Original, irónica, arriesgada y certera, la literatura de Dubravka Ugresic (Kutina, Croacia, 1949) lleva años sonando en las quinielas del Premio Nobel. Sus obras, artefactos de rara consistencia que hilando un nutrido espectro de referencias culturales reflexionan desde ángulos inesperados sobre cualquier tema posible, la colocan a la altura de autoras como Svetlana Aleksiévich y Olga Tokarczuk y en la estela de sus maestros más próximos, como Miroslav Krleza o Danilo Kis. Tras vivir un resurgir editorial en España, gracias a Impedimenta, que ha publicado libros como Zorro y Baba Yagá puso un huevo, recientemente galardonado con el Premio Estado Crítico, que se une a otros como el Neustadt o el Heinrich Mann, la escritora vuelve a las librerías con un nuevo volumen.
En La edad de la piel (Impedimenta), un compendio de afilados ensayos cargados de pólvora y dinamita, la escritora reflexiona con brillantez y elegancia sobre todas las aristas y trampas de nuestro día a día, desde la revolución tecnológica a los fantasmas políticos de comunismo y fascismo; pasando por el papel de la mujer, los peligros de una sociedad basada en el éxito, el consumo o la banalización de la literatura. De todo ello, charla con El Cultural mezclando una ironía aguda y mordaz y una visión humanista y compasiva tamizadas de gran literatura.
Pregunta. Comenta en varios momentos de los ensayos la aceleración que caracteriza el mundo actual y la falta de tiempo. Regularmente, pensadores e intelectuales españoles se quejan de lo mismo. ¿Es este el rasgo más determinante del Occidente?
Respuesta. La revolución digital cambió nuestra forma de pensar, principalmente nuestra percepción del tiempo. En internet no solo tienes una sensación de eternidad (el síndrome de Dios), sino que entras en el tiempo del “presente extremo”. Se pueden consultar miles de millones de información a una velocidad vertiginosa y en un tiempo asombrosamente corto. Perdimos el sentido de continuidad: pasado-presente-futuro, pero no somos capaces de procesar un presente radical, lo que provoca atascos mentales. Parece que la única forma de volverse compatible con dicha tecnología es adaptarse a ella, en otras palabras, convertirse en transhumamos.
P. Otra idea en la que incide como síntoma social es la del fracaso, que nos lleva a pensar en qué hemos fallado, y la frustración que conlleva. ¿Qué repercusiones tiene en la sociedad la cultura del éxito a toda costa?
"La digitalización es en realidad la realización de la idea central comunista de que todos merecen ser felices. Pero debemos preguntarnos, ¿es esto el éxito?"
R. Ciertamente, hoy en día el éxito lo es todo. El éxito es poder y el poder es éxito. En este contexto se inserta también la tecnología, un arma de doble filo que nos da una sensación de dominar muchas cosas como nunca antes. Ese sentimiento de control es muy fuerte, emancipador y embriagador. En cierto sentido, esta digitalización es en realidad la realización de la idea central comunista de que todos merecen ser felices. La digitalización es una forma de proletarización que habilita y empodera a la sociedad sin clases, donde se supone que la propiedad y la riqueza son propiedad de la comunidad. Ahora, como se vendía entonces, se supone que todos tenemos derecho a ser escuchados, a cantar, escribir, pintar, bailar, difundir nuestras ideas, hablar, crear, actuar, producir sonidos, jugar, mostrar su cuerpo, su ropa, sus “productos”, sean cuales sean. Pero, como sociedad, debemos preguntarnos, ¿es esto el éxito?
P. En ese sentido, habla de la espectacularización de la política y de la vida pública, así como de la representación de la realidad que hace el mundo virtual y las redes sociales, que no hace sino crecer. ¿Vivimos, como apuntaba Vargas Llosa, en la civilización del espectáculo?
R. Ya el pensador Guy Debord en su libro La sociedad del espectáculo (1967) fue uno de los primeros que nos advirtieron sobre estos síntomas. Y lo hizo mucho antes de Google. Con la digitalización quedamos expuestos casi exclusivamente a sensaciones visuales que nos atraen y seducen a través de pantallas de televisión, cine, pantallas de ordenador, móviles…. La pantalla es nuestro paisaje visual. Participamos voluntariamente en un experimento masivo de condicionamiento clásico, más conocido como condicionamiento respondiente pavloviano. Cuando escuchamos la campana, salivamos, y disfrutamos de nuestra esclavitud.
La República Mundial de las Letras
En opinión de la escritora, todos estos elementos también tienen un reflejo negativo en la cultura. Por un lado, opina que “el lenguaje de las imágenes está colmando nuestro horizonte último, más agresivamente y con un éxito arrollador que nunca”, lo que redunda en la pérdida del lenguaje literario. Por otro, está el mercado. Radical, Ugresic considera que “la literatura la han destruido editoriales hambrientas de dinero, editores perezosos, críticos sobornables, lectores poco ambiciosos y autores sin talento sedientos de fama. En lo que se refiera a la industria editorial, está imparable. Cada vez, aparecen con mayor rapidez nuevos autores y autoras, como si fuesen palomitas”.
Famosos publicando libros, premios comprados, autoedición, publicación bajo demanda o a públicos específicos, campañas de captación de seguidores en Facebook y Twitter… Contra todo eso combate la escritora, que asegura que “hay diferentes formas de luchar contra la indiferencia actual hacia nuestro pasado cultural. En todos mis libros trato de promover algunos nombres literarios descuidados u olvidados de territorios literarios descuidados u olvidados”. Experta en Literatura Rusa, de la que ha dado clase en universidades como Harvard, Columbia o Berlín, y de la literatura contemporánea de Europa del Este, sus ensayos como No hay nadie en casa o Europa en sepia, están cuajados de estos nombres, que asegura que los lectores agradecen. “Me sentí como una contrabandista literaria que pasa su mercancía del centro a la periferia, pero obtuve mi recompensa”.
"La misión más importante del escritor contemporáneo es luchar por el mundo inalámbrico de las Letras. Construir un territorio independiente de la literatura mundial"
Esa resurrección de nombres de la literatura del Este descansa en la firme convicción de Ugresic de que “a pesar de que el Muro cayó hace treinta años, todavía existen clichés y estereotipos entre el Este y el Oeste. La mayoría de las personas necesitan coordenadas mentales que les ayuden a orientarse en el mundo. Las favoritas son las fronteras. Este tipo de prejuicios son nuestra forma de pensar, nuestro mobiliario mental utilitarista, algo así como Ikea. Pero cuando te das cuenta de que vives en el mundo de Ikea, es demasiado tarde”, reflexiona.
Una realidad de la que no escapa, piensa, ni siquiera la literatura, algo que le parece paradójico, porque “la literatura tiene que ver con la comunicación. Me gusta leer comentarios de lectores anónimos sobre mis libros y una vez me topé con el siguiente: ¡Es algo incomprensible, algo eslavo!”, apunta. En su caso, asegura que “en la constelación editorial contemporánea, sea lo que sea que signifique esa constelación, estoy feliz de tener un lector devoto en las islas Azores, dos lectores leales en Chile, un par de lectores leales en Rochester, otros dos en Sofía y luego un millón de lectores en todo el mundo”, reconoce. Pero, además, defiende que la misión más importante del escritor contemporáneo es, precisamente, “romper esas fronteras y luchar por el mundo inalámbrico de las Letras. Construir un territorio independiente de la literatura mundial, la República Mundial de las Letras”.
P. En su libro Zorro exploraba, entre otras cosas, la esencia de la literatura, su relación con la realidad. ¿Cómo entiende la literatura, qué es para usted y para que puede y debe servir?
R. Me permitiré ser un poco holgazana y simplemente citaré el pensamiento de Italo Calvino al respecto tomado de su ensayo ¿Para quién escribimos? O la hipotética estantería: “La literatura no es escuela. La literatura debe presuponer un público más culto y más culto que el propio escritor. No importa si existe o no tal público. El escritor se dirige a un lector que sabe más sobre él que él; se inventa un sí mismo que sabe más que él, para hablar con alguien que sabe más todavía. La literatura no tiene más remedio que subir las apuestas y seguir apostando, siguiendo la lógica de una situación que solo puede empeorar”. Lo único que sé es que creo para poder comunicarme. La literatura es, ante todo, comunicación. Quizá la respuesta más honesta sea la de García Márquez: “Escribo para ser amado”. Estoy de acuerdo.
Una identidad forastera
La identidad global identifica perfectamente a una escritora que mantiene, pese a su amor y su incuestionable vinculación con sus raíces, una relación conflictiva con su Croacia natal, que abandonó tras la Guerra de los Balcanes. “Crecí y nací en Yugoslavia, un país socialista con seis repúblicas y con un idioma oficial serbocroata. El tsunami nacionalista que provocó una guerra civil, como la vieron unos, o una guerra defensiva, como la vieron otros, destruyó todo eso”, recuerda Ugresic, que tras perder su pasaporte yugoslavo fue obligada, para obtener uno croata a declarar su origen étnico.
“Me negué. Después de una breve discusión con el oficial logré registrarme como ‘Otros’. Más tarde, publiqué un ensayo sobre la brutal política croata de ‘renovación espiritual’, que en la práctica significaba limpiar Croacia de la ‘basura’, de los ciudadanos croatas que no estaban de acuerdo con las nuevas medidas y cambios”, critica la escritora. “Me expuse a los ataques de los medios por lo que he escrito al respecto en periódicos extranjeros (nadie lo publicaría en Croacia), y estos fueron pronto seguidos por el acoso, las amenazas públicas y el ostracismo. Así que dejé Croacia y mi trabajo en la Universidad de Zagreb. Es cierto que sigo volviendo, pues tengo familia allí, pero nunca lo haré de forma permanente”, sostiene.
"Si tratamos a los inmigrantes como un 'problema' que hay que 'resolver' ya nos definimos. Nosotros somos el problema"
P. Como emigrante, ¿qué siente ante la crisis de refugiados que asola el continente desde 2015? ¿Hemos pasado del Telón de Acero al Alambre de Espino?
R. En este momento, más de 80 millones de personas están migrando. Lo que siento es pena, no puedo decir nada más. Siento que estoy participando en un “genocidio” silencioso. Personalmente, no sé cómo "resolver el problema". Solo sé que si tratamos a los inmigrantes como un “problema” que hay que “resolver” ya nos definimos. Nosotros somos el problema.
P. Hace poco se ha publicado en España el último tomo de las memorias de Imre Kertész, donde habla de algo que usted comenta, la dificultad social de adaptarse al postcomunismo. ¿Cómo fue este proceso en Croacia, donde además ocurrió la guerra?
R. Tras la caída del comunismo, no podía soportar ver la orgía de las masas histéricas con el nacionalismo y el catolicismo, el patriarcado, el revisionismo histórico. La nueva "democracia" se volvió más autocrática que el comunismo. ¿Digo que vivir en la dictadura yugoslava de Tito era mejor que vivir en la "democratura" croata? Sí podía vivir y respirar en Yugoslavia sin tener que mostrar simpatía por el Partido Comunista y Tito, pero en la “democratura” croata me vi obligada a significarme y entrar en la ideología del “tipo de sangre”, algo mucho más brutal, primitivo e insoportable que el comunismo. Ya no podía vivir en mi "casa", porque mi "casa" ya no era mi casa.
>>Así que me fui. Soy forastera por naturaleza, supongo que por eso me convertí en escritora. Encontré apoyo en mi "familia de escritores": en una figura poderosa de Virginia Woolf, por ejemplo, que dijo aquello de: “Como mujer no tengo país. Como mujer no quiero ningún país. Como mujer, mi país es el mundo entero". O en la actitud de Vladimir Nabokov de que el arte del escritor es su verdadero pasaporte y en el “descubrimiento” de Calvino de que su verdadero hogar es cualquier lugar donde se le permita vivir como “extranjero”. No hace falta decir que mi “familia” en ese sentido es la más grande del mundo.
Un futuro irrealizable
P. En este libro, igual que en Baba Yagá puso un huevo reflexiona sobre el papel de la mujer. ¿Es hoy más machista la sociedad croata que durante la época comunista?
R. Baba Yagá es un poderoso personaje precristiano, que proviene de la imaginación popular oral eslava y está mucho más emancipado y avanzado que el feminismo contemporáneo. Cuando la imaginación cristiana sustituyó este imaginario, el papel de la mujer se convirtió en lo que hemos conocido durante siglos. La Iglesia es la industria más grande y antigua del mundo, un contaminador mental que produce toneladas de misoginia dañina. Con la caída del comunismo, la Iglesia asumió el control y las mujeres perdieron sus derechos. El ejemplo más reciente es Polonia y las nuevas leyes que prohíben el aborto. Los movimientos feministas en los países poscomunistas fracasaron porque tienen que pelear nuevamente todas las batallas que casi habían ganado en décadas anteriores.
"Los sistemas educativos de hoy producen generaciones de niños que van de excursión escolar a Auschwitz solo para tomar fotografías de Instagram"
P. Hoy en día muchos piensan que las ideologías que animaron el siglo XX, el fascismo o el comunismo son algo anacrónico. ¿Cree que es así o que enfrentamos los mismos fantasmas cubiertos con el prefijo neo?
R. Nos enfrentamos a los mismos fantasmas, sí, aunque en estos años se transformaron y perdieron su visibilidad inmediata, por lo que se hizo más difícil identificarlos. Nuestra cultura es una combinación entre alta tecnología y barbarie. Parece que la gente, a pesar de todas las posibles fuentes de información, se hunde lentamente en una especie de analfabetismo. Lo que es peor, parece que disfrutan de esa condición específica de analfabetos. Los sistemas educativos de hoy producen generaciones de niños que van de excursión escolar a Auschwitz solo para tomar fotografías de Instagram.
P. Uno de los grandes rasgos del comunismo era la fe en el progreso, en el porvenir. ¿Sería posible una vuelta a él hoy en día, cuando la gente ya no cree en el futuro? ¿Qué mundo podemos soñar en esta época en la que, como dice Zizek, “la gente ha perdido la capacidad de imaginar a un nivel colectivo, global”?
R. Cuando esas grandes “imaginaciones” colectivas como el fascismo, el comunismo y el capitalismo se deshicieron, la humanidad se volcó hacia creencias sociales de pequeño tamaño. Hoy en día, la gente prefiere unirse a pequeños partidos verdes, partidos que se ocupan de los perros abandonados o pequeñas comunidades que apoyan la ideología de la desmercantilización, por ejemplo, y vivir una vida sencilla y modesta en remolques baratos. No diría que la gente perdió la capacidad de soñar con nuevos sistemas sociales, pero ninguna de las ideas me parece aplicable o realizable. Sin embargo, no descartaría con arrogancia tales ideas. Disfruto tremendamente las películas sobre los mundos paralelos, donde nuestros hermosos avatares (azules) viven en mundos mucho más humanos que nosotros. Ojalá lleguemos a eso.