Si te parece que tienes los cuatro temperamentos, es porque confundes las dos cosas: el temperamento y el carácter. Por ejemplo, el melancólico puede pensar que es sanguíneo porque a lo largo del tiempo ha desarrollado las virtudes de la comunión y la comunicación, así como de la empatía y la amistad (cosas todas fáciles de practicar para los sanguíneos). El sanguíneo piensa que es melancólico porque ha desarrollado la virtud de la contemplación (algo fácil de practicar para el melancólico). El flemático puede pensar que es colérico porque ha desarrollado la virtud de la iniciativa (que les resulta fácil a los coléricos). El colérico puede pensar que es flemático porque ha desarrollado la virtud del dominio propio (algo que es fácil para los flemáticos). Si piensas que tienes los cuatro temperamentos, estás equivocado, pero es un error con una vertiente positiva: ¡significa que has estado desarrollando tu carácter!
P. ¿En qué se basa para decir que en España predomina el temperamento colérico y que en Francia y Estados Unidos no predomina ningún temperamento?
R. Llevo más de 30 años trabajando con españoles, portugueses, americanos, rusos, franceses, finlandeses. El elemento colérico de la genética española es evidente. El colérico se distingue por su reactividad inmediata, enérgica y duradera. No son todos los españoles así, pero proporcionalmente lo son mucho más que en otros países. En Rusia y en Portugal predomina el temperamento melancólico. En Italia, el sanguíneo. En Finlandia, el flemático. En muchos países, por ejemplo, en Francia y en Estados Unidos, no se puede identificar ningún temperamento predominante. La cultura norteamericana (el «American Dream») satisface ampliamente las necesidades de los coléricos, pero la mayoría de los norteamericanos no son coléricos.
P. En su libro pone ejemplos de personajes célebres como Juana de Arco, Martin Luther King, Aleksandr Solzhenitsyn, Maria Callas o Tomás Moro. ¿Cómo sabe qué temperamento tenía cada uno?
R. He leído decenas de libros sobre muchos de ellos. Hay muchos testimonios de gente que les han conocido bien, desde joven.
P. Hay un capítulo titulado “Descubre tu misión”. ¿Para ser una persona virtuosa es imprescindible tener una misión claramente definida que guíe toda nuestra acción?
R. Mucha gente se fija objetivos, y tiene razón, porque una misión sin objetivos no vale mucho. Pero tienen que asegurarse de que, más allá de esos objetivos, haya una misión que les dé sentido, y dé sentido también a su existencia. Si por temperamento eres más bien colérico, tiendes a concentrar toda tu atención en los objetivos materiales, en la gestión. Tendrás que aprender a ver más allá, y, sobre todo, más alto. “En muchas vidas hay un sentido místico”, escribió el poeta ruso Viacheslav Ivanov. “Pero son pocos los que lo captan correctamente. Con frecuencia ese sentido se nos comunica como en código, y nosotros, incapaces de descifrarlo, nos desesperamos al ver hasta qué punto nuestra vida está desprovista de sentido. El éxito de las grandes vidas reside muchas veces en la capacidad de descifrar el código que se nos ha enviado, comprenderlo y aprender a marchar por el buen camino”.