“Desde que era joven me han interesado las grandes preguntas filosóficas que comparten niños y metafísicos: ¿Qué es un ser humano? ¿Qué significa pensar? ¿Qué es esa vocecita en nuestras cabezas?”, comentaba a El Cultural la escritora y pensadora Siri Hustvedt (Minnesota, 1955) meses antes de recibir el Princesa de Asturias de las Letras 2019, que reconocía los vasos comunicantes que hallan humanidades y ciencias en la obra de una autora que combina novelas como Todo cuanto amé, Elegía para un americano, El mundo deslumbrante o Recuerdos del futuro con ensayos como La mujer temblorosa o La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres.
De este último tipo es su nueva aventura Los espejismos de la certeza (Seix Barral), una exploración de algunos de los grandes dilemas humanos históricos y actuales, como la dicotomía cuerpo/mente, la génesis de la identidad o el poder de la tecnología para modificarnos. Para ello combina los postulados de varias corrientes filosóficas y de las últimas teorías y avances en neurología, genética, psiquiatría o Inteligencia Artificial, en la creencia de que “no hay disciplina capaz de responder a la complejidad de estos temas. Mi deseo de escribir nace de lo que no sé, ya sea ficción o no ficción. Mi vida es una búsqueda constante, lo que significa que no paro nunca de leer. Y espero poder seguir haciéndolo hasta que me muera”.
Pregunta. Charlando sobre su última novela ya hablamos de esa interrelación para usted tan natural entre ciencias y humanidades. ¿Es posible entender qué significa ser humano sin el concurso de ambas vertientes del saber?
Respuesta. Creo que necesitamos múltiples perspectivas para poder entender qué somos los seres humanos y cuál es nuestra relación con el resto de este planeta y el universo. Quizá es mi experiencia, pero creo que cada vez hay más intentos de aunar disciplinas de distintos campos, y en parte creo que se debe a que se ha llegado a callejones sin salida. Hay partes de la ciencia que constantemente beben de la filosofía, por ejemplo. Me gustaría que fuera más expansivo, pero no soy 100% pesimista.
P. Habla del determinismo de la genética en la configuración de nuestra personalidad, ¿es realmente tan importante? ¿Por qué lo consideramos así?
R. Creo que tenemos esa percepción porque encaja bien con el pensamiento occidental tradicional y con la política occidental actual. Es decir, si estamos determinados genéticamente, si existe una plantilla genética que codifica tus rasgos definitivos y tus características finales, eres eso y no puedes hacer nada al respecto. Es una imposición muy ideológica en la que la idea de cambio deviene imposible. A la gente le gusta, además, por otro motivo. Están estas páginas sobre el genoma donde le dicen a la gente: “tus genes son tú”, “descubre tu yo verdadero”. La gente identifica esta idea de gen con el alma, y le reconforta esa idea de su Yo real, un Yo real que es inmutable y está desde el principio. Pero también es, como decía, un concepto muy político, lo que explica que entre la extrema derecha haya una gran aceptación del determinismo genético.
"La creencia en el determinismo genético es un fenómeno muy político especialmente aceptado entre la extrema derecha"
P. En este campo destaca el peso de estos prejuicios en la definición de roles de género, ¿es más una cuestión social que biológica, una barrera mental y no física?
R. Esta es una pregunta candente en muchos campos, desde la psicología evolutiva, donde la idea de que estos roles de género los fija la genética tiene bastante peso, hay gente que argumenta que el género es una identidad definitiva que comporta ciertas características físicas y psicológicas. Luego tenemos quien habla más de la cultura, el llamado construccionismo social. Yo no creo que seamos seres totalmente moldeables. Tenemos células, huesos, sistemas reproductivos, y todo esto conforma quiénes somos. No vamos de pronto a tener alas y echar a volar. Hay algo entre medias, entre nuestras limitaciones como especie y nuestra maleabilidad con el paso del tiempo y las experiencias.
Una identidad en movimiento
P. Antes hablaba de ideología, y en el libro destaca la dificultad de separarla de la ciencia. ¿Cree que muchas investigaciones de expertos, y las opiniones comunes de la gente, adolecen de este problema?
R. La historia de la ciencia es realmente muy instructiva y yo recomiendo siempre leerla. Hay algo que se percibe rápidamente, cómo la ideología permea y hace bajar en cascada muchas ideas. Eso no significa necesariamente que los científicos sean fanáticos ideológicos, sino que no supieron muchas veces superar los prejuicios de su época, lo que tiñó sus ideas. Por ejemplo, en los siglos XVIII y XIX se pensaba que la actividad intelectual encogía los órganos reproductores de la mujer. Incluso se presentaron pruebas y correlaciones entre mujeres intelectuales y problemas de fertilidad. Un prejuicio que sigue vivo hoy en cierta forma, porque si esas ideas se asientan en la sociedad y los medios de comunicación las respaldan —por ejemplo, que una mujer pensadora es menos femenina—, esto cala mucho más que las ideas que cuestionan los tópicos y las creencias populares.
Una percepción cuestionada por científicos y filósofos que aborda la autora es el concepto del Yo como realidad inmutable. “La identidad no es algo fijo y la mayoría de nosotros somos plurales. Eso no significa que haya ciertos aspectos del Yo que podamos englobar bajo la idea de carácter, de algo que sigues viendo con el paso del tiempo en una persona”, explica Hustvedt. “Freud llamaba a esto patrones neuróticos. La neurosis es estar estancado, repetir algo una y otra vez sin darse cuenta y el psicoanálisis buscaba romper esos patrones para que pudiera fluir y cambiar. Yo creo en esto, el Yo no es fijo, no hay un alma absoluta y definitiva desde el principio. Pienso en mi propia vida, en mi trayectoria como ser humano y no lo veo así para nada”.
"Lo que llamamos mente es el producto de nuestros yoes encarnados en la realidad, por eso no podemos reducir mente a cerebro"
P. Varias novelas recientes, como las del argentino Martín Caparrós o la de Jeanette Winterson se plantean la posibilidad de que la mente pueda ser extraída del cuerpo y vivir de forma autónoma. Si se cumpliera este futuro, ¿qué consecuencias podría tener la pérdida algo fundamental de la esencia humana como nuestra materialidad?
R. Esta idea de trascendencia del alma, aunque ahora esté tamizada por la tecnología, es una fantasía muy antigua y que existe en casi todas las culturas del mundo. En Occidente, si nos remontamos a Platón, veremos que su idea de alma es la de una entidad que lucha contra el cuerpo, que termina muriendo, liberando al alma hasta que entra en otro cuerpo. Esto me parece fascinante, igual que la teoría computacional de la mente, que critico mucho en el libro. En ella el alma es algo que se puede extraer de un cuerpo y se puede meter incluso en una máquina. Lo que llamamos mente es el producto de nuestros yoes encarnados en la realidad, por eso no podemos reducir mente a cerebro, porque este también se ve influido por la situación en la que estamos, por nuestro entorno. El cerebro se desarrolla a través de los demás, con los demás. Si criaras a un bebé aislado de todo nunca sería un ser humano.
Un futuro en evolución
P. Habla del ser humano y de todos sus cambios físicos y mentales como un proceso en constante cambio y avance. ¿Sigue evolucionando el ser humano, el cerebro, o hemos alcanzado el tope?
R. Esa es otra cuestión crucial. No somos seres estáticos, ningún organismo lo es. Seguimos una trayectoria en constante evolución, desde antes de nacer, desde la gestación, hasta que morimos. Eso no es algo estático. El desarrollo, que quedó algo olvidado por la psicología evolutiva ha vuelto a ponerse en la ecuación y a eclipsar esa idea de que somos un ser fijo y perfectamente terminado. Existe una manera más inteligente de mirar la evolución, en tanto que proceso continuado. Y hay que establecer un paralelismo entre la evolución como concepto y el desarrollo individual de un organismo, por ejemplo, el ser humano.
P. De hecho, últimamente se habla mucho de cómo afectará al cerebro toda esta revolución tecnológica y digital, ¿qué papel juega en esta era del Big Data las redes a la hora de construir nuestra identidad? ¿Es algo que escapa a nuestro control o ya era así?
R. Pienso que ya era así, porque en la conformación de la identidad siempre han influido lo interno y lo externo. Hay que recordar lo que Marx llamaba “ser de especie”, el hecho de que tenemos limitaciones y características como especie. Una de ellas es la idea de animal social, por lo que nos influye mucho el grupo, la colectividad y lo que pasa fuera de nosotros. Por ejemplo, los procesos tecnológicos, como en su día fue el libro. La alfabetización en masa es uno de los grandes logros reconfiguradores de la historia humana. O el tren, que modificó de forma radical la manera de entender y plantear el mundo. Nació hasta una enfermedad específica de gente que sufría accidentes de tren.
"Tras años de pensar lo contrario, por fin hemos entendido que el ser humano es un organismo en evolución, que no somos un ser fijo y perfectamente terminado"
En este sentido, la escritora afirma no tener dudas de que “internet y otros avances han alterado de manera significativa a los más jóvenes, que ya se han criado en este mundo”. Una realidad que no ve de manera catastrofista pues dice no estar “de acuerdo con este ideario que dice que internet es una distracción que elimina la capacidad de atención. No todo es blanco y negro. También se dice que la gente muy acostumbrada a jugar a videojuegos adquiere una destreza de respuesta rápida y de percepción en ciertas situaciones”, explica Hustvedt. Por ello, opina que “hay que andarse con ojo a la hora de sobrevalorar o infravalorar los efectos de esta tecnología. Está habiendo cambios en la manera de pensar y de estar en el mundo, y debemos planteárnoslos muy en serio, no desde la histeria, para poder planificar el futuro”.
P. En la coda del libro habla de lo sano de vivir en la duda razonable, de cuestionarnos las cosas. ¿Cómo es esto de importante en el mundo del pensamiento y la ciencia?
R. Pienso que la duda es el motor de la ciencia, pero no una duda relativista que se cuestione todo porque sí. Me refiero a que la humildad intelectual que es la manera de que podamos avanzar en el pensamiento. La manera más rápida y fiable de estancarse en la vida intelectual, y en general, es estar absolutamente seguro de que llevas siempre la razón. Por ejemplo, me maravilla ver lo rápido que se han creado vacunas contra el coronavirus, pero eso no significa que lo sepamos todo de los virus. Hay tanto que desentrañar aún. Y cualquier buen científico o pensador ha de ser capaz de reconocer cuánto nos queda por descubrir para poder avanzar, pasito a pasito, hacia más conocimiento.
P. En el contexto actual, donde el futuro es más impredecible que nunca, ¿cree que vamos hacia una época de la duda, de la incertidumbre? ¿Cómo vivir en ella?
R. Nunca en mi vida había entendido tan profundamente como con esta pandemia lo que es la incertidumbre, que ahora es tan tremenda que bloquea nuestra capacidad de imaginar el futuro, hacia el que nos proyectamos desde un pasado conocido que ahora no es útil. Necesitamos creer en un futuro para funcionar bien como seres humanos, y unos niveles de incertidumbre tan tremebundos pueden generar una especie de pánico, de errancia social. La pandemia no terminará con el virus, sino que se extenderá, y será muy importante cómo avancemos hacia ese futuro, porque las cosas habrán cambiado. Hemos visto cuán vulnerables somos y cuánto dependemos todos de todos. Espero que no se le olvide a nadie.