Acaba de cumplir 25 años de trayectoria como director de orquesta. Y no lo ha podido celebrar en mejores circunstancias: galardonado por sus últimos discos beethovenianos en Japón y ungido como 'Artista del Año' en los Premios Internacionales de la Música Clásica (los ICMA, según sus siglas inglesas). La carrera de Pablo Heras-Casado (Granada, 1977), ambiciosa, libertaria y osada, ha llegado infinitamente más lejos de lo que soñaba cuando fundó su propio ensemble siendo un adolescente.
Retos como afrontar El anillo del Nibelungo no aparecían ni en sus más idílicas ilusiones en aquella época en que todo estaba por venir. En un receso en los ensayos de Sigfrido, tercera entrega de la descomunal saga wagneriana, que viene acometiendo en el Teatro Real desde 2019, rememora sus orígenes como director, repasa su acelerada evolución y analiza las claves de su nuevo ‘careo’ con herr Wagner.
Pregunta. Ya es su cuarto abordaje wagneriano en el Real, donde antes de enfrascarse con la Tetralogía se fogueó con el ‘aperitivo’ de El holandés errante. ¿Cómo se siente hoy frente a la música de este titán? ¿Más seguro?
Respuesta. Siempre que empiezo un nuevo repertorio es porque ya me siento seguro en él. La experiencia en un ámbito no empieza cuando se interpreta su música por primera vez sino con el bagaje previo acumulado. Yo, por ejemplo, ya llevaba muchos años trabajando el romanticismo alemán. En cualquier caso, por supuesto que se nota la labor wagneriana específica. La orquesta y yo hemos creado un lenguaje propio. Existe una comodidad que no tiene que ver con la rutina ni el piloto automático.
P. ¿Qué retos específicos plantea Sigfrido en contraste con los títulos anteriores del ciclo?
R. Creo que es el más complicado. Para la orquesta resulta una partitura escurridiza. La valquiria es una obra más conocida, que se toca mucho más, con pasajes expansivos y contemplativos. Y El ocaso, aun con su magnitud, recoge lo anterior, sientes que es un territorio transitado. Sigfrido imprime un ritmo frenético, y la orquesta debe tener una capacidad de reacción vertiginosa. Es una ópera radical, con un cromatismo extremo. La plasmación musical de la maquiavélica psique de Mime es endiablada. Se trata, en definitiva, de una ópera con muchos momentos preciosistas, angulosos y cromáticos a los que hay que darle una continuidad dramática durante su enorme magnitud y extensión.
“No descarto ser titular de una orquesta. Pero no a cualquier precio. La puerta está abierta”
P. Colocar el casi centenar de músicos cumpliendo las distancias ha tenido que ser un dolor de cabeza...
R. Sí, muy difícil pero lo bueno es que es algo a lo que llevamos dando vueltas desde noviembre. Entonces ya hicimos nuestros cálculos. En el Real se está trabajando con mucha antelación y esa es la clave de su éxito en esta época. Al final hemos optado por otra disposición, pero aquellas probaturas han sido de gran ayuda ahora. A pesar de que hay versiones reducidas, nos hemos decantado por mantener todos los músicos, sacando del foso las seis arpas, que irán a un palco, y las trompetas, los trombones, la tuba y la percusión, que irán en otro opuesto. Funciona de maravilla.
P. Hablaba del éxito del Real. Ahora, con la que está cayendo, se están ensayando allí tres producciones a la vez. Un ejemplo de determinación y logística, ¿no?
R. Sí, desde luego. Lo más fácil es cerrar. Pero aquí nadie se lo plantea. Esto es posible porque todos los equipos creen en el desafío y luchan a una por salvar la situación. El Real ha asumido la importancia cultural y social que tiene. No es cuestión de ser héroes pero sí de ser valientes, respetando siempre la normativa sanitaria. Es una actitud que ya tiene mucho reconocimiento pero que con los años se valorará todavía más.
P. Parece que las funciones tendrán que arrancar a las 16.30, la hora de la siesta. ¿Qué le parece esto?
R. Pues que hay que adaptarse y este horario es el menor de los problemas, si es que lo es. Quizá para algunos sí, por motivos laborales. Todos hemos tenido que adelantar nuestras rutinas de ocio para no renunciar a ellas. En Bayreuth, por otro lado, empiezan sobre las 15.30. Wagner tiene fama de duro por la longitud de sus óperas, por mantenerte en un teatro durante cinco horas con las luces apagadas. Pero no creo que nadie se duerma con la fascinante historia de Sigfrido.
Eclecticismo sin límites
P. Acaba de ser reconocido como ‘Mejor Artista de 2020’ por el jurado de los Premios Internacionales de la Música (ICMA). ¿Cómo acogió esta buena noticia referida a un año tan duro?
R. Pues como un honor inmenso. Al fin y al cabo, ese jurado está compuesto por los directores de las mejores revistas de música clásica de Europa. Aunque también resultó un poco extraño. El premio al que estoy acostumbrado es al más inmediato: el aplauso del público tras un concierto o una ópera. Enterarse de algo así, en frío, estando en tu casa, descoloca, pero, por supuesto, agrada y motiva.
P. Una de las razones por las que se le premió fue su curiosidad omnívora. Casi se puede decir que, desde el renacimiento a la música contemporánea, ningún repertorio le es ajeno. ¿Su intención en el futuro es sostener ese eclecticismo extremo?
R. Sin duda. Lo que quiero es, de hecho, seguir expandiéndolo. Hay muchos repertorios, sí, pero un solo arte: el de la música. Un gran arte que dialoga a través de los siglos y que yo veo, y vivo, como una unidad. Mi ambición intelectual y artística siempre ha sido no limitarme, y atreverme.
P. Se mantiene como un ‘francotirador’, trabajando con muchas orquestas. ¿No siente que le toca ‘casarse’ con alguna, como su titular?
R. Es algo que no descarto. Pero no lo haré a cualquier precio. En estos años he creado muchas ‘familias’, grupos con los que trabajo habitualmente en distintos países. Para mí es muy importante seguir frecuentándolos. Supongo que lo de la titularidad llegará de manera orgánica y natural. La puerta está abierta a una relación así.
P. Son ya 25 años encima del podio. Echando la vista atrás, ¿se parece su trayectoria a lo que soñaba de joven?
R. La verdad es que no se parece en nada. Mi idea entonces de la realidad musical era muy estrecha. Siempre me he movido por expectativas e ilusiones inmediatas, centrado en la energía que dedicaba a cada proyecto concreto. He sido muy ambicioso en la curiosidad pero no pensando a largo plazo. Ni se me pasaba por la cabeza que haría la Tetralogía de Wagner ni dirigir tantas orquestas. Pero poco a poco se me fue abriendo el mundo…