La larga historia del mundo musulmán en la España medieval está jalonada de fecundos logros en el campo de la ciencia y el pensamiento. En una época en la que la Europa cristiana vivía un innegable retroceso cultural, sabios como Avempace, Maimónides o Averroes mantuvieron vivo el fuego del saber clásico y sentaron las bases de debates filosóficos, teológicos y científicos que cristalizarían en la revolución cultural de la Europa moderna.
Pero unas décadas antes, ya destaco en nuestro país otro pensador y poeta que, a día de hoy es considerado como el máximo representante de la filosofía judía en España, Salomón ben Jehudah ibn Gabirol (Málaga, 1020 o 1021-Valencia, 1058 o 1070), conocido en el mundo cristiano (donde hasta el siglo XIX se le tuvo por árabe) como Avicebrón. Con motivo del milenario de su nacimiento, el catedrático emérito de Filosofía de la Universidad de Málaga, Juan Fernando Ortega Muñoz (1932), publica Ibn Gabirol. Filósofo y poeta malagueño (UMA Editorial), una aproximación vital y bibliográfica a la figura del más profundo y original de los filósofos judíos medievales españoles.
Hijo de una familia cordobesa que escapaba de las revueltas que dieron fin al califato, cuyos últimos años se vieron emponzoñados por las luchas de poder de los sucesores de Abderramán III, fue huérfano desde muy joven, y pronto llegó a la corte de Zaragoza, donde fue criado y educado. Allí, su precoz genio poético le valió la protección del mecenas Yequtiel Ben Isaac, visir judío del rey Mundir II de la taifa aragonesa, donde se había reagrupado, al igual que en tierras granadinas, una poderosa comunidad judía tras la caída de Córdoba.
Poeta entre varios mundos
En Zaragoza, Ibn Gabirol adquirió su formación y educación judía y se familiarizó con el uso de fuentes filosóficas árabes, que recogían muchos de la herencia grecolatina. Creó un estilo original infundiendo el hebreo bíblico de imágenes y modismos métricos extraídos de la poesía árabe. Además, fue autor de numerosos panegíricos y elegías, pero también cultivó la sátira y el autoelogio, que eran géneros habituales entonces entre los poetas árabes, pero no entre los hebreos.
Ibn Gabirol creó un estilo original infundiendo el hebreo bíblico de imágenes y modismos métricos extraídos de la poesía árabe y uniéndolo al neoplatonismo
También escribió abundante poesía religiosa, en la que se encuentra su logro más destacado Keter Malkuth (La corona real), un largo poema de tendencias místicas que supone una síntesis entre las creencias tradicionales judías, la poesía de los Salmos, y la visión metafísica neoplatónica, todo ello adornado por un gran conocimiento de la astronomía árabe. Muchas de sus composiciones religiosas han pasado al ritual litúrgico de los judíos sefardíes y asquenazíes, donde goza todavía hoy de gran prestigio.
En 1039, tras los tumultos ocurridos durante el golpe de estado de Abd Allah Ibn Hakam contra Mundir II, que derrocó a la dinastía de los tuyibíes, Yekutiel fue asesinado y, tras dedicarle las más hermosas de sus poesías, Ibn Gabirol dejó Zaragoza. Para él, escribió versos tan hermosos como:
Fíjate en el sol del ocaso, rojo,
como revestido de un velo de púrpura:
va desvelando los costados del norte y el sur,
mientras cubre de escarlata el poniente;
abandona la tierra desnuda
buscando en la sombra de la noche cobijo;
entonces el cielo se oscurece, como si
se cubriera de luto por la muerte de Yequtiel.
Así, Ibn Gabirol puso rumbo a Granada, en busca de otro protector en la persona del uno de los más notables y poderosos personajes de su época, Semuel Ibn Nagrela, rey zirí de Granada. Fue preceptor de su hijo Yosef, pero a pesar del origen común de sus familias, sus relaciones fueron conflictivas, llegando incluso al enfrentamiento personal, debido a la rivalidad poética y al particular carácter del filósofo, que Ortega Muñoz define como “de salud débil y de carácter melancólico y retraído, pero apasionado y de una sensibilidad fuera de lo normal. Él mismo se describe como un ser solitario y ensimismado”.
Una filosofía precursora
Más allá de su excelsa creación poética, Ibn Gabirol alternaba la lírica con la producción gnómica y filosófica, a la que dedica Ortega Muñoz las más encendidas e inspiradas páginas de su biografía, estudiando su dialéctica, su metafísica y su influencia en otros nombres e ideas relevantes posteriores, especialmente del mundo cristiano medieval, donde su influencia está presente hasta prácticamente el Renacimiento. “En su pensamiento se encuentra una lograda síntesis entre Platón, Aristóteles, Séneca y Plotino, expresada con una sensibilidad poética extraordinaria y un original sistema metafísico que nos recuerda la filosofía tantos años posterior a Hegel”, señala el autor.
Esta compleja amalgama nace de las tres influencias fundamentales en la obra del pensador: las creencias religiosas judías, la filosofía aristotélica, asumida ya entonces por los árabes, y la escuela neoplatónica alejandrina, de la que extrae la idea de emanación, según la cual todo lo existente ha nacido de un principio absolutamente simple y único. Sin embargo, el catedrático apunta aquí una más, “que se muestra evidente tanto en la forma como en el fondo temático”. La ejercida por la obra De Divisione Naturae del filósofo carolingio Escoto Eriúgena. “Lo cual no tiene nada de extraño dada la relación existente entonces entre ambas culturas en la Península Ibérica y la apertura de la filosofía gabiroliana a las tres religiones del Libro”, apunta.
"Pocos pensadores posteriores han sido tan profundos como él en su análisis de un mundo paralelo, de una realidad ideal de la que ésta es reflejo”, afirma Ortega Muñoz
Así, el monje irlandés influyó en la principal obra de Ibn Gabirol, el tratado metafísico sobre el origen y la constitución de los seres La fuente de la vida, que, si bien adopta la forma canónica de un diálogo entre maestro y discípulo, presenta radicales originalidades de contenido al tratar de superar el panteísmo de Escoto Eriúgena situando el principio último de lo real, Dios, en un orden trascendente al mundo. Así, afirma Ortega Muñoz, “pocos pensadores posteriores han sido tan profundos en su análisis de ese mundo paralelo como él”.
Un mundo paralelo que para Ibn Gabirol refleja, como la imagen en el espejo, la realidad física en un sistema conceptual especular que es propio sólo del ser humano y que posibilita y se refleja a su vez en el lenguaje, que sin él no sería posible. “Este sistema Gabirol lo concibe, no como nosotros lo entendemos, como una copia de la realidad, sino al contrario como su modelo original del que es la realidad, como nosotros la entendemos, la que se copia”, apunta el catedrático, que añade que, además, “el filósofo judío concibe esa realidad conceptual como una zona intermedia entre la causa primera o Dios y el mundo físico, mediando la Voluntad, en un sistema ordenado de reflejos y copias de copias que desciende desde la Unidad Primera a la pluralidad inmensa y extremadamente diversificada del mundo físico”.
Un legado duradero
Ideas como estas, de talante puramente neoplatónico, fueron paulatinamente refutadas y enterradas a raíz del triunfo posterior de la filosofía aristotélica, piedra angular de las obras de pensadores como Avicena, Averroes o Maimónides. Por su parte, Ibn Gabriol, tras residir unos años en Granada optó de nuevo por volver a Zaragoza. No obstante, el continuo enfrentamiento de su pensamiento con el de sus correligionarios concluyó en el año 1045 con la promulgación de un anatema y su expulsión de la comunidad hebrea de Zaragoza, desde donde volvió a partir para el exilio.
La celebridad e influencia que no tuvo entre hebreos y árabes la obtuvo entre los cristianos medievales e incluso posteriores como Giordano Bruno, Espinoza y Hegel
Se refugió en otra importante taifa de la época, Valencia, desde donde planeaba viajar hasta Palestina para cumplir su viejo deseo de ir a la tierra de sus antepasados. Sin embargo, no hay testimonios fiables sobre el último período de su vida y una vieja leyenda nos dice que murió en la ciudad mediterránea (la fecha oscila entre 1058 o 1070) asesinado por un poeta musulmán celoso de sus versos y su sabiduría. Según se cuenta, la higuera que ocultó su cadáver dio unos frutos tan extraordinarios y dulces que atrajo la atención del rey sobre su propietario, obligándole a confesar su crimen.
No obstante, la celebridad que no consiguió alcanzar la obra de Ibn Gabirol entre sus correligionarios y entre los musulmanes, sí la tuvo entre los filósofos cristianos. El obispo de París Guillermo de Auvernia lo consideró como “el único nobilísimo entre todos los que filosofan”, nutrió la filosofía franciscana, que incorporó algunos de los temas esenciales de su voluntarismo y su inspiración mística, e influyó tanto en los grandes sistemas medievales de San Buenaventura y Duns Scoto, uno de sus más celosos defensores, como en la constitución de la filosofía aristotélica dominica de San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino, que oponiéndose a algunas de sus teorías cimentaron las propias y dieron un nuevo rumbo a la escolástica cristiana. Incluso en pensadores posteriores, como en los filósofos modernos Giordano Bruno, Espinoza y Hegel se encuentran ecos de una obra que fue pionera, original y que abrió nuevas vías de pensamiento que siguen vivas un milenio después.