Tras su primer libro de relatos Piscinas vacías y su debut en la novela con Qué vas a hacer con el resto de tu vida, Laura Ferrero (Barcelona, 1984) regresa al género del cuento con la publicación de La gente no existe (Alfuaguara), un libro que retoma sus habituales temas sobre el amor y desamor, la ausencia y la culpa, la enfermedad o la huida. “En el fondo en este libro lo que estoy planteando es cuándo, del tiempo que estamos aquí, en la tierra, estamos realmente aquí, cuánto estamos vivos –reflexiona la periodista y editora-. Me da la sensación de que vivimos como muy deprisa, con nuestras máscaras de ser superfuncionales y estar a todas, y no sé si eso encubre un poco el hecho de no estar del todo aquí”.
Historias de amor tóxico, romances reconstruidos, manuales para olvidar a un ex, cuentos de padres a hijas, de nietas a madres... Como un caleidoscopio que va del detalle al relato, todos los personajes de Ferrero caminan aquí sobre el filo de ese abismo mientras tratan de aferrarse a las palabras. “¿Estamos vivos o no? –se cuestiona la autora-. Esa es mi pregunta. Qué es lo que nos hace estar vivos y qué lo que nos hace no estarlo”.
Pregunta. Y ahora que ha experimentado con la novela y el relato, ¿siente que se desenvuelve mejor en alguno de los dos género?
Respuesta. No me siento más cómoda en un género que en otro. La novela es un proyecto a largo plazo, es casi como una carrera de fondo, y los relatos me producen más ligereza, como un sentimiento de poder acabar las cosas. En la novela sabes cuándo empiezas pero no cuándo acabas, es algo que está vivo. Y los relatos en mi caso surgen de un destello, de situaciones cotidianas, de un verso, de la poesía, de una cosa que yo no entiendo. Son más breves en el tiempo y eso te produce esa sensación de haber terminado algo, de haberlo cristalizado. No es que me guste más ni uno ni otro. En términos de ejecución el relato me resulta más agradecido, lo que pasa es que luego al libro de relatos le tienes también que buscar la coherencia.
Los vínculos y la familia
P. En sus relatos aborda la manera en que tenemos de relacionarnos con el otro, ¿nos cuesta cada vez más mantener los vínculos con los demás?
R. Yo creo que el vínculo verdadero nace cuando no te quedas en la superficie. Vivimos en una sociedad que está muy volcada en el intercambio rápido, en consumir relaciones casi desde el comienzo y no creo que así puedas estrechar vínculos. El vínculo lo que requiere es empatía y la empatía lo que requiere es tiempo y voluntad. Hemos perdido también un poco esa capacidad de la escucha sin ningún fin, simplemente por estar ahí. En ese aspecto me da la sensación que no le damos tanto espacio a esos vínculos que para mí son un poco la base de todo.
"Vivimos en una sociedad muy volcada en el intercambio rápido, así no se puede estrechar vínculos. El vínculo requiere de empatía y la empatía, tiempo y voluntad"
P. En este sentido, las relaciones familiares están muy presentes también en su narrativa, ¿por qué?
R. La familia es el primer lugar al que tú perteneces. Hay una frase que está en el libro que dice que solo miramos el mundo una vez y es en la infancia, que el resto es memoria. Creo que es hasta los siete años de edad donde te formas y todo lo que tú hagas después está un poco repitiendo lo que viviste o lo que te ocurrió. A mí la familia me interesa mucho como el ámbito en el que un ser humano se forma pero también por cómo al llegar a ser adulto te planteas realmente quién es tu familia. Porque al final tu madre es tu madre y tu padre es tu padre, no hay un hombre y una mujer detrás de ellos, pero cuando creces vas quitándoles la máscara, viendo qué personas son realmente y, con la distancia de los años, viendo un poco lo que ha ocurrido por medio.
P. Otro de los temas que aborda en sus textos esa constante necesidad de huir, ¿de dónde sale?
R. Me inquieta mucho esa dicotomía entre irse y quedarse. Todos mis personajes se van. De manera que yo creo que a mí me resulta más cómodo o estoy acostumbrada un poco a eso, al hecho de irse de los sitios. Pienso que quedarse tiene que ver con las raíces y con el compromiso y eso muchas veces asusta. Es normal huir cuando tienes una mala situación pero a mí lo que me inquieta es esa otra cosa. De repente lo tienes todo y huyes, ¿por qué? La huida al final es como poner la responsabilidad de lo que te pasa fuera. Igual deberías revisarte a ti. Piensas que tienes que salir de ahí, ¿por qué? Porque en realidad es más fácil.
El poder de la palabra
P. En 'Candy Crash' habla del poder de las palabras, ¿piensa que nos redimen o, como dice su protagonista, nos dinamitan?
R. No sé si conoces ese poema de Anne Sexton que dice que las palabras y los huevos deben ser tratados con cuidado, una vez rotos son cosas imposibles de reparar. Yo creo que muchas veces ensalzamos el poder de la palabra y es cierto que los que las saben utilizar tienen ese poder como de conquistar, de decir lo que no sabes decir de otra manera, pero también dominar el lenguaje tiene una capacidad perversa. Tú puedes manipular con el lenguaje. De manera que el lenguaje tiene ambos usos y son igualmente plausibles. Y justo en ese relato, en el de 'Candy Crash', se aborda ese uso un poco menos romántico que es la manipulación. Tratar que la realidad cambie con el lenguaje.
"Me inquieta mucho esa dicotomía entre irse y quedarse. Todos mis personajes se van. Pienso que quedarse tiene que ver con las raíces y con el compromiso"
P. De hecho, a menudo los personajes de sus relatos se quedan sin palabras… ¿Existimos, aludiendo al título de su libro, gracias a las historias que nos contamos?
R. Tenemos que contarnos una historia para poder sobrevivir y al final cuando te cuentas a ti mismo, lo que quieres es ser coherente. En aras de esa coherencia modificas muchas de las historias que te han pasado. Entonces, en vez de contar las historias como fueron, que bueno tampoco uno sabe muy bien cómo fueron, las vas adaptando. Eso se convierte en tu relato. De manera que al final el relato es un poco un autoengaño. A mí me interesan mucho las ficciones que nos contamos porque dicen mucho de lo que quieres. A veces lo comparo con la figura del editor de libros. Yo me dedico a editar y como editora, decido si algo va mejor en otro lado, si un personaje tiene que ser así... Y a veces, cuando me cuento mi vida, me ocurre lo mismo. Estoy diciendo: "Esto no lo voy a contar porque yo dije que no me gusta el queso y aquí comí queso". No sé cómo decirte. Es una tontería pero el relato es lo que acaba determinándonos. Cuando tú te presentas a alguien, tú tienes como un paquete montado en tu cabeza, con las cosas que tienes, con tus defectos y virtudes que igual no son los reales, son los que a ti te gustan contar de ti.
La enfermedad y la pandemia
P. Incluye además dos relatos -'Aquellos ojos verdes' y La trenza'- que dialogan entre sí y que tienen que ver con la enfermedad e incluso con la pandemia, ¿por qué decidió incluirlos?
R. 'Aquellos ojos verdes' lo escribí hace tiempo, cuando murió mi abuelo, y en él hago una exploración del dolor de los otros, porque ahí me fijaba un poco en mi madre. También es un poco la reflexión de que, cuando vives el dolor a través de los ojos de otra persona, lo que haces es dejarlo de vivir tú. Me interesaba mucho eso. El tema es que este libro de relatos estaba prácticamente cerrado cuando la pandemia y la primera semana además se murió mi abuela de Covid. Cuando a mí me avisaron de que se había muerto estaba en casa encerrada sin poder salir y esperando la llamada que me dijera eso. Y la única manera que encontré de despedirme de ella era haciendo un texto. Lo único que me quedaban eran las palabras. La trenza surge como una especie de homenaje de despedida. Como decir: "Mira, no tengo otra cosa, te has ido y me queda escribirte algo, como si las palabras pudieran tocarte a ti, acercarme a ti". También es una reflexión un poco de cuando vives el dolor en primera persona. Porque normalmente tienes muchas distracciones pero la pandemia nos ha enseñado que a veces estas cosas ocurren.
P. De hecho, dedica unas palabras a aquellas personas que durante la pandemia llegaron donde otros no pudimos...
R. Aún están ahí. Tenemos una gran tendencia al olvido. Ya no aplaudimos. Qué pena que seamos así.
"Al final cuando te cuentas a ti mismo, lo que quieres es ser coherente. En aras de esa coherencia modificas muchas de las historias que te han pasado"
P. Alude además en sus textos a la necesidad de los detalles, ¿las historias se componen de detalles? ¿Cómo aprender a observarlos?
R. Todos partimos de las mismas ideas que son universales y son los detalles los que las diferencian. Por eso me parece que para escribir hay que estar como muy atenta a esos pequeños matices que son en realidad el alma de las historia porque es que en la vida tampoco te pueden pasar tantas cosas distintas. Muere alguien, desaparece alguien, pierdes a alguien, te echan del trabajo, te dan un trabajo, te enamoras... A todos nos ocurren esas cosas, lo que nos diferencia es cómo las vivimos y las vivimos desde los detalles, desde lo que hace particular a cada una de ellas.
P. ¿Hay algún relato en este libro que le costara especialmente escribir?
R. El de 'Grangena' por ejemplo me costó escribirlo, porque me parece que el tema de los abusos, en este caso de abusos psicológicos, son complicados. Me interesan muchos todos esos matices, cómo una persona empieza a desaparecer. Y como nunca había tratado el tema ni había escrito sobre eso pues obviamente siempre supone un reto. También a veces escribes desde esa necesidad de hacer visible a algo que tú consideres necesario. Este me costó porque me supuso un reto cómo contarlo para que tuviera entidad.