Eduardo Mendoza: "Ya nadie cree que las ideologías vayan a solucionar ningún problema"
El escritor presenta 'Transbordo en Moscú', el cierre de la trilogía protagonizada por su alter ego Rufo Batalla y en el que expone su visión de los acontecimientos que marcaron el final del siglo XX
9 abril, 2021 18:49Rufo Batalla es más Eduardo Mendoza que nunca en Transbordo en Moscú (Seix Barral), la última entrega de la trilogía protagonizada por este personaje que va por la vida como un tronco río abajo o como una hoja al viento y que su creador considera un alter ego. “Cuando empecé a publicar la trilogía insistí mucho en que no era autobiográfica aunque sí hacía un recorrido por algunas experiencias personales, pero en este tercer libro cambio de registro y digo que sí es bastante autobiográfico. Aunque las anécdotas no tienen que ver conmigo, el personaje es muy parecido a mí en todos los aspectos”, ha explicado el escritor este viernes en una rueda de prensa celebrada en Barcelona.
Transbordo en Moscú es más autobiográfica que El rey recibe y El negociado del yin y el yang “porque el personaje evoluciona hacia la madurez y se va pareciendo más a la persona que está escribiendo el libro”, afirma Mendoza (Barcelona, 1946). En esta nueva novela Rufo Batalla parece haber sentado la cabeza después de haberse casado y formado una familia con una rica burguesa. “En los primeros libros evoco la época de bohemia, aventuras, incertidumbres y fantasías y ahora su vida coincide más con mi vida real, con el asentamiento, la formación de una familia, la aceptación de compromisos personales, una vida más sedentaria. Además, al irme acercando más al presente tengo los recuerdos más presentes también, y hay otro factor del que solo me doy cuenta una vez terminado el libro: lo he escrito en buena parte durante el confinamiento, que ha sido una época más sedentaria y reflexiva. No hemos salido, no hemos viajado, hemos tenido menos contacto con el mundo exterior, y por eso sin darme cuenta me ha salido un libro más cerrado en sí mismo”.
"Así como la novela negra, la ciencia ficción y la novela rosa son inagotables, la novela de espías es muy escasa"
No obstante, de esa imposibilidad de viajar el escritor se ha resarcido enviando a Rufo Batalla a París, a Viena, a Londres, a Nueva York y a Moscú. Si la anterior novela había un homenaje a las novelas de aventuras y piratas, esta es “un homenaje a la novela de espías”. Porque el amansamiento del personaje no es más que una ilusión. La trama coincide con la consolidación de la democracia española y, poco después, con la caída del muro de Berlín, con lo cual la posibilidad de que el príncipe Tukuulo del antiguo e imaginario reino báltico de Livonia —el estrambótico personaje detonante de las aventuras de Batalla— acceda al trono se vuelve más factible que nunca. La nueva situación internacional que se abre con el desmoronamiento de la URSS hace que los servicios de inteligencia, "que hasta ese momento se habían reído de él, empiecen a tener un interés real en este individuo. Así es como entramos en una trama mucho más complicada de asesinatos, secuestros e intrigas internacionales", explica el autor, galardonado con el Premio Cervantes en 2016.
Mendoza se declara, en efecto, un gran lector de novelas de espías. "Un lector angustiado, porque hay muchas menos de las que necesito. Así como la novela negra, la ciencia ficción y la novela rosa son inagotables, la novela de espías es muy escasa porque también es verdad que la época de los espías es muy corta y termina. La novela de crímenes nunca se acabará, siempre habrá alguien que mate a otro, pero los espías hubo un momento en que se quedaron todos en el paro. Le Carré tuvo que inventarse muchísimas situaciones y nunca recuperó aquella intriga tremenda de lo que pasaba a otro lado del telón de acero, con la Lubianka, la KGB, todos aquellos nombres que a los lectores de novelas de espionajes nos gustaban tanto. Solo con leer la palabra Lubianka ya nos poníamos contentos", recuerda el escritor.
Reflexiones sobre el siglo XX
Al repasar los acontecimientos que marcaron las tres últimas décadas del siglo XX, Mendoza va derramando su visión del mundo y de aquellos hechos a través de su personaje, porque, como reconoce en el booktrailer del libro, “Rufo Batalla es mi alter ego pero en realidad es como un hermano al que yo llevo de paseo. Somos distintos pero opinamos lo mismo, nuestras perplejidades son las mismas”.
"España se puso a la cabeza de los países más adelantados, pero se produjo una segunda transformación: la de la corrupción y el despilfarro"
“Una de las cosas para las que sirve la ficción, aparte del entretenimiento y el enriquecimiento cultural, es para dejar constancia de cómo han vivido los momentos históricos sus testigos”, opina Mendoza. “A mí me parecía importante dejar constancia de los momentos que yo viví en aquellos años 70 y 80 y sobre los que se está reflexionando mucho ahora. Fueron años de grandes cambios y muy rápidos, sobre todo en España, donde salíamos de una época de gran incertidumbre. No sabíamos cómo se iba a resolver el vacío que quedaba después del franquismo y se produjo una transformación muy buena, aunque ahora se pueda hacer la reflexión que se quiera y por supuesto todo es susceptible de análisis y contradicción. Pero en muy poco tiempo se solucionaron muchos problemas, hubo mucho acuerdo, una coalición absoluta en todos los niveles para que el cambio fuera pacífico. España se puso a la cabeza de los países más adelantados políticamente, pero inmediatamente después se produjo una segunda transformación que fue la de la corrupción, el enriquecimiento, el despilfarro, la desorganización, los enfrentamientos internos y la atomización del país. Ahora estamos viviendo la resaca de todo eso”.
“Las dos generaciones anteriores a la mía crecieron a la sombra del fascismo”, continúa el escritor. “En aquel momento era una promesa de solución de muchos problemas, pero aquello acabó fatal y fascista se ha convertido en el insulto por antonomasia. Mi generación creció a la sombra de la promesa del comunismo, que era la solución de las injusticias sociales, la igualdad entre los seres humanos y solidaridad internacional. Eso se derrumbó y ahora comunista suele ser un insulto parecido a fascista y contrapuesto a la libertad, pero en ese momento el comunismo no era contrario a la libertad sino al capitalismo, la explotación y el sálvese quien pueda. El siglo XX vio desaparecer las grandes ideologías, las grandes ideas sobre cómo debe funcionar la sociedad. Ahora no sabemos cómo funciona la sociedad, que se deja llevar por la corriente y procura no chocar con los arrecifes. Ya nadie cree que las ideologías vayan a solucionar ningún problema, nos hemos vuelto muy pragmáticos”. En este sentido, el gran cambio que ha traído la pandemia es que “por primera vez el mundo entero está unido frente a un enemigo común, que no es un país vecino ni la lucha de una clase social contra otra, sino la de toda la humanidad contra un enemigo exterior, como si hubieran venido los marcianos”.
"Por primera vez el mundo entero está unido frente a un enemigo común, como si hubieran venido los marcianos"
Se suele decir que los verdaderos cambios de siglo llegan cuando se produce un acontecimiento de alcance planetario, como la Primera Guerra Mundial o el 11-S. Pero Mendoza cree que, “aunque parezca una tontería que al pasar la hoja del calendario y dar las campanadas el mundo cambie, por la razón que sea sucede así”. En cualquier caso, su trilogía se cierra, de momento, el 31 de diciembre del año 1999 (si el nuevo siglo comenzó en el año 2000 o en 2001 es otro debate). “Dejemos que el siglo XXI lo cuenten quienes han nacido a partir de esa fecha”, propone el escritor.
Mendoza también recuerda, como ejemplo de los cambios tan radicales que habría de traernos el siglo XXI, el pánico colectivo que generó el llamado efecto 2000, que nunca llegó a producirse. “El miedo de que todos los ordenadores se fueran a la porra era tan grande que hubo reuniones internacionales al más alto nivel”, recuerda el autor. “Se pensaba que los aviones se caerían y que los hospitales se colapsarían. Incluso se esperaban noticias de Nueva Zelanda porque era el primer país en llegar al 1 de enero de 2000”.
El humor, ingrediente imprescindible
Otra cosa que nunca falta en las novelas de Mendoza, ya lo saben todos los lectores y así lo reivindicó en su discurso de aceptación del Cervantes, es el humor, ingrediente de su literatura por el que le han preguntado una vez más este viernes. “Tenemos a veces tendencia a pensar que el humor es algo paralelo a nuestro pensamiento, pero creo que el humor forma parte de la manera de interpretar y de estar en el mundo. A menudo reaccionamos ante cosas que nos van sucediendo con una mezcla de enfado y de humor, nos reímos de nosotros mismos, de lo que vemos. En estos momentos el humor ha sido importante porque nos ha permitido mantener un poco el espíritu, no dejarnos llevar. El humor a veces es incisivo y a veces lo contrario, suaviza las asperezas de la realidad. En mi caso no me he planteado abordar la escritura con humor sino que ya forma parte de mí. Tengo memoria, tengo humor, tengo reacciones, tengo ideas, tengo sentimientos y todo eso es mi identidad y con eso empiezo a escribir, no lo incorporo a lo largo del proceso”.
Sobre si Transbordo en Moscú será realmente la última novela de Rufo Batalla no, Mendoza no se quiere pillar los dedos. “Desde el punto de vista histórico y de la simetría, pensé que acabar en el último día del siglo XX quedaba muy bien y que había cumplido mis objetivos”. No obstante, “no voy a comprometerme a una cosa que pasado mañana podría decidir cambiar”.